Temporada de caza: renacimiento. Martín Zeballos
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Название: Temporada de caza: renacimiento

Автор: Martín Zeballos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Temporada de caza

isbn: 9789878332260

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СКАЧАТЬ hacia la puerta, de pronto, conocía el nombre de mi guía—, él puede tener una idea de cómo sacarte.

      —No confío mucho en estos tipos —Dio un paso hacia atrás, como si se protegiera.

      —Vas a tener que confiar en mí. Aunque no tenga la menor idea de por dónde empezar. Antes, los datos que necesitaba me los entregaba La Hacienda. Nunca empecé desde cero.

      —¡Se terminó el tiempo, tortolitos! —Ramiro nos interrumpió de golpe y entró en la sala aplaudiendo por algo que no comprendí—. Espero hayan resuelto sus problemas entre la paloma y la alimaña.

      —Por favor, no lo llamés así… —intenté decirle al cerrar los ojos.

      —Esteban te está esperando —se apuró a contestar.

      Reconocer ese nombre me paralizó, sabía quién era y conocía su historia. Después de mucho tiempo, hablaría de nuevo con el padre de Juan. La primera vez que lo hicimos, fue porque necesitaba que rastreara a su hijo y eso fue todo.

      Cuando Juan murió y me reclutaron para ser su reemplazo, otras personas me dieron la bienvenida en su nombre, nótese el sarcasmo. Esteban jamás te hablaba de forma directa, para eso tenía a sus secuaces y uno de ellos estaba frente a nosotros. Ramiro sonreía con descaro y se comportaba como si la vida de Silvestre dependiera únicamente de él. En ese momento, recordé cuán desagradable me resultaba.

      —¿Tiene que ser ahora? —pregunté con sequedad.

      —¿Hay otra cosa más importante que tengas que hacer? —arrastró las palabras y nos miró de forma burlona—. ¿No? Eso me pareció. Si tienen suerte, podrán seguir hablando más tarde. Reitero, si tienen suerte.

      —Eso va a depender de vos —dije y fui hasta la puerta.

      —¿Qué tengo que ver yo?

      —Pensé que era urgente —lo interrumpí. Suspiró y pasó por delante de mí. Antes de seguirlo, volteé hacia Silvestre—. Voy a volver por vos.

      3

      La habitación era sórdida, para nada acogedora. Me di cuenta de que cada piso había sido reservado para una tarea en particular, pero ese en concreto, el tercero de aquel edificio que aún no recordaba, solo era para él.

      Di unos cuantos pasos hasta que advertí que Ramiro se había quedado en la puerta con una sonrisa maliciosa.

      —Que te sea leve. —Su risa se apagó con el chasquido de la cerradura.

      Como estaba sola, me acerqué al ventanal para contemplar la noche que lo cubría todo. No quedaba una sola farola en pie que marcara el camino. Las calles eran laberintos mortales.

      —Nos estamos acostumbrando —dijo Esteban, quien salió de las sombras. Había permanecido oculto en una de las paredes, quien sabe imaginando qué cosas.

      —¿Cómo se supone que lo hagamos? No somos animales nocturnos —retruqué con rapidez.

      —La gente puede ser tonta, al principio, cuando no sabe a lo que se enfrenta —con pasos firmes y tranquilos, se acercó a mí—; pero una vez que se calma la conmoción inicial, empieza a crear, a sobrevivir.

      —Si es que alguien consiguió llegar a esa etapa. —Me aparté de su lado sin disimulo—. Parece que no hay muchos de ellos allá abajo.

      —Creemos que un alto porcentaje de la humanidad aún resiste —dijo y puso las manos en los bolsillos.

      —Suena más a especulación que a certeza —arremetí.

      —No es algo que nos interese averiguar con urgencia. —Suspiró—. Preferimos abocarnos a una cuestión en particular que hay que resolver antes.

      —¿Qué pasó allá afuera? ¿Por qué los engendros acabaron con el mundo? —lo desafié.

      —Exactamente, tal cual lo plantea, señorita Rosso.

      Que conociera mi apellido no me sorprendió en absoluto, pero sí que lo utilizara en ese momento.

      —Saben por qué —aventuré.

      —Me temo que no —dijo con una sonrisa y miró hacia las calles oscuras—. Los reportes que recibimos fueron confusos y para nada concluyentes. Muchos conspiradores murieron antes de acercarse a La Hacienda, siquiera antes de salir del sitio que investigaban. Los engendros aparecieron de manera inesperada, a plena luz del día.

      —Siempre creí que eran una especie en extinción, que podíamos controlarlos. Por eso aparecían esporádicamente.

      —Son como insectos —dijo y esbozó una sonrisa—. Los insectos revolotean por ahí, van y vienen. Aunque no los veas, existen y son billones. No hay manera de acabar con ellos. Las cucarachas sobreviven a una explosión nuclear e, incluso, si pierden la cabeza siguen moviéndose por un largo tiempo. Así son los engendros, hasta creo que superan a los insectos.

      »Sin embargo, se ocultaban porque nos tenían miedo, ese fue nuestro mayor logro. Se dejaban ver en raras ocasiones y, cuando lo hacían, nosotros nos deshacíamos de ellos. Tengo que admitir que era una falsa seguridad por nuestra parte, no solo acá, sino en el resto del mundo. Que ciegos que fuimos —murmuró—. Ahora corretean por ahí como si nada pudiera detenerlos.

      —De hecho, nada pudo hacerlo.

      Volvió a sonreír.

      —Veo que Juan te entrenó bien. —Su cambio rotundo de tema me confundió por completo.

      —No sé a qué viene eso ahora. Juan solo me enseñó algunas cosas mientras trabajamos juntos. Antes de que…

      —De que muriera, lo sé.

      —Nunca encontraron su cuerpo —me apuré a decir, como si eso pudiera cambiar en algo la realidad.

      —¿Y por eso crees que está vivo? —Me miró sin dejar de sonreír mostrando sus dientes totalmente blancos—. Por eso sé que te enseñó bien, te inculcó su entusiasmo por encontrarle sentido a cada cosa. Lo caracterizaba su ímpetu por resolverlo todo. No se daba por vencido con facilidad. Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir antes de nacer.

      —Me sorprende que naciera en circunstancias normales. —Esteban me observó, confundido—. Hubo días en los que creí que Juan había nacido de un repollo radiactivo o algo por el estilo. A veces, parecía tener la capacidad de enfrentarse solo al mundo, como si tuviera superpoderes.

      De a poco, mi memoria liberaba pequeños fragmentos de lo que vivimos juntos.

      —A pocas semanas de nacer, su madre cayó enferma. —Había cierta melancolía en su rostro, apenas oculta por las sombras—. Aunque ella me lo aseguró en reiteradas oportunidades, estoy convencido de que alguno de los trabajos que realizó para La Hacienda la dejó exhausta, pero nunca lo admitió. ¡Sí, sí! Trabajó para nosotros, fue así como nos conocimos. Era la mejor de los conspiradores de su época. Una leyenda para todo aquel que ingresara.

      Calló de repente.

      —¿Qué СКАЧАТЬ