Название: Escribir cuento
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
isbn: 9788483936641
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No hay ninguna diferencia, desde el punto de vista literario, entre describir espacios reales e inventados. Ambos tienen que ser visibles y verosímiles para el lector. Quizás los inventados necesiten una descripción más precisa si se alejan mucho de la realidad, pero para describirlos siempre nos basaremos en referentes visuales trabajados de forma «realista» —reconocibles, exactos, sugestivos—, puesto que de otra manera serían difíciles de imaginar para el lector.
Para crear atmósferas es recomendable hacer uso de palabras que pertenezcan al campo semántico asociado al sentimiento o sensación hacia los que queremos apuntar. Si toda la acción que vamos a desarrollar en nuestro relato sucede en un bosque y queremos transmitir terror, tendremos que emplear términos de la naturaleza que puedan resultar terroríficos: ruidos extraños de animales salvajes, crujidos, humedad, podredumbre, murciélagos, insectos o aves, telarañas, olores raros y agresivos, etcétera. Lo mismo haríamos —pero buscando en el campo semántico opuesto— si quisiéramos transmitir seguridad o calidez.
Por último, no debemos olvidarnos de usar los cinco sentidos en nuestras descripciones espaciales. A veces tendemos a concentrarnos en un sentido determinado cuando describimos —generalmente la vista—, pero en correcciones o revisiones posteriores es recomendable buscar un equilibrio entre los otros sentidos y tratar de incluir el gusto y el olfato, que son los más complicados y, al mismo tiempo, los más potentes. Recordemos la descripción de una calle que decía Umbral que hacía Pío Baroja, escribiendo únicamente que «era larga y olía a pan».
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Mostrar y decir.
Lo abstracto y lo concreto
Isabel Calvo
No lo digas, muéstralo.
Henry James
¿De qué hablamos cuando decimos que algo es abstracto, que algo es concreto? Puesto que se trata de un asunto esencial en literatura, empecemos primero por comprender, en términos muy sencillos, ambos conceptos.
Lo abstracto es la consecuencia que ha extraído la mente de lo vivido y lo sentido, es decir, la síntesis intelectual a la que ha llegado nuestro pensamiento a raíz de lo concreto que hemos vivido o experimentado. Sin embargo, no es la experiencia misma. La abstracción corresponde al pensamiento en frío que nace de la reflexión intelectual que hacemos sobre la experiencia. Palabras como felicidad, amor o miedo resultan abstractas, porque son el producto de haber reducido la experiencia vital a su esencia intelectual, desdibujada, reducida. Lo abstracto las hace igual a otras experiencias similares, y se trata, por lo tanto, de palabras que atienden a lo general.
Por otro lado, lo concreto será lo sólido, lo compacto, lo material, lo preciso, lo determinado sin ningún tipo de vaguedad. Ser concreto consiste en mostrar aquello a lo que nos referimos de manera exacta y dibujar con ello una imagen lo más certera posible, que no dé lugar a ambigüedades o confusión.
Puede suceder que nuestra vivencia sea ir cantando por la calle, sonreír a todo el mundo, ver la ciudad resplandeciente —aunque esté nublado—, sentirse flotar y respirar un aroma como de hierbabuena. Esa sería la experiencia particular y sensible, concreta, mientras que la idea abstracta y general que nos permite nombrarla y compartirla sería la de «ser feliz».
Veamos un poco más en profundidad cada uno de estos dos conceptos.
4.1. Lo abstracto
A veces uno tiende a creer que no ha entendido un texto por su poca capacidad de comprensión; puede ocurrir que hayamos captado algunas cosas, la idea general, pero no hayamos comprendido el sentido del texto al completo. O nos parece que está bien escrito, pero nos aburrimos. En estos casos podemos llegar a sentirnos culpables —o tontos—, porque pensamos que el escritor escribe cosas fuera de nuestro alcance. Pero si tenemos en cuenta que el fin del leguaje es la comunicación, podríamos llegar también a la conclusión, más sencilla, de que —a menudo— es el escritor el que no ha sabido hacer adecuadamente su trabajo, porque no ha sabido transmitir lo que quería contar, y que, por muy extraordinario que sea el tema, no ha encontrado la manera de trasladarlo al lector.
Por supuesto que el lenguaje abstracto tiene su lugar en la escritura. Pero ese lenguaje es más propio del ensayo, de la ciencia o de la filosofía, que de los textos literarios y en especial de la narrativa. El interés por lo general frente a lo particular y la exigencia de objetividad alejan al discurso ensayístico de la experiencia. Veamos un ejemplo:
A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si se prefiere, es a lo que llamamos ética.
Ética para Amador
Fernando Savater
En este fragmento de divulgación filosófica de Savater vemos con claridad cómo el lenguaje abstracto encuentra su territorio en el ensayo. Dicho esto, sin embargo, si ahora cerráis los ojos y pensáis en el texto que habéis leído, ¿qué veis? Los castores, las abejas, las termitas, ¿verdad? Así es. Lo recordamos porque es lo único concreto que hay en el fragmento y nosotros vivimos lo concreto y por eso se nos ha quedado grabado.
Fijar algunos elementos en la memoria del lector es importante en cualquier narración. Si no hacemos que recuerde ciertas cosas, la trama no tendría sentido ni resonancia interna. Por ejemplo, para que el relato de Borges «Funes el memorioso» tenga sentido en su trama, y para que su final se comprenda perfectamente, no bastará decir que el personaje tenía una memoria prodigiosa. Habrá que grabar una imagen en la mente del lector mediante datos concretos.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera.
«Funes el memorioso»
Jorge Luis Borges
Qué imágenes tan poderosas, ¿no? Seguro que no vamos a olvidar que el personaje era capaz de recordar hasta las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de un día concreto. Así, cuando leamos el final del cuento no nos sería difícil imaginar al personaje presa de la tortura de su propia memoria. Funes está postrado en un catre, ya no puede pensar ni dormir, solo recordar detalle por detalle todo lo vivido y lo visto. No es difícil comprender lo que siente Funes y tenerle piedad cuando se dice que, a veces, «también solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente».
4.2. Lo concreto
«Una imagen vale más que mil palabras». Muchas veces hemos oído este proverbio y la mayoría estamos de acuerdo en que es cierto. Sabemos que para explicar una cosa lo mejor СКАЧАТЬ