Название: La sombra del General
Автор: Leonardo Killian
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Imaginerías
isbn: 9789878636344
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—Esa es la que me sé —le dijo Don Pepe.
—Se dice que la compuso el mismo José Antonio.
—¿Has oído hablar de José Antonio? A ese lo hizo matar Franquito. Mira, yo soy camisa vieja y te la juro por esta, a ese, lo hizo matar Franco. O por lo menos no hizo nada para que no lo fusilaran.
Macedo terminó el corte y mientras le acercaba el espejo a la nuca le susurró, como si todavía estuviera en la España del Caudillo.
—No te metas con esa gente. Hazme caso.
“No te metas en líos con esa gente” —insistió.
—¿Usted lo conoció, don José? —preguntó como si se tratara de un dios.
—Yo era un chico y lo vi pasar entre su gente cuando iba a hablar a un teatro. Una figura imponente —contestó mientras le cobraba. El gallego se había puesto muy serio. Estaba claro que no quería hablar más del tema.
Se fue de la peluquería sin mostrarle su llavero. De un lado la cruz de Malta y del otro las flechas con el yugo de los Reyes Católicos en rojo y negro. Se arrepintió de haber tenido esa conversación. Pensó que no tenía derecho a joder al gallego que la había pasado mal en serio, mientras él jugaba al nacionalismo.
TOMA 7
La peluquería está en la calle Pasco y por lo que me contaron, Don José llegó a principios de los cincuenta y nunca dejó de trabajar.
Estaba terminando un corte así que me senté a esperar.
Cuando terminó con el escobillón le pregunté si se acordaba del pibe.
—¿Qué si le conocí? ¿Y usted por qué lo quiere saber?
Como pensé “un gallego jamás te va a contestar una pregunta si no es con otra”.
Le empecé a explicar que estaba escribiendo una nota para el diario… pero me interrumpió como si no me escuchara.
—Era un chico normal, como cualquiera de los de aquí del barrio. Venía a cortarse el cabello muy corto una vez al mes. Muy callado, muy correcto. No como el padre que era una muy mala persona.
“¿Por qué? Bueno porque todo el barrio lo sabía. Alguien que le pega a la mujer sin ningún motivo es una mala persona. ¿A usted qué le parece? La madre era una buena mujer. Demasiado buena diría yo. Aguantaba todo lo que hacía ese tipo. Supongo que por eso este chico se fue de la casa tan joven.
“No. Por aquí no vino más y nunca lo volví a ver.
“No le puedo decir nada más porque no sé más que lo que le cuento” —terminó.
Le agradecí con un apretón de manos, le dejé mi tarjeta y me fui.
Se acercó a la puerta para asegurarse que el tipo se hubiera ido, cerró con cuidado, alzó el teléfono y lo llamó a Mario.
—Oye Marito, un tipo anduvo por acá preguntando por tu sobrino. Me dijo que era periodista, pero no me gustó nada.
“De nada hombre, a ver cuándo te vienes una noche a tomar una copita.
TOMA 8
El día que cumplió quince años, se levantó y se fue para la cocina donde la vieja lo esperaba con el café con leche. Esta vez había una tortita de ricota y un beso de la gallega. Nada más. El padre nunca le había regalado nada y jamás se acordaba de su cumpleaños. La madre no se atrevía a comprarle algo por miedo a una reprimenda que podía terminar en más golpes.
Cuando volvió de la escuela por la tarde, lo esperaba el tío Mario. El único familiar que los visitaba y el único que recordaba las fechas para traer algún regalo. Era un sobre pequeño con un moño muy elegante. Lo abrió y trató que la cara no delatara su decepción. Era una traba corbatas de oro.
Sonrió lo mejor que pudo y le dio un beso al tío que irradiaba felicidad.
—Fijate que le hice grabar tus iniciales.
Dejó pasar unas semanas y se fue para la calle Libertad a hacerlo guita. Con lo que le dieron, que era el mejor precio que pudo sacar después de mucho consultar, se fue a verlo al Turco que, desde hacía un tiempo, le tenía prometido una Smith & Wesson 38 con una cajita de veinte balas. Las conseguía por el viejo, que era un sirio que compraba y vendía todo lo que le pedían.
—La sobaquera te la regalo —le dijo el Turco—. Pero ojo con que se entere mi viejo porque me mata. Le dije que era para un paisano que tenía líos con los judíos. Cuando quieras, nos vamos a la casita del Tigre así la probás.
La escondía en un falso libro al que le había dejado las tapas. En las rarísimas ocasiones en que los viejos salían, la sacaba, le pasaba una franela, la cargaba y con la sobaquera se medía frente al espejo grande. Era su orgullo.
TOMA 9
Llegó ansioso al local de la calle Tucumán más temprano que de costumbre.
Estaba Julito Fernández Baraibar con otros camaradas, el Tano Ciarlotti y Roby Bardini tomando mate debajo de los imponentes retratos de don Juan Manuel y de José Antonio, y un enorme crucifijo flanqueado por banderas argentinas.
Julio portaba dos apellidos y cualquier excusa era motivo para que hablara de sus antepasados asturianos, sus títulos de nobleza, las guerras carlistas y la mar en coche. El tipo era muy flaco, pero solía usar una cadena a modo de cinturón y cuando había trifulca la manejaba como un rebenque.
Lo evitó con cortesía. Saludó y se fue a sentar aparte para leer la biografía del Jefe y de paso tranquilizarse. Le habían dicho que, si quería llegar a ser un buen cuadro, tenía que conocer “el ideario y la pasión” de José Antonio. Al igual que en España, aquí nadie lo llamaba por el apellido Primo de Rivera. Era el camarada José Antonio o El Jefe.
Si hasta le había pedido al gallego José, su peluquero de toda la vida, que le enseñara a cantar el himno de Falange.
Cuando vio que estaban todos, pidió la palabra y contó lo de la carta. Escuchó que algunos se reían francamente divertidos pero las expresiones de los jefes se fueron endureciendo. Notó claramente la desaprobación que, al final, se tradujo en palabras.
El que habló fue Ezcurra, grave y jesuítico:
—Camarada. El nombre de Tacuara no puede ser invocado para una aventura personal. Aunque todos los presentes reconocemos y aprobamos en líneas generales lo que se dice en la carta, el hecho es que antes de hacerse, debía haber sido consultado.
Sintió un odio profundo por este tipo atildado, pálido, que llevaba un crucifijo como un obispo, pero se calló la boca y al rato, cuando se había pasado a otras cuestiones, se fue sin decir palabra.
Le habían contado del gordo Baxter. De cómo había cambiado las consignas y cómo los había alterado a estos legionarios de Jesús. El gordo se había transformado desde que empezaron a llegar las noticias de Fidel y la revolución cubana a la СКАЧАТЬ