La sombra del General. Leonardo Killian
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Название: La sombra del General

Автор: Leonardo Killian

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Imaginerías

isbn: 9789878636344

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СКАЧАТЬ más rápido, “Salt peanuts, salt peanuts…” Y seguían con el duelo genial.

      La había escuchado antes de dormirse, en la radio que tenía en la mesa de luz, donde todas las noches lo acompañaba el programa de Merellano y la melodía se le había pegado.

      Algún día tocaría como esos tipos, pero por ahora se consolaba remedando el sonido de los caños con las manos tapándose la boca.

      No dejó de tocarla hasta llegar al Vieytes. Imitaba el sonido de la trompeta y gritaba loco de contento

      —¡Salpinats, salpinats…!

      TOMA 4

      Copió prolijamente en la libreta donde anotaba de todo un poco, horarios, frases, pensamientos. Una especie de diario y ayuda memoria:

      Unamuno, que había estado tomando apuntes, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso. “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero, no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer…”

      Millán Astray, flanqueado por sus legionarios armados con metralletas empezó a gritar: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”. Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: “¡Viva la muerte!” Entonces Millán aulló: “¡Cataluña y el País Vasco, ¡el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”. Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando se cuadró mientras se oían gritos de “¡Viva España!”. Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno. “Acabo de oír el grito necrófilo de “¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que “¡Muera la vida!”.

      Tenía grabado a fuego ese grito que anotó y subrayó: “¡Viva la muerte! Sí, viva la muerte del verdugo hijo de puta de mi padre”. El manco tenía razón.

      ¡Viva la muerte de los judíos!

      ¡Viva la muerte de los yankis!

      ¡Viva la muerte de los maricones y de los bufarrones!

      ¡Viva la muerte de los bolches y los cagones de los liberales!

      ¡Vivan los legionarios nacionales de Tacuara!

      Con el correaje que había sido de las épocas de policía de su padre, se paró frente al espejo con el brazo derecho extendido, orgulloso y marcial. De seguro, José Antonio lo miraría desde algún lugar del cielo…

      —Soy un legionario, soy el novio de la muerte…

      La madre interrumpió el monólogo abriendo la puerta trayendo una bandejita con la leche y galletitas. Se la cerró en la cara con una mezcla de vergüenza y odio.

      —Boluda, hay que golpear antes de entrar…

      TOMA 5

      Para mí, es Chacho desde que era chico, pero dentro del sanatorio es el doctor Minicucci, un oncólogo de prestigio dentro del ambiente.

      Hacía rato que no nos veíamos y me llamó porque tenía algo para mí. Lo fui a ver al Anchorena y después de los abrazos y las preguntas de rigor sobre los familiares y amigos me dijo que tenía un paciente que estaba muy interesado en publicar una historia.

      Era un milico retirado y tenía un tumor en un estado muy avanzado. No creía que llegara a fin de año.

      El tipo había sido guardaespaldas de Perón y, viendo que le llegaba la hora, quería dar a conocer unos documentos con una historia, según él, totalmente desconocida e increíble.

      —Le dije que tenía un primo periodista y que le podía interesar. ¿Lo querés conocer?

      Anoté el teléfono y le agradecí a Chacho. Antes de separarnos nos hicimos las bromas de humor negro con las que nos despedíamos:

      —Buen oficio el tuyo de meter la nariz en las braguetas de los demás.

      A lo que le contesté corrosivo:

      —El de ustedes es más cómodo, son el único gremio que tapa sus errores con tierra.

      —Antes los guardamos en madera —me retrucó riendo.

      Esa misma noche lo llamé y me atendió la voz de un tipo seco pero cordial. Quedamos en vernos el domingo a la tarde en su casa de Floresta.

      Me abrió la puerta un morocho que estaba más muerto que vivo. Muy flaco, con la piel amarillenta y una mirada sin color. La voz era un murmullo tristón.

      Me hizo pasar y, mientras yo me apoltronaba en un cómodo sillón, el flaco, que todavía conservaba un bigote reglamentario, me acercó una carpeta. Un bibliorato con papeles amarillentos escritos a máquina, algunas fotos abrochadas y anotaciones hechas a mano. Algunas con lápiz y la mayoría con diferentes tonos de tinta.

      —Mire, léalo tranquilo, son documentos. No me queda mucho hilo en el carretel, así que ya no me importa guardarlos. Lo que está en esa carpeta es todo lo que pudimos averiguar. Va a encontrar datos del colegio, de la facultad, de sus parientes, todo muy incompleto, el tipo era un fantasma. Este material tiene más de treinta años, así que, si le interesa encontrar a este pibe, que ahora debe andar por los sesenta, va a tener que yugarla.

      “Sería una pena que se pierda este laburo. Como su primo me trató tan bien y fue tan sincero conmigo, me pareció que se lo tenía que dar a alguien cercano. Me dijo que usted es periodista y bueno, ahí está todo.

      “Cuando cayó Isabel, todo esto ya no le importaba a nadie, así que, como sabía que me iban a rajar, me traje los papeles para mi casa. Durante todos estos años los tuve escondidos en el fondo. Esta casa tiene como cien años. Acá vivió mi abuelo y en el fondo tenía las gallinas. Allí estuvo la carpeta envuelta en una bolsa para que no se llenara de humedad…”

      La tos dio por terminado el monólogo.

      Me entregó la carpeta y me dijo que, para lo que quisiera, no tenía más que llamarlo. Había bajado quince kilos, pero la memoria la tenía intacta.

      —Y esas cosas no se olvidan más —remató.

      Ya era de noche cuando terminó la charla. Me imagino la cara que tendría yo, porque hasta intentó una sonrisa.

      —¿No me cree verdad?

      —La verdad —le dije—, si puedo encontrar a esta persona y podemos publicar la historia, no voy a tener plata con que pagarle.

      Otra vez volvió a sonreír:

      —Eso, ahora, es lo que menos me interesa.

      Mientras volvía para casa, pensé que un tipo que se estaba muriendo no podía mentir.

      Lo llamé a Chacho para agradecerle. Me preguntó de qué se trataba, pero no me animé a contarle.

      —Cuando lo termine te cuento.

      Le pedí a Nina que llevara las nenas a dormir y que si llamaban no estaba para СКАЧАТЬ