Название: Ravensong. La canción del cuervo
Автор: TJ Klune
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789877476613
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Los lobos de los Glaciares señalaron al norte. La manada era pequeña; vivían en un par de cabañas en el medio del bosque. La Alfa era una imbécil, en pose y amenazante.
–Mi padre era Thomas Bennett –dijo Joe–. Se ha ido y no descansaré hasta que quienes me lo quitaron sean solo sangre y huesos.
Las cosas se calmaron mucho después de eso.
Los Omegas habían entrado a su territorio. La Alfa señaló un montón de tierra con una cruz de madera y rodeado de flores. Una de sus Betas, explicó. Los Omegas habían llegado como un enjambre de avispas, con los ojos violetas y las fauces babeantes. Murieron, la mayoría. Los que escaparon lo hicieron a duras penas. Pero no sin llevarse a una de las suyas.
Richard no estaba con ellos.
Pero habían oído susurros desde lo profundo de Canadá.
–Conocí a Thomas –me comentó la Alfa antes de que nos marcháramos. Su compañero les daba conversación a los muchachos y no paraba de ofrecerles tazones de sopa y rodajas de pan–. Era un buen hombre.
–Sí –respondí.
–A ti también te conocía –agregó–. Aunque nunca nos vimos en persona.
No la miré.
–Él sabía… –me dijo–, lo que habías vivido. El precio que pagaste. Pensaba que algún día volverías a él. Que necesitabas tiempo, espacio y…
–Esperaré afuera –la interrumpí bruscamente.
Carter me miró, con las mejillas a reventar y caldo cayéndole por la barbilla. Le hice señas de que no era nada.
El aire estaba fresco y las estrellas brillaban.
Vete a la mierda, pensé, contemplando la inmensidad. Vete a la mierda.
No encontramos a Richard Collins en Calgary.
Encontramos lobos salvajes.
Nos atacaron, perdidos en su locura.
Me daban lástima.
Hasta que nos superaron en número y fueron por Joe.
Lanzó un grito cuando lo hirieron, y sus hermanos gritaron su nombre.
El cuervo extendió sus alas.
Quedé agotado cuando terminó, cubierto en sangre de Omegas. Los cadáveres cubrían el suelo a mi alrededor.
Joe se apoyaba entre Carter y Kelly, la cabeza gacha mientras su piel volvía a tejerse lentamente. Respiraba agitado.
–Me salvaste –me dijo–. Nos salvaste.
Aparté la mirada.
Mientras él dormía, tomé el teléfono desechable que traía conmigo. Resalté el nombre de Mark y pensé en lo sencillo que podía ser. Podía apretar un botón y su voz estaría en mi oído. Podía decirle que lo sentía, que jamás debería haber dejado que llegara tan lejos. Que entendía la decisión que había tomado tanto tiempo atrás.
En vez de eso, le envié un texto a Ox.
Joe está bien. Nos topamos con algunos problemas. Está descansando.
No quería que te preocuparas.
Esa noche, soñé con un lobo café que apretaba su hocico contra mi barbilla.
Un teléfono sonó cuando estábamos en Alaska.
Lo contemplamos sin saber qué hacer. Habían pasado cuatro meses desde que habíamos dejado Green Creek atrás, y no estábamos más cerca de Richard que antes.
Joe tragó al tomar el teléfono desechable del escritorio de otro motel sin nombre en el medio de la nada.
Pensé que ignoraría la llamada.
Pero la atendió.
Todos escuchamos. Cada palabra.
“Tú, maldito cretino” dijo Ox, y deseé con todas mis fuerzas ver su cara. “¡No puedes hacerme esto! ¿Escuchaste? No puedes. ¿Acaso te importamos una mierda? ¿Te importamos? Si te importamos, si alguna parte de ti se preocupa por mí, por nosotros, tendrías que preguntarte si todo esto vale la pena. Si lo que estás haciendo vale la pena. Tu familia te necesita. Maldición, yo te necesito”.
Nadie dijo nada.
“Cretino. Tú, maldito bastardo”.
Joe dejó el teléfono sobre el borde de la cama y se dejó caer de rodillas. Apoyó la barbilla sobre la cama y contempló el teléfono mientras Ox respiraba.
Después de un rato, Kelly se sentó junto a él.
Carter lo imitó, y los tres se quedaron mirando el teléfono y escuchando los sonidos de casa.
Condujimos por una polvorosa carretera secundaria; los campos verdes se extendían alrededor nuestro. Kelly iba al volante. Carter estaba en el asiento del acompañante, la ventanilla baja, los pies sobre el salpicadero. Joe iba atrás conmigo, con la mano colgando fuera y el viento soplándole entre los dedos. La música de la radio sonaba bajito.
Nadie dijo una palabra durante horas.
No sabíamos a dónde estábamos yendo.
No tenía importancia.
Imaginé que pasaba los dedos por una cabeza rapada, que con los pulgares seguía las cejas y la curva de una oreja. Que oía las vibraciones graves del gruñido de un depredador dentro de un pecho fuerte. La sensación de una estatua de piedra minúscula en la mano por primera vez, con su sorprendente peso.
Carter emitió un sonido y se estiró para subir el volumen de la radio. Le sonrió a su hermano. Kelly puso los ojos en blanco pero sonrió en silencio.
La carretera seguía.
Carter fue el primero en empezar a cantar. Desafinaba y era impetuoso, cantaba fuerte cuando no correspondía, y se equivocaba todo el tiempo con las letras.
La primera estrofa la cantó solo.
Kelly se le unió para el estribillo. Su voz era dulce y cálida, y más fuerte de lo que me imaginaba. La canción era más antigua que ellos. La habían aprendido de su madre. СКАЧАТЬ