Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud
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Название: Sigmund Freud: Obras Completas

Автор: Sigmund Freud

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная психология

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377437

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СКАЧАТЬ grave «tic» convulsivo se compone de movimientos involuntarios que presentan con frecuencia (siempre, según Charcot y Guinon) el carácter de gestos o movimientos adecuados en alguna ocasión anterior, coprolalia, ecolalia y representaciones obsesivas, de las correspondientes a la folie de doute. Ahora bien: sorprende leer en Guinon, autor que no penetró en el mecanismo psíquico de estos síntomas, la afirmación de que algunos de sus enfermos habían llegado a sus gestos y contracciones por medio de la objetivación de la representación contrastante. Tales enfermos indican haber visto en determinada ocasión un análogo «tic», o a un cómico, que contraía intencionadamente su rostro en dicha forma, habiendo sentido entonces el temor de verse forzosamente impulsados a imitar tan feas y ridículas contracciones.

      Y, en efecto, a partir de aquel momento habían comenzado a imitarlas. Realmente, sólo una pequeñísima parte de los movimientos involuntarios surge de ese modo en los tiqueurs. En cambio, nos inclinamos a adscribir este mecanismo a la coprolalia, nombre que damos al incoercible impulso que obliga a los tiqueurs, contra toda su voluntad, a pronunciar las palabras más groseras. La raíz de la coprolalia sería la percepción del enfermo de que le es imposible dejar de emitir ciertos sonidos. A esta percepción se enlazaría luego el temor a perder el dominio sobre otros sonidos, especialmente sobre aquellas palabras que los hombres bien educados evitan pronunciar, y este temor los llevaría a la realización de lo temido. No encuentro en Guinon ninguna anamnesis que confirme esta hipótesis, y, por mi parte, no he tenido ocasión de interrogar a ningún enfermo de coprolalia. En cambio, encuentro en el mismo autor la exposición de otro caso de «tic», en el que las palabras involuntariamente pronunciadas no pertenecían a la terminología de la coprolalia. Era el sujeto de este caso un hombre adulto, que se veía obligado a pronunciar constantemente el nombre de «María». Siendo estudiante, se había enamorado de una muchacha que llevaba este nombre, enamoramiento que le absorbió durante mucho tiempo y le predispuso a la neurosis. Por entonces comenzó ya a pronunciar en voz alta durante las horas de clase el nombre de su adorada, y este nombre se constituyó en un «tic» que perduraba aún más de viente años, después de cesar el enamoramiento del sujeto. A mi juicio, lo que sucedió en este caso fue que el firme deseo del sujeto de mantener oculto el nombre de su amada se transformó, al llegar un momento de especial excitación, en la voluntad contraria, perdurando desde entonces el «tic», como en el caso de mi segunda enferma.

      Si la explicación de este ejemplo es exacta, habremos de atribuir igual mecanismo al «tic» propiamente coprolálico, pues las palabras groseras son secretos que todos conocemos y cuyo conocimiento procuramos siempre ocultarnos unos a otros.

      R

      «Ein Fall von hypnotischer Heilung», en alemán el original. [Zeitschr. Hypnot., 1 (3), 102-7 (4), 123-9.]

      Hallándome dedicado a corregir las pruebas de este trabajo, llegó a mis manos otro de H. Kaan, que contiene análogas hipótesis.

      Véase Estudios sobre la histeria: «El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos.»

      Indicamos así que merecería la pena investigar la objetividad de la voluntad contraria, también fuera de la histeria y del «tic», ya que aparece, con gran frecuencia, dentro de los límites de lo normal.

      1893

      EL fallecimiento de J. M. Charcot, que el 16 de agosto del presente año (1893) sucumbía a una muerte rápida y sin sufrimientos, después de una vida feliz y gloriosa, ha privado prematuramente a la joven ciencia neurológica de su máximo impulsor; a los neurólogos, de su maestro, y a Francia, de una de sus más preeminentes figuras. Recién cumplidos los sesenta y ocho años, sus energías físicas y su juventud espiritual parecían asegurarle, en armonía con su deseo, francamente manifestado, aquella longevidad de la que han gozado no pocos de los grandes intelectuales de este siglo. Los nueve nutridos volúmenes de sus «Obras completas» -en los cuales han reunido sus discípulos sus aportaciones a la Medicina y la Neuropatología-, las Leçons du mardi, las Memorias anuales de su clínica de la Salpêtrière, etc.; todas estas publicaciones, que continuarán siendo caras a la Ciencia y a sus discípulos, no pueden compensarnos la pérdida del hombre que aún hubiera podido ofrecernos tantas enseñanzas, y a cuya persona o cuyos libros nadie se acercó que no aprendiera.

      Manifestaba Charcot una naturalísima satisfacción por sus éxitos, y gustaba de hablar sobre sus comienzos y sobre el camino recorrido. Su curiosidad científica quedó tempranamente orientada hacia el rico material que ofrecían los fenómenos neuropatológicos, inexplorados por entonces. Cuando en calidad de interno del Hospital, y muy joven aún, visitaba con el médico propietario alguna de las salas de la Salpêtrière, observando los intrincados cuadros sintomáticos -parálisis, contracturas, convulsiones, etc.-, para los cuales no se halló por más de cuarenta años nombre ni comprensión algunos, solía decir: «Faudrait y retourner et y rester», y supo cumplir su palabra. Nombrado médecin des hopitaux, gestionó enseguida ser destinado a una de aquellas salas de la Salpêtrière dedicadas a las enfermedades nerviosas, y conseguido su deseo, permaneció en dicho puesto, sin hacer jamás uso del derecho concedido a los médicos de su clase de cambiar por riguroso turno, de hospital y de sala, y con ello de especialidad.

      Así, pues, sus primeras impresiones profesionales, y el propósito que las mismas hicieron surgir, fueron decisivas para su desarrollo científico ulterior. El hecho de tener a su alcance en la Salpêtrière un amplio material de enfermas nerviosas crónicas le permitió emplear a fondo sus particulares dotes. No era Charcot un pensador, sino una naturaleza de dotes artísticas, o, como él mismo decía, un «visual». Sobre su método de trabajo nos comunicó un día lo que sigue: Acostumbraba considerar detenidamente una y otra vez aquello que no le era conocido y robustecer así, día por día, su impresión sobre ello hasta un momento en el cual llegaba de súbito a su comprensión. Ante su visión espiritual se ordenaba entonces el caos, fingido por el constante retorno de los mismos síntomas, surgiendo los nuevos cuadros patológicos, caracterizados por el continuo enlace de ciertos grupos de síndromes. Haciendo resaltar, por medio de cierta esquematización, los casos complejos y extremos, o sea los «tipos», pasaba luego de éstos a la larga serie de los casos mitigados; esto es, de las formes frustrées, que, teniendo su punto inicial en uno cualquiera de los signos característicos del tipo, se extendían hasta lo indeterminado. Charcot decía de esta labor mental, en la que no había quien le igualase, que era «hacer nosografía», y se mostraba orgulloso de ella. Muchas veces le hemos oído afirmar que la mayor satisfacción de que un hombre podía gozar era ver algo nuevo; esto es, reconocerlo como tal, y en observaciones constantemente repetidas, volvía sobre la dificultad y el merecimiento de una tal «visión», preguntándose a qué podía obedecer que los médicos no vieran nunca sino aquello que habían aprendido a ver, y haciendo resaltar la singularidad de que fuera posible ver de repente cosas nuevas -estados patológicos nuevos- que, sin embargo, eran probablemente tan antiguas como la Humanidad misma. Así, él mismo se sentía obligado a confesar que veía ahora en sus enfermas cosas que le habían pasado inadvertidas durante treinta años. Todos los médicos tienen perfecta consciencia de la riqueza de formas que la Neuropatología debe a Charcot y de la precisión y seguridad que el diagnóstico ha adquirido merced a sus observaciones. A los discípulos que pasaban con él la visita a través de las salas de la Salpêtrière, museo de hechos clínicos cuyos nombres y peculiaridades habían sido hallados por él en su mayor parte, les recordaba a Cuvier, el gran conocedor y descriptor del mundo zoológico, al cual nos muestra su estatua del Jardín des Plantes rodeado de multitud de figuras animales, o los hacía pensar en el mito de Adán, que debió de gozar con máxima intensidad de aquel placer intelectual, tan ensalzado por Charcot, cuando Dios le confió la labor de diferenciar y dar un nombre a todos los seres del Paraíso.

      Charcot no se fatigaba nunca de defender los derechos de la labor puramente clínica, consistente en ver y ordenar, contra la intervención de la medicina teórica. En una ocasión nos reunimos СКАЧАТЬ