El Hispano. José Ángel Mañas
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Название: El Hispano

Автор: José Ángel Mañas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Arzalia Novela

isbn: 9788417241827

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СКАЧАТЬ a establecerse junto a ella; se rodeó de unos muros de aproximadamente cuarenta estadios de circunferencia y obligó también a unirse a los titios, otra tribu limítrofe. Al enterarse de ello, el Senado prohibió que fuera levantada la muralla, les reclamó los tributos estipulados en tiempo de Graco y les ordenó que proporcionaran ciertos contingentes de tropas a los romanos. Esto último, en efecto, también estaba acordado en los tratados. Los habitantes de Segeda, con relación a la muralla, replicaron que Graco había prohibido fundar nuevas ciudades, pero no fortificar las existentes. A propósito del tributo y de las tropas mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el Senado concede estos privilegios añadiendo que tendrán vigor en tanto lo decidan el Senado y el pueblo romano. Así pues, Nobilior fue enviado contra ellos con un ejército de treinta mil hombres. Los segedanos, cuando supieron de su próxima llegada, sin dar remate ya a la construcción de la muralla, huyeron hacia los arévacos con sus hijos y sus mujeres y les suplicaron que los acogieran…

      APIANO DE ALEJANDRÍA, Sobre Iberia

       Ya dijo Cicerón que al combatir Roma con los celtíberos y los cimbrios no luchaba solo por la victoria, sino por su existencia. Y Eduardo Meyer, historiador alemán, escribe: «La República se desangró a causa de los sacrificios a que la obligaron de manera continuada las guerras hispánicas y de la necesidad de mantener allí un ejército permanente». Tan grandes, en efecto, fueron las pérdidas sufridas en aquellas guerras, que el número de ciudadanos romanos, en los veinte años de la guerra celtibérica, que van del 153 al 133, en lugar de aumentar en sesenta mil (por el crecimiento de tres mil cada año), se redujo en cinco mil, lo que supone una pérdida de unos sesenta y cinco mil ciudadanos. Siendo todavía más elevadas las pérdidas de los aliados itálicos, los cuales proporcionaban al ejército un número mayor de soldados que los ciudadanos romanos, podemos admitir que en total, solo entre romanos e itálicos (prescindiendo de los aliados íberos), perecieron en España de ciento cincuenta mil a doscientos mil hombres…

      ADOLF SCHULTEN, Historia de Numancia

      1

      La guerra y la paz

       Este pueblo suministra para la guerra no solo una excelente caballería, sino también una infantería que destaca por su valor y capacidad de sufrimiento. Visten ásperas capas negras, cuya lana recuerda al fieltro. En cuanto a las armas, algunos celtíberos llevan escudos ligeros semejantes a los de los celtas y otros grandes escudos redondos del tamaño del aspis griego. Sobre sus piernas y espinillas trenzan bandas de pelo y cubren sus cabezas con cascos de bronce adornados de cimeras rojas. Llevan espadas de dos filos forjadas con excelente acero y también llevan, para el combate cuerpo a cuerpo, puñales de una cuarta de largo. Utilizan una técnica especial en la fabricación de sus armas. Entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiempo aprovechando solo el núcleo, con lo cual obtienen magníficas espadas y otras armas. Un arma fabricada de este modo corta cualquier cosa que encuentre en su camino, por lo cual no hay escudo, casco o cuerpo que resista su golpe…

      DIODORO DE SICILIA

       1

      Hay vidas que parecen abocadas a la tragedia desde el primer hálito.

      El hombre que había de ser llamado Idris nació entre los dolores más intensos. Él mismo me contaría años más tarde que el cordón umbilical se le quedó enredado alrededor del cuello. Cuando lo sacaron del vientre de la madre, se ahogaba sin remedio.

      La esclava que lo salvó, Stena, era una berona de las montañas ganada en batalla contra los vecinos del norte durante una expedición juvenil del jefe de Numancia. Ella fue la primera que exclamó:

      —¡Es un niño!

      Tal exclamación, tratándose del hijo de un jefe, tendría que haber provocado los gritos de alegría de Leukón y de los devotos que esperaban pacientemente.

      Y sin embargo el ceño de Leukón no solo no se suavizó, sino que el velo de tristeza y cólera que cubría su vista no pudo ser despejado por nadie. Justo antes, el adivino Olónico, cuya barba aún no había encanecido y cuyos músculos guardaban todavía la elasticidad de la juventud, cuando le preguntaron por el estado de la madre había negado con la cabeza.

      —Dicen las mujeres que el niño se ha presentado del revés y la desgarrará.

      Entre los gritos de dolor, la parturienta se apagó antes de que Stena, como jefa de las esclavas, agarrara su largo cuchillo y terminase de abrir el vientre de la mujer ya muerta para liberar lo que llevaba en sus entrañas.

      Con mano experta, Stena se apresuró a sacar el ser que luchaba por su vida y que se hubiera asfixiado de no haber sido por su intervención. Ella fue quien cortó el cordón umbilical con su cuchillo. Nada más tener a Idris en brazos, lo alzó entre sus jóvenes manos. Se lo enseñó a su padre y se lo entregó, temblorosa.

      —Lo hemos salvado…

      Pero Leukón, en vez de coger al recién nacido y alzarlo delante del gentío congregado ante su casa, hizo un gesto brusco con la mano. Con lágrimas de ira en los ojos, apartó la piel de ciervo que cubría el vano de la puerta.

      —¡Alejadlo de mi vista!

      Y se adentró en la penumbra. En la estancia aciaga persistían el olor a sangre, sudor y excrementos.

      Tras debatirse durante horas con los dolores, la exhausta esposa yacía inerte sobre el suelo. Varias pieles de vaca conformaban su lecho a un lado de las brasas del hogar.

      Las mujeres se apartaron. El jefe se arrodilló junto a la muerta y lanzó un prolongado quejido.

      —¡Ah, que hubiera muerto él y no tú!

      Muy pronto, toda Numancia estaba de luto. La noticia de lo sucedido corrió de boca en boca. Y según creció aquel niño malquerido, la antipatía de Leukón no hizo sino incrementarse hasta que se convirtió en abierta aversión y en clara incapacidad para tolerar su presencia.

      —Me recuerda cada día a su madre y al crimen que cometió al nacer…

       2

      Como los dioses aprietan pero rara vez ahogan, tras el duelo sucedió que las lágrimas vertidas a lo largo de los muchos días en los que la pena hacía temblar la voz de Leukón las acabó enjugando la mujer que se hallaba más cerca.

      Las malas lenguas siempre dirían que la relación ya existía antes de la muerte de la esposa legítima. Y es posible, no digo que no, pues los hombres cedemos ante las pasiones de la carne como el árbol ante un viento huracanado.

      Sea como fuese, Stena pronto empezó a consolarle en las noches de invierno y las demás criadas y los devotos de Leukón pudieron escucharlos solazarse juntos. Poco a poco la berona pasó de ser considerada una esclava a ser la amante del jefe y, al cabo, su esposa, con voz cada vez más influyente en las cosas de la ciudad.

      Stena se ocupó de Idris y le escogió una nodriza durante los primeros meses en los que Leukón evitaba verlo y mientras su vientre engordaba como en una repetición obscena del último año de la muerta.

      Las viejas del clan fueron las primeras en darse cuenta. Y enseguida las СКАЧАТЬ