Название: Ravensong. La canción del cuervo
Автор: TJ Klune
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789877476613
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–Amo la música. A veces, dice cosas que tú no puedes –me dijo.
Miré de reojo a Joe.
Contemplaba maravillado a sus hermanos, animado como nunca lo había visto en semanas.
Carter le echó un vistazo. Sonrió.
–Te sabes la letra. Vamos. Tú puedes.
Pensé que Joe se negaría. Pensé que volvería a mirar por la ventanilla.
Pero cantó con sus hermanos.
En voz baja al principio, un poco tembloroso. Pero a medida que la canción avanzaba, cantó más y más fuerte. Todos lo hicieron, hasta acabar gritándose, felices como nunca desde que el monstruo de su infancia había asomado la cabeza y les había quitado a su padre.
Cantaron.
Rieron.
Aullaron.
Me miraron.
Pensé en un chico con ojos de hielo diciéndome que me amaba, que no quería irse de nuevo, pero que debía hacerlo, que debía, su Alfa se lo exigía, y que volvería a buscarme, Gordo, tienes que creer que volveré por ti. Eres mi compañero, te amo, te amo, te amo.
No podía hacer esto.
Y, en ese momento, Joe puso su mano sobre la mía.
Me la apretó, una sola vez.
–Vamos, Gordo –me animó–. Te sabes la letra. Tú puedes.
Suspiré.
Canté.
Todos estábamos hambrientos como el loooooobo.
Condujimos y condujimos y condujimos.
En los rincones más recónditos de la mente, volví a oírlo. Por primera vez.
Susurraba manada y manada y manada.
Sabía que ocurriría. Cada texto, cada llamada, se volvió más difícil de ignorar. Nos tironeaban hacia casa, eran un peso sobre nuestros hombros. Un recordatorio de todo lo que habíamos dejado atrás. Me di cuenta de lo mucho que afectó a Carter y a Kelly el enterarse de que su madre, por fin, se había transformado en humana de vuelta.
Lo mucho que le pesaba a Joe que Ox hiciera preguntas que no podía responder.
Mark nunca dijo nada.
Pero yo tampoco le decía nada.
Era mejor así.
–Tenemos que deshacernos de los teléfonos –dijo Joe, y no se lo discutí demasiado.
Sus hermanos se resistieron. Era admirable que se opusieran a su Alfa. Me rogaron que le dijera que estaba equivocado. Que había una manera mejor de hacerlo. Pero no lo hice porque ahora soñaba con lobos, con la manada. No sabían lo que yo sabía. No habían visto cómo los cazadores habían llegado a Green Creek sin advertencia, cómo habían llegado a la casa al final del camino para impartir muerte. No nos habíamos dado cuenta. No estábamos preparados. Había visto a Richard Collins caer de rodillas con la sangre de sus seres queridos manchando el suelo a su alrededor. Había echado la cabeza atrás y había chillado su espanto. Y cuando el nuevo Alfa le puso la mano sobre el hombro, Richard había reaccionado.
–No hiciste nada –gruñó–. No hiciste nada para detenerlo. Esto es culpa tuya, tuya.
Así que cuando Joe se volvió hacia mí en búsqueda de validación, le dije que estaba siendo estúpido. Que Ox no entendería, ¿y en serio quería hacerle eso?
Pero eso fue todo.
–Es la única manera –afirmó.
–¿Estás seguro?
–Sí.
–Su Alfa ha hablado –les dije a Carter y a Kelly.
Les quité los teléfonos.
Durmieron mal esa noche.
La luna no era más que una astilla cuando abrí la puerta del motel y salí a la noche.
Había un cubo de basura al final del estacionamiento.
El teléfono de Joe fue el primero. Luego el de Carter. Después el de Kelly.
Sostuve el mío con fuerza.
La pantalla brillaba en la oscuridad.
Resalté un nombre.
Mark.
Escribí un texto.
Lo siento.
Mi pulgar flotó sobre el botón de enviar.
Como a tierra. A tierra y a hojas y a lluvia…
No envié el mensaje.
Eché el teléfono en el cubo de basura y no miré atrás.
EL ELECTRODO DE LA BUJÍA /
PEQUEÑOS EMPAREDADOS
Tenía once años cuando Marty nos descubrió entrando a hurtadillas al taller.
No sé por qué me atraía tanto. No era nada especial. El taller era un edificio viejo cubierto de una capa de mugre que daba la impresión de que nunca lo habían limpiado. Tres puertas grandes conducían a fosas con montacargas oxidadas dentro. Los hombres que trabajaban allí eran rudos, tenían las mejillas hundidas y tatuajes les cubrían los brazos y los cuellos.
Marty era el peor de todos. Tenía la ropa siempre manchada con mugre y aceite, y el ceño fruncido permanentemente. Su pelo, que se le paraba alrededor de las orejas, era fino y ralo. La viruela le había dejado marcas en la cara, y la tos que lo sacudía sonaba húmeda y dolorosa.
Lo encontraba fascinante, aún a la distancia. No era lobo. No estaba embebido en magia. Era terrible y dolorosamente humano, brusco y voluble.
Y el taller mismo era una especie de faro en un mundo que no siempre tenía sentido. El abuelo llevaba unos años bajo tierra y mis dedos tenían ganas de tocar una llave de torsión y un martillo antirrebote. Quería oír el ronroneo de un motor para descubrir cuál era el problema.
Esperé hasta un sábado en el que no había nadie dando vueltas. СКАЧАТЬ