Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Название: Aquiles

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Aquiles

isbn: 9788468548722

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СКАЧАТЬ lo que le había sucedido en Ushuaia, seguramente estaba causando efectos en su psiquis y lo había impulsado a transitar por un evidente estado de ansiedad.

      Abrió los ojos y miró el despertador; eran las once de la mañana y Marina ya no estaba en la cama. Estiró un brazo para alcanzar el borde del blackout que separó un poco de la ventana y pudo observar que, si bien no era la lluvia torrencial de la madrugada, continuaba lloviendo copiosamente.

      Se recostó boca arriba y se quedó con los ojos cerrados, disfrutando del confort de su cama y del placer que le generaba el sonido de la lluvia.

      Marina ingresaba al dormitorio con una bandeja en la que traía el desayuno. Café con leche, tostadas con mermeladas y queso untable, jugo de naranja y la pava con el mate.

      –Buenos días amor –dijo, acercándose a la cama y dejando la bandeja sobre ella.

      Aquiles abrió los ojos, se incorporó, dejando su espalda apoyada sobre el respaldo de la cama y respondió:

      –Buenos días, que rico y que hambre que tengo.

      Marina se acercó para darle un beso en los labios, mientras que, con los dedos de una mano, comenzaba a jugar con los pelos de su pecho, bajando por el torso hasta llegar a su pelvis.

      Aquiles esbozó una sonrisa, sabiendo cuales eran las intenciones de su mujer.

      –Tenemos todo el fin de semana, dejame desayunar –dijo, dándole un beso en los labios.

      Marina no insistió y preguntó:

      –¿Dormiste bien?

      –Más o menos… me costó dormirme y luego de haberlo logrado, me desperté un par de veces; me levanté para ir al baño, me quedé un rato viendo como diluviaba, volví a la cama y a eso de las cinco, logré dormirme nuevamente –respondió Aquiles.

      –Ah, no te escuché… ¿En serio que diluvió? –preguntó Marina.

      –Sí, ya me di cuenta de que no escuchaste nada, porque seguías durmiendo como un oso. Se cayó el cielo anoche y hubo muchísima actividad eléctrica. Menos mal que la tormenta se desató después del arribo de mi vuelo, porque seguramente desviaron todos los vuelos posteriores para otros aeropuertos –dijo Aquiles.

      Marina se incorporó, levantó el blackout y la cortina que estaba a media altura.

      –¿Vos no desayunas? –preguntó Aquiles, al ver que solo había un vaso y una taza.

      –Hace dos horas que me levanté y no quise despertarte, así que desayuné en la cocina –respondió Marina.

      –Que placer estar en la cama desayunando y viendo este paisaje –dijo Aquiles, que ya había terminado su jugo y estaba disfrutando de un delicioso café con leche recién preparado.

      –¿Qué tal estuvo esa excursión que me dijiste que harían? –preguntó Marina.

      –Ah, lindo… La verdad es que el paisaje del lugar resulta imponente; nada similar a ningún otro lugar en el que hayamos estado. Una cosa es el bosque, la montaña, la nieve y los lagos y otra es ver las montañas nevadas estando a la orilla del mar y encima, sabiendo que unos kilómetros más hacia el sur, lo único que queda es la Antártida –dijo Aquiles.

      –¡Que loco eso! –dijo Marina.

      –Las Isla Bridges, que es donde desembarcamos, es una de tantas que se ubican al sur de Tierra del Fuego y dentro del Canal de Beagle, tierra escarpada, lobos marinos, te cagás de frío, mucho viento, poca luz natural… no sé, no es tanto lo que hay en la isla, lo que vale es el paisaje que podés observar estando allí, realmente imponente… Algún día deberíamos ir, al menos durante un fin de semana largo –dijo Aquiles.

      –Estaría bueno… ¿y Alejandro que dijo? –preguntó Marina.

      –¿Que dijo con respecto a qué?, ¿al lugar? –preguntó Aquiles.

      –Sí, ¿o ya conocía? –preguntó Marina.

      –No, no… me dijo que no conocía y también le pareció impresionante –dijo Aquiles, que agregó– de todas maneras, la excursión la hicimos como para matar el tiempo antes de que saliera nuestro vuelo –respondió Aquiles.

      –¿Y no vieron pingüinos? –preguntó Marina.

      –No, no sé si habrá… nosotros no vimos –respondió Aquiles, que ya había terminado con su desayuno.

      –Bueno, yo creo que por acá si vi a un lindo pingüino –dijo Marina, metiendo su mano por debajo de la sabana y agarrando el miembro de Aquiles, que estaba desnudo.

      –¡Pará que vas a tirar todo! –dijo Aquiles, intentando correr la bandeja.

      Marina corrió la sabana, dejando expuesta la desnudez de Aquiles y tirándose sobre él, comenzó a comerle la boca, recorriéndole el cuello y el pecho con la lengua, pasando por su abdomen, hasta alcanzar su miembro ya casi erecto, al que comenzó a practicarle una deliciosa mamada.

      –Huy, ¡que rico! –exclamó Aquiles.

      –Mi Pingüino Emperador –dijo Marina, sacándose el miembro de la boca y recorriéndole las bolas con la lengua.

      Aquiles cerró los ojos y se entregó al placer.

      Marina se quitó la bata y el camisón que llevaba puesto, se sacó la trusa y sin demasiada demora, sintiendo que estaba absolutamente mojada, se montó sobre Aquiles, introduciéndose el miembro hasta el fondo.

      Aquiles abrió los ojos y observó frente a él a la figura de Marina, cuyos pechos parecían crecer día a día y la redondez de su panza, que, con cinco meses de gestación, ya había crecido considerablemente.

      Hacía una semanas que las glándulas mamarias de Marina habían comenzado a segregar calostro, cosa que a Aquiles le generaba un morbo muy particular y disfrutaba enormemente mamándoselas y percibiendo como salía de sus pechos ese líquido con sabor tan particular.

      Permaneció con la espalda reclinada sobre el respaldo de la cama, apoyado sobre una almohada y sobre almohadones, casi sentado e inmóvil, disfrutando y dejando que fuese Marina la que manejase la sesión de sexo. Además de disfrutar al ver como su mujer se liberaba y gozaba sin tapujos y sin prejuicios, sentía algo de temor de ser el quien llevara la actitud dominante, al saber que dentro de ella había un bebé, por más de que el obstetra les hubiese explicado que no había ningún problema en que continuaran manteniendo relaciones de manera normal.

      Marina apoyó las palmas de ambas manos sobre el pecho de Aquiles y comenzó con el movimiento de su pelvis, haciendo que el miembro de Aquiles entrara y saliera, variando el ritmo y buscando los puntos exactos que le generaban mayor placer. Por momentos acercaba sus pechos a la boca de Aquiles, para que se los mamara, aumentando su nivel de placer y de calentura.

      Marina comenzó a acelerar el ritmo, arqueando su espalda y tirando su cabeza hacia atrás, clara señal de que estaba en su clímax y a punto de conseguir su premio. Aquiles conocía sus gestos, sus movimientos, sus sonidos, como para saber si ya estaba a punto o si necesitaba de más tiempo y de más trabajo.

      Un gemido acompañado de un grito contenido y el vibrar de su СКАЧАТЬ