Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
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Название: Ravensong. La canción del cuervo

Автор: TJ Klune

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877476613

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СКАЧАТЬ entrecortada.

      –Mark –replicó Thomas divertido–. Linda corbata. ¿No hace un poco de calor para eso?

      Se sonrojó y el rojo se extendió por su cuello y sus mejillas.

      –No es… estoy tratando… Cielos, podrías…

      –Creo que iré a bailar con Elizabeth –anunció Thomas, dándome una palmada en el hombro–. Sería una pena desperdiciar el momento. ¿No te parece, hermano?

      –¿Por qué estás vestido así? –le pregunté.

      Tenía puesta una corbata de vestir roja sobre una camisa blanca y pantalones formales. Estaba descalzo, y no pude recordar si ya le había visto los dedos de los pies alguna vez. Los enterraba en la hierba, el verde brillaba contra su piel.

      –No, es solo que… –agitó su cabeza–. Porque quería, ¿okey?

      –O… Okey –fruncí el ceño–. Pero ¿no tienes calor? –pregunté.

      –No.

      –Estás sudando.

      –No es porque tenga calor.

      –Ah. ¿Estás nervioso?

      –¿Qué? No. No. No estoy nervioso. ¿Por qué estaría nervioso?

      –¿Estás enfermo? –lo examiné con los ojos entrecerrados.

      Me gruñó.

      Le sonreí.

      –Mira –dijo, ronco–. Quería… Okey... ¿Puedo…?

      –¿Puedes…?

      Parecía a punto de explotar.

      –¿Sabes bailar? –escupió.

      Me lo quedé mirando.

      –Porque si sabes, y si quieres, podemos… Quiero decir, está bien, ¿verdad? Está bien. Podemos quedarnos parados aquí. O lo que sea. Eso también estaría bien.

      Inquieto, se tironeó la punta de la corbata. Me miró, apartó la mirada y volvió a mirarme.

      –No tengo idea de qué estás diciendo –admití.

      Suspiró.

      –Lo sé. Estoy…

      –Sudando.

      –¿Podrías dejar de decir eso?

      –Pero lo estás.

      –Cielos, eres tan imbécil.

      Me reí.

      –Ey, nada más estaba señalando…

      –¡Gordo!

      Me volví.

      Mi madre. Me llamaba con señas. Padre había dicho que estaba enferma de nuevo, que no vendría. Me había dejado en la casa y me había dicho que volvería luego, que tenía asuntos que atender antes de regresar. No le pregunté qué asuntos.

      Y ahora ella estaba aquí, con una sonrisa frágil en la cara. Tenía el pelo descuidado y retorcía las manos.

      –¿Está bien? –preguntó Mark–. Está…

      –No lo sé –respondí–. No se sentía bien más temprano y… Iré a ver qué quiere. Espera aquí, ¿okey? Enseguida vuelvo. Y quizás entonces puedas decirme por qué llevas una corbata.

      Antes de que me marchara, me tomó la mano. Lo miré.

      –Ten cuidado, ¿sí?

      –Tan solo es mi mamá...

      Me soltó.

      –Hola –dijo ella cuando la alcancé–. Hola, cariño. Hola, bebé. Ven aquí. ¿Puedo hablar contigo? Ven aquí.

      Fui, porque era mi madre y haría cualquier cosa por ella.

      Me tomó de la mano y rodeamos la casa.

      –¿A dónde estamos…?

      –Silencio. Espera. Nos oirán.

      Los lobos.

      –Pero…

      –Gordo. Por favor. Confía en mí.

      Nunca me había dicho eso antes.

      Hice lo que me pedía.

      Rodeamos la casa hasta el sendero de entrada. Vi su coche aparcado detrás de los demás. Me condujo a él, abrió la puerta del lado del acompañante y me hizo un gesto para que entrara. Dudé y eché un vistazo por encima del hombro.

      Mark estaba allí, junto a la casa, observándonos. Dio un paso hacia mí, pero mi madre me metió de un empujón al auto.

      Dio la vuelta y entró ella también antes de que yo pudiera girarme en el asiento.

      Había dos maletas en la parte trasera.

      –¿Qué está sucediendo? –pregunté.

      –Es hora.

      Levantó una nube de polvo al dar marcha atrás y casi choca contra otro vehículo.

      –¿Por qué…?

      Enderezó el coche y volamos camino abajo. Miré por el espejo retrovisor a las casas que quedaban atrás. Mark había desaparecido.

      Para mi doceavo cumpleaños hubo una fiesta.

      Vino mucha gente.

      La mayoría eran lobos.

      Algunos no.

      A Tanner, Chris y Rico los trajeron sus padres. Era la primera vez que visitaban las casas al final del camino, y tenían los ojos muy abiertos.

      –Dios mío –susurró Rico–. No nos dijiste que eras rico, papi.

      –Esta no es mi casa –le recordé–. Has estado en mi casa.

      –Es más o menos lo mismo –replicó.

      –Ah, hombre –exclamó Chris, mirando al regalo mal envuelto que tenía en la mano–. Te compré algo en la tienda de todo a un dólar.

      –Yo ni te traje un regalo –dijo Tanner, contemplando las serpentinas, los globos y las mesas repletas de comida.

      –Puedes СКАЧАТЬ