Temporada de caza: renacimiento. Martín Zeballos
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Название: Temporada de caza: renacimiento

Автор: Martín Zeballos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Temporada de caza

isbn: 9789878332260

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СКАЧАТЬ siguió Silvestre y, por último, Lucio se irguió a regañadientes y sacó pecho como si pudiera infundirle miedo a la noche misma.

      Ambos grupos nos vimos, cada uno desde su posición. Fui la primera en avanzar hacia ellos. En la oscuridad, con la luna en lo alto, apenas se distinguían los cuerpos que empezaban a moverse. Una figura esbelta tomó la delantera del grupo contrario.

      Con cautela, pero con seguridad, caminé y, a mitad de camino, nos encontramos. Eran dos hombres y un niño, de aproximadamente cinco años, aferrado a las piernas del que supuse era su padre. El pequeño nos observaba con miedo. El resto del grupo lo conformaban tres mujeres, una de ellas era una adolescente que portaba un arma y un cuchillo colgados en su cintura. Otra, esbelta y con ojos demacrados nos observaba en la delantera del grupo; no dejaba de sonreír con cierta timidez.

      —Hola, soy Mónica. —Levantó la mano con nerviosismo—. Este es mi marido, Pedro, y mis hijos, Patricia y Santiago. No tengas miedo, Santi, no pasa nada.

      —Son unos completos desconocidos. Pueden ser ladrones o esas cosas —dijo el hombre canoso de panza prominente y camisa sucia. Pedro era quien protegía a su pequeño hijo.

      —Me llamo Laura, y ellos son Lucio y Silvestre —los presenté tan rápido como pude al señalar a cada uno.

      —Tampoco nos conocen —contestó Mónica sin inhibiciones—. Por cierto, él es Mario y ella es su esposa, Liliana. Eran vecinos nuestros antes de que pasara todo esto.

      —¿Ustedes saben qué sucedió? ¿Qué son esas cosas que andan por ahí? —Liliana llevaba una cola desprolija en el pelo que, de alguna manera, hacia juego con el atuendo deshilachado que usaba: una remera andrajosa y un jean gris que podría haber sido de otro color en un principio.

      —Deben estar en la misma que nosotros. Nadie sabe nada, mujer. —Mario, su esposo, habló con aspereza mientras cambiaba de lado el peso de la escopeta que cargaba.

      Liliana bajo la mirada y se tomó de los codos, dando un paso hacia atrás, sumisa al comentario hiriente de su marido.

      En ese momento, me pregunté quiénes eran los monstruos en realidad.

      —Me temo que es verdad, no tenemos idea qué está pasando. Estamos igual que ustedes —me apresuré a mentir.

      Mario hizo una mueca de burla que, gracias a su estilo desgarbado, el pelo gris y la barba de varios días, le dieron un aspecto tétrico.

      —Todo es igual en cualquier parte. —Pedro me miró y después examinó a Lucio y a Silvestre; pero centró su atención en el primero, no dejaba de observarlo. Presté atención; era la segunda escopeta del grupo y tenía un machete que ondulaba en su cintura a cada movimiento—. No hay más que autos, casas abandonadas y basura por todas las calles.

      —¿Encontraron sobrevivientes? —preguntó Silvestre y percibí un poco de calma en su voz. Supuse que intentaba apaciguar los ánimos que, de seguro, podía olfatear como a una presa.

      Pedro miró hacia otro lado, Mario se fijó en mí, los niños observaron a sus padres y las mujeres bajaron la vista al suelo. Bajo la suave luz de la luna, aquello era semejante a un velorio. Aunque si lo pensaba mejor, ¿había tiempo para encuentros normales?

      —Solo unos pocos, pero decidieron seguir su propio camino —respondió Pedro—. No tengo idea de cómo se las rebuscarían, pero de seguro terminaron devorados por alguna de esas… cosas.

      —¿Pelearon con alguna? —dije con demasiado entusiasmo; eso llamó la atención de Mario.

      —¿Ustedes sí? —quiso saber él y volvió a mover la escopeta. La tomó con las dos manos, como preparándola para usar en cualquier momento.

      —Dijeron que tenían que cruzar la avenida. ¿Tienen familia del otro lado? —nos interrumpió Mónica de nuevo con una sonrisa.

      —Algo así. Por eso nos preocupa llegar cuanto antes. —Traté de aparentar tranquilidad, a menos que Mario estuviera dispuesto a cuestionarme aquello también. Para mi alivio, no dijo nada—. No quiero parecer maleducada, pero nos gustaría seguir. Es para que no se nos haga demasiado tarde.

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