Temporada de caza: renacimiento. Martín Zeballos
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Название: Temporada de caza: renacimiento

Автор: Martín Zeballos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Temporada de caza

isbn: 9789878332260

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СКАЧАТЬ la cabeza, que la tenía entre las piernas, con tranquilidad y clavó su mirada en mí. Había algo familiar en esos ojos.

      —Espero que puedas sacarle algo más, este hijo de puta nos está haciendo parir. —Mi compañero amagó a sentarse en la única silla de plástico que había en el lugar.

      —Prefiero que estemos solos, si no te importa —me apuré a decir antes de que se acomodará demasiado.

      Su cara de sorpresa dejó en claro que no se lo esperaba. No me importó si realmente se había enojado o si le parecía mala idea. Sentía una conexión con el hombre que estaba dentro de la jaula y quería saber por qué. Y si él podía explicarme el resto, aún mejor.

      —Tené cuidado —dijo mi guía y se puso de pie con desconfianza—. Aunque no lo dejemos convertirse en lobizón, todavía puede matarte con las manos.

      Pronto, desapareció tras la puerta sin dejar de mirar hacia atrás. Permanecí en mi lugar pese a sus palabras. Porque, si bien me resultaron confusas, sabía muy dentro de mí, que yo era parte de eso.

      El prisionero en la jaula me observó con curiosidad, con atención. Tomé la silla y me senté delante de él sin saber qué decir. Prestó atención a la venda en mi cabeza y por instinto me llevé la mano a ella.

      —¿Qué te pasó? —me preguntó con un tono cargado de confianza.

      —No sé. —Suspiré.

      —No recordás nada —dijo y frunció el entrecejo—. Tiene que ser cuando el helicóptero se estrelló.

      —Sí, tiene que ser eso —dije con ironía.

      —Por salvarte, me atraparon —dijo con una sonrisa.

      Miré el suelo con cierta vergüenza.

      —Perdoná, no sé… ni siquiera sé quién o qué sos. Él dijo que eras un lobizón. —Señalé hacia atrás.

      —Y, sin embargo, no te pareció raro. ¿Querés que te ponga al día?

      —Si no te molesta, por favor. —Bajé los hombros con resignación y él sonrió.

      Se puso de pie con parsimonia, como si hiciera gala de cuán grande era. Su estatura alta, su cuerpo atlético parecía brillar en la penumbra. Estaba semidesnudo, apenas llevaba unos jeans roídos, e iba descalzo; permaneció en su lugar.

      —Supongo que ni siquiera te acordás de mi nombre —Hizo una pausa y negué con la cabeza—. En cierta forma, soy tu amigo y de Juan.

      Se quedó en silencio y, antes de que desviara la mirada, vi tristeza en sus ojos.

      —Eso no tiene sentido. Primero, no sé quién es esa persona y, segundo, si somos amigos, ¿por qué estás en esa jaula?

      —Juan fue quien te entrenó y te preparó para vivir todo esto. Para este trabajo. No todos consideran a los engendros como amigos. Juan y vos fueron los únicos.

      —¿Qué le pasó?

      —Murió. Bueno, al menos su cuerpo. Porque ya le habían robado el alma.

      Un fuerte dolor de cabeza me hizo cerrar los ojos y traté de concentrarme. De a poco, todo cobró sentido.

      —El Hueñauca se la quitó debajo de la montaña. ¿Verdad? Tengo ciertos flashes, imágenes al azar. Yo estuve con él.

      La angustia me oprimió el pecho y él se dio cuenta. Se acercó a los barrotes y dijo:

      —Siempre estuviste con él, en todo momento. Hasta que cayó en la Salamanca.

      —Nunca recuperaron su cuerpo. Pero ¿qué pasó después? Eso se niega a aparecer en mi cabeza todavía. ¿Por qué hay una guerra allá afuera?

      —Es contra nosotros, Laura. No sabemos qué sucedió. De la noche a la mañana, los engendros tomaron el control del mundo. Ibas camino a La Hacienda cuando sucedió y te derribaron. No estoy seguro de que haya sido un accidente.

      —¡Silvestre! —dije con un entusiasmo sinsentido y él sonrió—. Dijiste que te atraparon por salvarme.

      —Estaba cerca del accidente y fui a buscarte. De hecho, te saqué del helicóptero. Ahí fue dónde La Hacienda me cazó y, ahora, acá estoy.

      —Perdoná.

      —Dejá de disculparte a cada rato.

      —Es que me da bronca no recordar nada. Ni siquiera sé por qué estamos en este lugar.

      —Asumo que pretenden encontrar nueva información sobre la caída del mundo. Soy la única conexión viable que tienen con los engendros.

      Me levanté y fui de un lado a otro en un intento de entender, de recordar los detalles que, por alguna razón esquiva, se rehusaban a aparecer.

      —Tengo estos… flashes —dije y me toqué la sien— de hechos que pasaron. No recuerdo de qué tiempo son. Me genera tanta confusión. Hablar con vos y que el resto esté del otro lado de la puerta a la espera… ¿de qué?, ¿que te mate?

      —Es probable. Les causé algunos problemas antes de terminar acá. —Silvestre se reacomodó en su lugar para estar más tranquilo—. Supongo que tener de amigo a Juan no fue de ayuda. Creo que lo empeoró. Todavía me cuesta creer que no esté con nosotros.

      —Yo tenía que ver a mi familia, es lo único que tengo en mi cabeza. Se suponía que festejaríamos mi cumpleaños —dije y me apoyé en la pared cercana a la celda.

      —De seguro están muertos, Laura. —Su frialdad me chocó de golpe. De pronto, se me antojó salir corriendo de ese lugar—. Los engendros se alzaron con el control de la noche a la mañana. Nadie estaba preparado para lo que ocurrió. El gobierno fue lento para actuar y la gente murió en las calles. Nosotros vimos esas muertes.

      Hizo silencio, tal vez, esperaba que dijera algo.

      —No. Ellos están bien. Somos una familia difícil. —Intenté sonreír—. Además, se suponía que los teníamos controlados, en La Hacienda me refiero. —Volví a mi lugar en la silla.

      —Fue una ola que lo arrasó todo. Más que eso. No dudaron. Sabían lo que estaban haciendo. Lamento no haber podido ayudarte. Dijiste que La Hacienda tendría respuestas.

      —Estoy convencida de que es así. Tengo que volver. —Me puse de pie para marcharme.

      —Laura, La Hacienda no existe. Cuando caíste, yo estaba ahí. Dudo que los demás cuarteles se mantengan en pie. Si no, no estaríamos en esto —dijo e hizo un gesto que abarcaba el lugar.

      —Esto está mal. Siempre lo quitan todo. Pensé que podía ser diferente. Los eventos se habían calmado.

      —No fue por mucho tiempo. Y no soy una buena fuente de información, me dejaron de lado desde que estuve con ustedes. Tenés que averiguar qué pasó, por qué la humanidad perdió la batalla. No solo por vos y por tu familia, sino por lo que luchó Juan.

      —¿Me ayudarías?

      Se СКАЧАТЬ