La niña halcón. Josep Elliott
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Название: La niña halcón

Автор: Josep Elliott

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Sombras sobre Skye

isbn: 9786075572239

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СКАЧАТЬ No. Me levanto. No pueden hacer eso.

      —No pueden hacer eso —grito—. No pueden hacer eso —me duelen los dientes.

      —Agatha —la voz de Maighstir Ross se escucha calmada—, te permití permanecer aquí con la esperanza de que, al ver el proceso, podrías comprender mejor cómo se toman las decisiones, y el carácter definitivo de los acuerdos a los que llegamos.

      —Pero no pueden —repito—. Soy una buena niña Halcón. Soy una b-buena niña Halcón.

      Necesito arrojar algo. Tomo una taza y una cobija y todo lo que tengo a mano y se los arrojo. No me importa si golpeo a alguien o si caen al fuego. Hay manos que tratan de detenerme, pero no lo voy a permitir. Levanto el enorme baúl y lo vuelco, y choca con las sillas y las derriba. Se oyen gritos. No me importa. Trato de zafarme, grito, embisto. Maighstir Clyde está frente a mí. Es muy rápido. No sé bien qué está haciendo hasta que termina de hacerlo. Me da un puñetazo en la cara y caigo al suelo.

      Me duele la cabeza y sale sangre por mi nariz.

      El bothan gira a mi alrededor.

      Después, nada.

      A la mañana siguiente, los Herbistas opinan que ya estoy en condiciones de irme. Me pongo las botas y corro apresurado hasta el sitio de creación de las Avispas. Siempre me ha atraído ese lugar. Allí es donde se fabrican y reparan todas las cosas que el clan necesita, desde armas y ropa hasta camas y utensilios de cocina. Por supuesto, en este momento están atareados trabajando en el nuevo barco. Me quedo merodeando por los alrededores, hasta que alguien de las Avispas me llama:

      —¿Qué pasa, muchacho? —es un hombre fornido con mejillas coloradas y dedos chatos. No puedo recordar su nombre.

      —Maighstir Ross me dijo que podía venir —le explico.

      —Habla más fuerte, que a duras penas puedo oírte —todo lo que dice va acompañado de una risita.

      —Vine a mirar —repito, alzando la voz—. Maighstir Ross dijo que podía hacerlo.

      —Pues no vas a poder ver mucho desde allá lejos —me hace señas y me acerco trotando a él, con una sonrisa que se va dibujando en mi rostro—. Me llamo Donal —se presenta. Su boca diminuta se pierde en las profundidades de su barba rojiza.

      —Jaime —respondo.

      —Entonces, ¿quieres hacerte Avispa?

      —No, soy un Pescador —me trago la palabra con dificultad—. Pensé que si venía a verlos armando el barco, eso me volvería mejor Pescador.

      —Muy bien —dice Donal, de una manera en que me doy cuenta de que no me cree del todo—. Entonces, quédate junto a mí, jovencito. Te mostraré todo lo que necesitas saber.

      Me paso todo el día con Donal y el resto de las Avispas, mirando fascinado cómo forjan clavos, cosen velas nuevas, y le dan forma a la madera para el casco. Me asombra su habilidad, y Donal compensa mi entusiasmo explicándome todo lo que hace. Me muero por unirme a ellos y ayudar. Estar entre Avispas es una experiencia diferente que convivir con los Pescadores. Por un lado, me encuentro en tierra, cosa que por sí sola mejora todo, pero también es mucho más fácil de entender por su forma de trabajar. Piensan muy bien cada cosa que van a hacer, con detalle, y se toman su tiempo para sopesar la manera más adecuada de solucionar un problema o hacer mejoras. Sé que yo podría ser mejor Avispa que Pescador. Si fuera cosa mía, cambiaría de ocupación en un abrir y cerrar de ojos, pero por supuesto que no hay posibilidad de eso.

      Al final de la tarde, todos dejan lo que hacían al oír una especie de conmoción en la Puerta Sur. Una de las campanas tañe, pero no sé cuál. Nunca he aprendido a diferenciarlas bien.

      —¿Qué crees que esté sucediendo? —le pregunto a Donal. Está en pie, con el martillo que empuñaba colgando inerte a su lado. Se le encoge la nariz cuando se esfuerza en ver mejor.

      —Son los Rapaces —dice—. Parece que han regresado.

      ¡Los Rapaces! Habían sido enviados para averiguar qué había sucedido con Clann-na-Bruthaich, otro de los clanes de Skye. Circula el rumor de que el clan completo desapareció sin dejar rastro. Se supone que no sabemos nada, pero todo el mundo está enterado.

      —Ve a ver si logras oír algo de lo que digan —pide Donal.

      —Oh —exclamo—, pero no es dùth dejar de trabajar antes de la comida vespertina.

      Donal ríe.

      —No nos falta mucho para terminar, y no se lo diré a nadie. Además, tú mismo lo has dicho: no estás trabajando, sino observando —me mira con expresión de complicidad.

      En realidad no quiero ir a averiguar nada, pero quiero caerle bien a Donal. Él toma la decisión por mí, al poner su manota entre mis omoplatos y darme una palmadita.

      —Si te enteras de algo, vuelve a contarnos.

      Hago un gesto afirmativo, y atravieso el costillar del nuevo barco. La Puerta Sur no está lejos. Para cuando llego, los Rapaces ya han entrado. Me mantengo a cierta distancia. Miran en mi dirección, así que me acuclillo detrás de un viejo pozo. El suelo está mojado y enlodado, y el frío húmedo se cuela a través de mis pantalones y me deja las rodillas empapadas.

      Maistreas Sorcha ha venido al encuentro de los Rapaces. Le estrecha el puño cerrado a cada uno, pero no dice una palabra. Todos callan. Cruzan una mirada. Maistreas Sorcha les hace señas para que vayan todos a un bothan comunal, justo al lado de donde me oculto.

      ¡Van a pasar justo a mi lado! Si ven que me estoy ocultando, pensarán que los espío. Y supongo que eso es lo que estoy haciendo. ¿En qué estaba pensando? Fue una pésima idea. Debería irme ya, antes de que se acerquen demasiado, pero mi cuerpo se niega a moverse. Están más cerca. Me deslizo por el fango, siguiendo de cerca la boca curva del pozo. Apesta a algas mojadas. Si pudiera escabullirme dentro cuando pasen, tal vez podría evitar que me vieran. Están a pocos pasos de mí. Es ahora o nunca. Clavo las uñas en las ranuras de las piedras del brocal, y me muevo hacia la derecha mientras Maistreas Sorcha y los Rapaces se acercan por la izquierda. Me arrastro pegado a la curva del pozo, poco a poco, tratando de no hacer ruido. Las palmas de las manos me sudan a mares.

      El grupo pasa por el lado opuesto del pozo, hablando en susurros. Me esfuerzo por pescar alguna palabra. Oigo la frase:

      —Los de Raasay decían la verdad…

      —… peor de lo que esperábamos… —agrega alguien más.

      La conversación se desplaza al bothan. Aguardo hasta oír la puerta que se cierra antes de soltar el aire que contuve. Miro hacia la muralla, con la esperanza de que ningún Halcón me haya visto. Todos están mirando hacia el exterior de las murallas. Me salí con la mía. Nunca lo volveré a hacer. Me pongo en pie y voy a toda prisa a mi bothan para cambiar mi ropa enlodada. Durante todo ese rato no pude dejar de pensar en lo que dijeron los Rapaces.

      ¿Qué pudieron encontrar que fuera peor de lo que esperaban? ¿Por qué se veían todos tan atemorizados?

      A la hora de la comida vespertina, busco a Aileen en las mesas, pero no la encuentro. Debe estar СКАЧАТЬ