Название: Escribir cuento
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
isbn: 9788483936641
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—¡Las estrellas! —respondió el marciano mirando a Tomás.
Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, y lucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de color violeta en el estómago y en el pecho del marciano, y le brillaban como joyas en los brazos.
—¡Eres transparente! —dijo Tomás.
—¡Y tú también! —replicó el marciano retrocediendo.
Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó.
El marciano se tocó la nariz y los labios.
—Yo tengo carne —murmuró—. Yo estoy vivo.
Tomás miró fijamente al filo.
—Y si yo soy real, tú debes de estar muerto.
—¡No! ¡Tú!
—¡Un espectro!
—¡Un fantasma!
Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en los miembros como dagas, como trozos de hielo, como luciérnagas, y se tocaron otra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados, despavoridos, y el otro, ah, sí, ese otro, era solo un prisma espectral que reflejaba la acumulada luz de unos mundos distantes.
«Encuentro nocturno»
Ray Bradbury
Durante el resto del relato, los dos personajes pensarán que el fantasma es el otro. Ese mutuo extrañamiento los hará imborrables para el lector. De alguna manera, la extraña relación de los dos personajes principales de este relato nos habla del tema de la incomunicación de los seres humanos, que a pesar de verse, tocarse y hablar, a menudo son incapaces de entender lo que hay en el otro.
5.3. Lo que no decimos
Como ya hemos afirmado, en vez de explicar al lector la información que contiene el relato, siempre es mejor preguntarnos si no será posible mostrarlo con una imagen, un objeto, una acción, un detalle o algún elemento sorprendente.
Pero sabemos que las imágenes literarias tienen la capacidad no solo de representar lo visible, sino también lo que no se puede ver, la idea abstracta o la otra realidad que subyace en una imagen concreta. Lo que mueve a la fantasía son los vacíos que el texto produce, lo que el lector pone de sí mismo en un relato.
Hay otra manera, aún más sofisticada, de hacer algo visible en un cuento: el silencio. A veces un elemento también es visible cuando el autor calla. Lo que no se dice está en el relato en forma de ausencia, pero esta omisión es tan expresiva que no hace falta más.
Veamos este fragmento, en la tercera parte de Madame Bovary. Emma ha ido de viaje a Rouen con su marido y se ha reencontrado con Léon, un antiguo amor con el que nunca llegó a tener una relación física. Hablan de sus sentimientos. Esa noche, Emma le escribe una carta de despedida que piensa darle en la catedral, donde han quedado al día siguiente. Allí se encuentra con Léon, pero se arrepiente de la cita, lo ignora y se dedica a rezar y a dejarse guiar por un guardia suizo a través del monumento. Léon sale de la catedral furioso y toma un coche de punto alquilado:
—¿Adónde vamos, Señor? —preguntó el cochero.
—¡Llévenos a donde mejor le parezca! —contestó Léon, al tiempo que empujaba a Emma dentro del coche.
El pesado vehículo se puso en marcha.
Bajó por la calle Grand Pont, cruzó la plaza des Arts, el muelle Napoleón y el Pont Neuf y se paró en seco delante de la estatua de Corneille.
—¡Siga! —oyó que le decía una voz desde dentro.
El coche volvió a reemprender ruta, cuesta abajo desde el cruce La Fayette. Luego se dirigió al galope a la estación del ferrocarril.
—¡Continúe todo seguido! —oyó que le gritaba la misma voz.
Madame Bovary
Gustave Flaubert
A continuación, Flaubert hace que el coche recorra Rouen durante horas. Cada vez que el cochero se detiene, una voz colérica que sale el interior del coche de punto le apremia a que los dos caballos sigan andando, trotando o galopando. El capítulo termina así:
Y por el puerto, entre camiones y barriles, igual que por las calles, la gente abría los ojos como platos ante el espectáculo, insólito en provincias, de aquel coche de alquiler que aparecía y reaparecía una y otra vez, siempre con las cortinillas echadas, más cerrado que un sepulcro y dado tumbos como un barco.
En un determinado momento, a mediodía y en pleno campo, con el sol hiriendo de plano los viejos faros plateados, se vio aparecer por entre las cortinas de tela amarilla una mano desnuda. Se abrió y dejó caer unos pedacitos de papel roto que se diseminaron por el viento, volaron lejos y fueron a posarse, como mariposas blancas, sobre un campo de tréboles rojos en flor.
Madame Bovary
Gustave Flaubert
En ningún momento Flaubert nos cuenta lo que sucede dentro del coche. Eso sí, presenciamos con todo detalle la escena desde un punto ciego. Flaubert sugiere, calla, no explica. Pero todos sabemos que Léon y Emma durante esa carrera desaforada de los dos caballos han consumado su amor que hasta ese momento era platónico. Flaubert, como veíamos al principio del tema, se fija en los detalles pero además añade el valor metafórico que tienen los objetos que utiliza en este fragmento; y en la fuerza que tienen estos para evocar lo no dicho. Si analizamos el texto completo, podemos incluso intuir que la velocidad de los caballos se acompasa a las etapas del amor físico. Igual que sabemos que esos pequeños fragmentos de papeles blancos, que caen como mariposas sobre tréboles rojos, son esa carta no entregada: el arrepentimiento que cae sobre la pasión de ese campo teñido de rojo.
6
Hacia el temblor de nuevos umbrales.
La poética del espacio
y el correlato objetivo
Lorena Briedis
Ninguno de nosotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces. La ciudad es la que debe ser juzgada, aunque seamos sus hijos quienes paguemos el precio.
Lawrence Durrell
Un espacio es todo aquello que podemos habitar.
Desde una buhardilla hasta un piano, desde un castillo afincado sobre una navaja en medio del Adriático hasta una cornisa. El paisaje es el horizonte en que palpita el espacio que habitamos. Visto de otro modo, el espacio es una palpitación del paisaje. Así pues, el paisaje que mira nuestra buhardilla puede ser un lago límpido a punto de evaporarse; el de nuestra cornisa, las vitrinas relampagueantes de Nueva York.
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