El Hispano. José Ángel Mañas
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Название: El Hispano

Автор: José Ángel Mañas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Arzalia Novela

isbn: 9788417241827

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СКАЧАТЬ un nuevo verano cuando Stena dio a Leukón un segundo hijo al que Leukón nombró como a su padre, Retógenes, que significa ‘hombre noble’ en el idioma celtíbero. ¡Y qué diferente la actitud de Leukón con ese segundo hijo! ¡Qué saltos y voces de alegría! ¡Con qué generosidad invitó a todos a beber con él la caelia, la cerveza de los celtíberos, con la que embriagó a los jóvenes antes de hacerlos bailar a la luz de la luna! ¡Y cómo cantó esa noche después de sostener en sus brazos al recién nacido!

      —He aquí a un hombre que ha recuperado la felicidad —dijeron los ancianos.

      Tan feliz se mostraba con aquel segundo varón que parecía haber olvidado la existencia de un primogénito, y así sembró la semilla de su propia destrucción.

      —Haz lo que quieras con él —dijo—. Pero hazlo cuando yo no lo vea.

      Esas fueron sus palabras cuando supo que Stena se disponía a alimentarle con la leche de sus pechos como a su propio hijo.

      Pero con ese gesto Stena se ganó a los numantinos.

      Hasta quienes murmuraban a sus espaldas y hablaban con lengua sibilina de lo que sucedía le reconocieron su buen corazón. Y así obtuvo el respeto de las gentes de Numancia, que pudieron ver cómo Idris crecía junto a Retógenes amparado por el amor de una esclava.

       3

      Pero no todo en la vida es amargura.

      Es cierto que a Idris le faltó el amor de un padre. El talante violento y cambiante de Leukón encontró un objetivo fácil en aquel niño que correteaba en torno a su hogar y pasaba el tiempo con los demás críos del clan y las mujeres que rodeaban a Stena, evitando cuanto podía al jefe, que entraba y salía y se ocupaba de las cosas de la guerra que empezaban los arévacos con Roma.

      Así, mientras Leukón y sus hombres de confianza lideraban las acciones bélicas en los campos de batalla, los hermanos vagabundeaban por los pinares y escapaban al Duero, donde se bañaban con los hijos de las familias principales y, entre ellas, la de Ávaros, cabeza del segundo clan más distinguido tras el de Leukón.

      Si Leukón tenía una clientela de veinte familias, Ávaros tenía diecinueve. Igual no había matado tantos enemigos, pero le aventajaba en el arte de la diplomacia. Los hombres de la asamblea se hallaban divididos entre aquellos dos caudillos que rivalizaban abiertamente por la jefatura.

      La naturaleza zanjó la disputa: Leukón engendraba varones, Ávaros solo hijas. Sus tres primeros retoños fueron hembras. Solo al cuarto intento nació un varón que en un futuro defendería su nombre y llevaría el estandarte del clan.

      Pero ya entonces los dos hijos de Leukón inspiraban más confianza, y eran más numerosos quienes entendían que la ciudad estaría mejor protegida con él. Como la hija mayor de Ávaros, Anna, nació coja y contrahecha, las viejas rumorearon que algo había en la semilla de Ávaros que parecía invalidarlo para regir los destinos de la ciudad.

      Esas tres hijas estaban entre los chiquillos que pasaban el tiempo con Idris y Retógenes durante los días en que los hombres salían a cazar o a guerrear, cuando Olónico se encargaba de educarlos en el respeto a los dioses e iniciarlos en los secretos de la naturaleza. Y como para compensar la pasión que sentía Leukón por Retógenes, los dioses le concedieron a Idris la belleza de su madre. Más de una numantina suspiraba tras sus pasos a medida que crecía.

      Anna había venido al mundo con la columna vertebral dañada, y a los pocos años contrajo una enfermedad que no le permitió desarrollar sus extremidades inferiores.

      Sus dos piernas eran tan delgadas que parecía que cualquier golpe las fuese a quebrar. Aunque las cubría con la túnica, se notaba siempre esa debilidad. El dolor era tal que para andar se vio obligada a utilizar dos muletas que le fabricó el carpintero de su familia.

      En cambio, Aunia era la más hermosa de las numantinas. Desde muy pronto desarrolló una querencia por Idris y él por ella, que se acrecentaba con la compasión que ambos mostraban hacia Anna. Aunia e Idris se emparejaban siempre y podían pasar muchas horas a orillas del río o en la cabaña de Olónico bajo su mirada siempre vigilante.

      Aquella querencia con la pubertad se convirtió en algo más. La intimidad fue desarrollando unos vínculos que las escapadas en las noche de verano y el descubrimiento del cuerpo del otro transformaron pronto en un amor incipiente y juvenil, pero amor al fin y al cabo, aunque se contuvo durante mucho tiempo dentro de los lindes de la inocencia.

      Ese fue el refugio que permitió a Idris sobrellevar esos primeros años en los que su pequeño mundo se vio amenazado por aquel imperio lejano cuyo nombre estaba cada vez más presente en los hogares celtíberos: Roma.

       4

      La primera vez que Idris tuvo una noción del poder de Roma fue un día que Olónico dibujó con un palo, sobre la arena húmeda junto a la laguna, un esbozo del mundo conocido.

      El adivino de Numancia enseñaba cuanto necesitaba ser sabido a los niños de los principales clanes. Ese día les estaba mostrando dónde encontrar setas y cuáles se podían comer sin peligro. Y ya con las cestas llenas aprovechó para instruirlos sobre el mundo.

      —Aquí están los arévacos. Aquí, hacia poniente, los lusitanos. Más arriba, pasadas unas montañas muy altas, los celtas. Al otro lado del mar también hay celtas. Y lo mismo aquí en Hibernia y en otra isla que hay hacia el oriente. Hacia el occidente nadie sabe lo que hay. Y hacia el sur, al otro lado del mar, está la Numidia…

      —Pero Roma… ¿Dónde está Roma? —preguntó Idris.

      —Roma está hacia el levante. Aquí.

      —¿Y cuáles son los territorios que controla?

      —Todas estas islas y todo esto que dominaba en su día Cartago. También Grecia, que está un poco más allá, en otra península. Y ahora Roma amenaza con expandirse hacia el Asia, que es inmensa.

      —¿Cómo sabes tanto? ¿Cómo conoces todos esos sitios? —preguntó Aunia.

      —Porque los hombres viajan y cuando se encuentran con otros hombres gustan de contar lo que han visto.

      —¿Has visto todas esas tierras con tus ojos?

      —No. Pero he hablado con suficientes viajeros para saber cómo son esos lugares y las gentes que los pueblan. ¿A vosotros os gustaría conocerlos? Por vuestras caras, Anna, Aunia y Ama, parece que no. Pero la expresión de Idris es diferente…

      —A mí me gustaría ver países lejanos. Quiero descubrir qué hay más allá de los mares.

      —Algún día viajarás por tierras remotas e incluso cruzarás algún mar, antes de llegar a la morada de Lugh. Pero no olvidéis ninguno que los hombres somos como las plantas. Igual no se ven nuestras raíces, pero existen. Nos atan a nuestra tierra. ¿Y qué pasa cuando se cortan las raíces? ¿Veis ese nenúfar, en ese estanque que se ha formado ahí? ¿Sabéis por qué está quieto? La raíz lo sujeta al fondo. Si esa raíz se cortase, la planta iría a la deriva y se perdería en el río. Quedaría a la merced de la corriente.

      —¿Como un milano soplado por el viento?

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