Название: Julio Camba: Obras 1916-1923
Автор: Julio Camba
Издательство: Ingram
Жанр: Зарубежная классика
Серия: biblioteca iberica
isbn: 9789176377505
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«El catolicismo —decía un personaje de Enrique Heine— es una religión muy buena para un hombre de mundo, y, sobre todo, para un aficionado a las artes; pero no sirve para un hamburgués, y mucho menos para un administrador de loterías».
Tampoco sirve para un inglés. El inglés carece de tiempo y de imaginación para ser católico. Cuando un inglés está muy enamorado, se sienta al lado de su novia y la dice:
—¿Sabe usted, señorita, que hace un tiempo muy desagradable?
Y cuando se siente poseído de una gran fe religiosa, de una gran exaltación mística, se va a una casa, sube cuarenta y siete escaleras, toca un timbre, pregunta por el cura y despacha el asunto mano a mano con él, en un tono perfectamente familiar y en menos de cinco minutos.
Time is money.
El bastón de Mister Bell
Un instrumento de orden.
Si yo fuera un filósofo, ¡qué gran artículo escribiría sobre el bastón de mister Bell! Yo he descubierto la filosofía de este bastón hace apenas veinticuatro horas, y ardo ya en deseo de divulgarla. Ayer, mister Bell y yo nos fuimos a las inmediaciones de Buckingham Palace para asistir a la despedida de los Reyes. Es decir, mister Bell, el bastón de mister Bell y yo. La calle estaba llena de gente. Había que esperar un par de horas. Entonces, mister Bell destornilló el puño de su bastón, que es redondo, y se lo metió en el bolsillo; acto seguido sacó de otro bolsillo una tablita, con un agujero en el centro, y se la adosó al bastón; luego plantó el bastón en el suelo y se sentó encima. Y allí permaneció mister Bell hasta que llegaron los Reyes.
Yo iba, venía y, de vez en cuando, mister Bell me decía:
—¿Quiere usted sentarse? Tenga mi bastón.
—No. Muchas gracias.
—¿Por qué no?
—Porque yo no soy digno de sentarme ahí, mister Bell. No tengo para ello bastante espíritu de disciplina.
¿Cómo podría un español aguardar pacientemente durante dos horas, sentado sobre un bastón, el paso de los Reyes? No. Un español no podría nunca hacer eso, aunque los Reyes esperados no fuesen precisamente los suyos. Pero la filosofía de un inglés se aviene maravillosamente con la filosofía de los bastones sillas. Así, mister Bell permanece sentado horas y horas sobre su bastón, aguantando el frío y la lluvia, para esperar su turno a la puerta de los teatros, y nunca se le ocurre la menor protesta. Es un hombre paciente, disciplinado y respetuoso con las leyes y con las costumbres.
—Yo que usted —le dije a mister Bell mientras llegaban los Reyes—, me sacaría del bolsillo el puño del bastón y me entretendría haciendo con él juegos malabares.
—No es necesario —me contestó mister Bell—. Yo no me aburro.
Por fin llegaron los Reyes. Hubo un gran rumor entre la multitud. Mister Bell se levantó, sacó la tablita que le había adosado al bastón y la substituyó por el puño.
—¡Hip! ¡Hip! ¡Hurrah…!
—¡Hurrah! —exclamaba mister Bell a grito pelado.
Terminó el espectáculo, y mister Bell, este hombre tan paciente, se metió el bastón debajo del brazo y echó a andar muy de prisa. Yo le seguía dificultosamente.
—Amaine usted un poco, mister Bell.
—¿Es que quiere usted que vayamos como dos papanatas?
—¡Hombre! Después de haber estado más de dos horas sentado encima de su bastón, no querrá usted hacerme creer que es usted un hombre muy activo.
—¿Y qué tiene que ver lo uno con lo otro? ¿Qué actividad iba yo a desarrollar esperando al Rey? Allí yo no podía hacer más que aguardar, y aguardé tranquilamente. Ahora necesito llegar a casa y voy de prisa. En obsequio a usted amainaré un poco, sin embargo.
Y como yo no cesaba de hablarle del bastón, mister Bell me dijo:
—¿Pero es que en España no usan ustedes estos bastones para ir a las manifestaciones y a los teatros?
—No, mister Bell. Estos son los bastones de un pueblo disciplinado, y España es una anarquía. Allí los bastones tienen una filosofía completamente revolucionaria. En los teatros, golpean las obras que se estrenan, y en las manifestaciones, dan garrotazos.
—Es que —me respondió mister Bell—, si hace un momento, alguien se hubiera permitido un grito o un ademán contra los Reyes, yo no hubiese vacilado en darle en la cabeza con este sólido bastón de orden y de respeto.
Una reunión en Caxton-Hall
Lo que enciende la sangre.
En Caxton-Hall se ha celebrado un mitin contra la pornografía. Un mitin contra la pornografía tiene en Londres todo el carácter de un mitin contra el extranjero. Los ingleses no se avienen a reconocer que en Londres haya pornografía ninguna, puesto que la pornografía carece aquí de existencia legal. Hablar contra la pornografía es hablar contra el Continente y contra su influencia en Inglaterra.
Por lo demás, ya se puede imaginar el lector la gente que acudió al mitin de Caxton-Hall: inglesas viejas, altas, flacas, horribles; puritanos vestidos de negro, maridos divorciados… Yo recuerdo una reunión antipornográfica en París, donde se dijeron cosas monstruosas. En París nunca se deja ir a las reuniones antipornográficas a una muchacha «como es debido», y se la envía de preferencia a un music-hall. No hay escritores más inmorales que los moralistas, ni asambleas más escandalosas que los mitines antipornográficos. En honor de la verdad debo decir, no obstante, que el mitin antipornográfico de Caxton-Hall fue de lo menos pornográfico que yo he visto.
Organizaron el acto catorce Sociedades, y pronunció un gran discurso miss Clarck. El Matin, de París, que acoge en sus columnas un gran extracto del mitin para su campaña contra la pornografía del Journal, le llama simpática a miss Clarck. Este adjetivo no es, sin embargo, el más adecuado para una oradora antipornográfica. Yo creo que resultaría más moral decir: «La antipática miss Tal».
En general, casi todos los oradores afirmaron que en Londres no existe la pornografía más que como un producto extranjero, que si hay ingleses pornográficos es de la misma manera que hay ingleses afrancesados, y que el temperamento inglés es antipornográfico por razón del clima, etc. Esto podría ser objeto de una larga discusión. Por razón del clima, el temperamento inglés es frío; pero se puede ser frío y ser vicioso. La pornografía y el vicio no son nunca cosas de temperamento, sino desviaciones de temperamento. El que un español sea más ardiente que un inglés no quiere decir que sea más pornográfico, sino que es más ardiente. Tal vez lo que en el hombre ardiente no constituye vicio, lo constituya las más de las veces en el hombre frío e inglés. Un joven de veinte años suele hacer muchísimo más de lo que hace un viejo libidinoso, y, a pesar de ello, el libidinoso es el viejo. Los ingleses están, por naturaleza, a la misma temperatura sensual de ese viejo hipotético.
Como de costumbre, en el СКАЧАТЬ