E-Pack Bianca octubre 2020. Varias Autoras
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Название: E-Pack Bianca octubre 2020

Автор: Varias Autoras

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Pack

isbn: 9788413752396

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      Cuando él dirigió la vista a la casa, de cuya chimenea salía humo, ella se puso tensa.

      –No te voy a invitar a entrar –le espetó–. No vas a conocerlo cuando tú quieras. Creí habértelo dejado claro.

      –¿Y esto es lo que quieres para él? –Pascal señaló los campos y las nubes–. ¿Una bonita vista?, ¿un cielo ilimitado, pero ninguna verdadera opción? ¿Qué va a hacer aquí, aparte de cultivar la tierra o trabajar en la abadía?

      –Como solo tiene cinco años, todavía no hemos hablado de sus perspectivas profesionales –dijo ella con voz fría e insultante–. Le gustan más los camiones.

      Él la observó mientras analizaba su necesidad, casi abrumadora, de ponerle las manos encima. Y no porque estuviera enfadado.

      –Gracias –dijo él en voz baja–. Es lo primero sobre mi hijo que te has molestado en contarme: que le gustan los camiones.

      Ella apartó la mirada.

      –La gente vive feliz aquí, por mucho que te cueste entenderlo.

      –Puede que sea así, pero ¿por qué vas a negarle que conozca el mundo, en el caso de que no sea una de esas personas?

      –Veo que la vida sencilla no te atrae –dijo ella, mientras el viento le echaba el cabello sobre el rostro. Ella se lo retiró al tiempo que lo fulminaba con la mirada–. Pero eso demuestra tu esnobismo.

      Pascal la examinó, despeinada y tiritando. Estaba entre la casa y él, como si fuera a impedirle dirigirse hacia ella.

      La necesidad de hacerlo casi le producía dolor.

      Soñaba con la cara del niño. Se la imaginaba.

      La casita parecía protegida y acogedora. Salía luz de su interior y, aunque era invierno, Pascal vio los restos de flores del verano. Parecía una casa querida. Parecía feliz.

      A Pascal le resultaba insoportable pensar que podía haberse ido a casa tras su cita en Roma, haberse acostado y seguido con su vida. Podía no haber vuelto al valle y no haberse enterado. Cecilia estaba plantada frente a él, con las mejillas rojas de frío y los brazos cruzados, como si él fuera el enemigo, cuando era ella la causante de todo aquello, la que se había refugiado allí con un secreto que no pensaba contarle.

      –Te dije que iba a quedarme. ¿Creías que iba a cambiar de idea?

      –Puede que esperara que lo hicieras –contestó ella.

      Él hubiera preferido ahorrarse esa amarga sinceridad.

      Solo después de haberla dejado, para desahogar su cólera mientras seguía caminando por los campos helados del valle, entendió por qué no podía considerarla malvada, aunque debería. Le dolía el pecho al recordar la forma de ella de plantarse frente a él y comprendió el motivo al volver a su monástica habitación.

      Habría dado lo que fuera porque su madre lo hubiera defendido de aquella manera, aunque solo hubiera sido una vez.

      Pero Marissa Del Guardia ni siquiera se había defendido a sí misma y, ciertamente, no al hijo al que no había deseado y que había arruinado su felicidad, algo que no tuvo reparo en decirle al niño. Su padre la había deslumbrado como si fuera la flor de un jardín y no la camarera de un restaurante que él frecuentaba. La había utilizado a su antojo y se había librado de ella al quedarse embarazada.

      La reacción de Marissa había sido la desolación, seguida de pastillas para dormir y todo lo que pudiera encontrar para hacer más soportables los días.

      Pascal no se imaginaba ninguna circunstancia en que ella hubiera podido llegar a defenderlo. Solo le extrañaba que hubiera llevado el embarazo a término.

      Era innegable que le agradaba que la madre de su hijo estuviera dispuesta a ahuyentar a cualquier adversario, aunque ese adversario fuera él.

      Al cabo de una semana encerrado en una habitación con la única compañía de sus recuerdos, Pascal comenzó a perder su famosa sangre fría.

      Le había resultado como mínimo instructivo darse cuenta de hasta qué punto podía dirigir la empresa desde lejos, lo que le indicaba que podía relajarse, cosa que no había hecho desde sus comienzos.

      Pero llegó un momento en que se le hizo insoportable su estancia allí, acompañado de una monjas que lo trataban como a un niño travieso, la alargada sombra de lo que había hecho allí y de su modo de marcharse y de una mujer que pensaba que podía hacer que se cansara de esperar para volver a robarle a su hijo.

      No estaba allí para analizar su adicción al trabajo, sino por su hijo.

      Y su paciencia había llegado al límite.

      Así que le resultó casi tranquilizador encontrarse a Cecilia esperándolo en el vestíbulo del hospital, al salir de su habitación.

      Llevaba un abrigo de color caramelo que hacía brillar su cabello. Lo miró fijamente durante unos segundos, como si estuviera pensando qué decirle.

      –Llevo aquí una semana –observó Pascal, sin importarle si alguien los veía u oía–. He estado en mi celda y he pagado la pena. ¿Qué más quieres de mí?

      –Es una pregunta peligrosa.

      –¿Quieres que te suplique? –preguntó en tono amenazador. Estaban solos en el vestíbulo, aunque a él le hubiera dado igual que toda la orden los hubiera rodeado cantando himnos de alabanza–. ¿Que te ruegue? ¿O que defienda mis argumentos con un beso, que parece ser lo único con lo que dejas de considerarme un enemigo? Dime qué debo hacer. Quiero ver a mi hijo.

      –Nada de eso será necesario –contestó ella. Y esa vez, él no atribuyó el repentino rubor de sus mejillas al frío exterior–. Voy a dejarte que lo veas.

      –Muy amable de tu parte, de verdad.

      –Ese tono malicioso no va a favorecerte –contestó ella con ojos centelleantes–. No tengo por qué dejarte que lo veas. Y no te hagas ilusiones. No voy a decirle quién eres. Aún no. Pero, como dices, llevas aquí una semana, cuando esperaba que te fueras inmediatamente. Sin embargo, te has quedado y no has intentado entrar en mi casa a la fuerza.

      –No sabía que debía aprobar un examen –dijo Pascal en tono gélido–. Una prueba secreta para descubrir si soy una persona decente. No sabía que ese fuera el tema de debate.

      –La mujer que lo cuida, junto a otros niños, mientras trabajo los ha dejado salir, porque está despejado –dijo ella como si no lo hubiera oído–. Puedes verlo. Y antes de que protestes porque no es suficiente, debes tener en cuenta que mi primer impulso fue no dejarte ni siquiera verlo.

      Pascal no estaba seguro de no traicionarse al hablar, así que no dijo nada. Se limitó a indicarle la puerta con la cabeza. Ella salió. Parecía tensa. Caminaba dando saltitos, como si sus huesos protestaran por lo que iba a hacer.

      Seguía tratándolo como si fuera el soldado herido que podía haber muerto allí, totalmente olvidado. Y él le había concedido aquella semana porque aquel soldado seguía viviendo en su interior, porque lo había olvidado y, al recordarlo, se había sentido culpable.

      Pero СКАЧАТЬ