El Hispano. José Ángel Mañas
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Название: El Hispano

Автор: José Ángel Mañas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Arzalia Novela

isbn: 9788417241827

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      Al ver lo que estaba sucediendo, Leukón mandó abrir las puertas y permitió que los numantinos y sus aliados saliesen nuevamente con furiosa alegría de las murallas y acometiesen por los pinares y encinares vecinos a los extranjeros que huían hacia el levante.

      —¡Matadlos a todos! —gritó mientras sus hombres corrían en pos de los vencidos.

      Él mismo salió con el gentío al campo de batalla. Viendo a Idris cerca, en medio de un grupo de muchachos, le obligó a avanzar hasta un tribuno romano que había caído al pie de las murallas, no lejos de la puerta.

      —¡Está muerto! —exclamó, cogiéndole del brazo y alargándole su espada—. ¡Córtale la mano derecha y después la cabeza!

      Idris nunca olvidaría el momento. De repente sintió una humedad por la pierna. Leukón se le quedó mirando. Al darse cuenta soltó una carcajada. Los hombres que había cerca también se rieron. El niño se había meado encima.

       12

      La vacilación de Idris a la hora de mutilar al tribuno romano caído había irritado al padre y provocó un nuevo disgusto.

      Pasó el tiempo, y cada vez que Leukón lo veía observar el cráneo que desde entonces colgaba de un gancho en la pared junto con del resto de romanos, al menos una docena, que había matado en combate singular, y que siempre enseñaba orgulloso a los visitantes de la casa, no podía disimular su contrariedad.

      —Este hijo mío no tiene el suficiente odio a Roma… Así no podrá liderar nunca a los numantinos.

      Idris no contestaba, pero sufría la frialdad de Leukón y, a medida que crecía, la animadversión se hizo cada vez más evidente. Ya ni siquiera la intervención de Stena limaba las aristas.

      —Ya es hora de que salgas de las faldas de las mujeres —decía Leukón, quien con la edad le exigía cada vez más.

      Ni siquiera constatar que la pericia de su hijo con las armas crecía y que superaba con facilidad a su hermano Retógenes, o que montaba tan bien a caballo como él mismo, bastaba para suscitar en Leukón algo parecido al cariño. Ni aun así pudo Idris ganar el afecto paterno.

      Llegó el momento en el que habiendo cumplido Idris los dieciséis años y Retógenes quince, Leukón consideró que era hora de buscarles esposa.

      Hacía ya un tiempo que reflexionaba sobre la cuestión. Siguiendo una antigua tradición numantina se consideraba que, al ser Ávaros el jefe del segundo clan, correspondía que los vástagos de uno y otro se enlazasen. Y Ávaros tenía tres hijas en edad de matrimoniar.

      —Así se sellará la alianza entre las dos familias. Es la manera de evitar futuros enfrentamientos —dijo Olónico.

      Ávaros y Leukón se habían reunido en reiteradas ocasiones. El enlace quedó pactado a gusto de todos, salvo de los principales concernidos. Idris oyó a los ancianos hablar a sus espaldas, pero solo acabó de entender qué tramaban los dos jefes cuando se lo anunció su padre.

      —Hijos míos. La decisión está tomada. Os casaréis esta primavera con las hijas de Ávaros.

      En ese momento, Idris sintió una tremenda alegría. Aunia y él eran bastante más que amigos y, aunque no lo hubiera manifestado abiertamente, creyó que su padre lo había entendido. Pero el gozo duró poco.

      —Se enlazará primogénito con primogénita y cadete con cadete —dijo Leukón—. Idris con Anna y Retógenes con Aunia.

      Retógenes, que nunca se había interesado por ninguna de las dos, no dijo nada.

      Y sin embargo Idris respondió como si le acabara de picar una avispa.

      —¿Por qué?

       13

      —Por cuestión de edad —dijo Leukón—. Es natural que el primogénito enlace con la primogénita. Ávaros insiste en que sea así. Es una de las condiciones que impone. Quiere ver casada a la coja primero.

      Idris le mantuvo la mirada. Pensó que en lo muy profundo a Leukón aquello le satisfacía.

      —De todas formas, no te debo ninguna explicación —continuó Leukón—. Como jefe de Numancia te digo lo que ha de ser y tú obedeces. Te casarás con Anna y tu hermano con Aunia.

      —No me casaré con ella, no.

      —¿Qué acabas de decir?

      Leukón no esperaba que el polluelo le replicase. Era la primera vez que Idris le plantaba cara y le miró con incredulidad.

      —He dicho que no me casaré con ella —dijo Idris—. No me casaré con Anna. Y no por coja, sino porque es a Aunia a quien quiero.

      Leukón hizo como si no le hubiese oído. Repitió marcando cada sílaba que era una decisión tomada. Era una orden suya avalada por el consejo de ancianos tras una negociación complicada. Pero Idris por primera vez en su vida no agachó la cabeza y mantuvo una actitud retadora.

      El resultado fue que la mano del padre se disparó y golpeó al joven, quien, aturdido, permaneció en el suelo.

      Hasta ese momento cada vez que su padre le golpeaba Idris bajaba la cabeza y aceptaba el castigo.

      Sin embargo, aquel día en su interior se revolvieron todos los demonios. Tras levantarse, miró a Leukón y cargó contra él con toda la rabia acumulada desde niño. Lo empujó con ambas manos. Leukón tropezó. Con los ojos inyectados en sangre, el hijo agarró su báculo. Le golpeó. Lucharon por el báculo. Y quién sabe en qué habría terminado todo aquello si no se hubieran interpuesto Stena y Retógenes.

      —¡Vete! —El jefe echaba espumarajos por la boca—. ¡Fuera de mi vista, muchacho infame! ¡Te casarás con quien yo te diga y harás lo que yo te ordene! ¡Y si no, te irás mañana mismo de esta ciudad! ¡Desaparece de mi vista! ¡No quiero tenerte más bajo mi techo!

       14

      El odio había acompañado a Idris desde que en las postrimerías de la noche cruzó las puertas de la ciudad en medio del silencio de los vigías, sin que nadie hiciera nada para detenerlo.

      Llegó al Duero sin mirar en ningún momento hacia atrás. Los años podrían pasar, pero Idris nunca olvidaría los golpes que su padre le había prodigado tantas veces, el desprecio con que siempre le había tratado y que resultaba más hiriente por contraste con el amor que mostraba sin embozo por Retógenes…

      Todo ese odio se había empozado en su alma.

      Cuando esa tarde había bajado a la laguna para encontrarse con Aunia, lo único que quería era vengarse y escapar de la tiranía de Leukón.

      Y cuando regresó a la ciudad ya había corrido la voz de la disputa entre ambos, y ningún numantino le dirigió la palabra. Eso propició que a la madrugada siguiente, después de dormir en el corral con los animales, recogiese sus pocas posesiones en un petate y saliese como un ladrón de una СКАЧАТЬ