Название: La sombra del General
Автор: Leonardo Killian
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Imaginerías
isbn: 9789878636344
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Las fotos eran tres, de muy mala calidad. Un grupo de colegiales del secundario, una que parecía la de una cédula y otra muy borrosa de unos obreros en un asado (estaban vestidos con los clásicos pantalones y camisas Grafa).
Encendí el grabador y escuché la charla con el viejo suboficial retirado. Mientras tanto, leía una y otra vez los informes.
Pese a que ya era tarde, lo llamé al gordo a la casa. Como de costumbre, cada vez que perdía Ríver, estaba de un humor de perros.
—Mirá, el ruso tiene lo de Amira que es un golazo. Vas a tener que contarme algo bueno para joder a esta hora.
Le conté brevemente lo que tenía: las carpetas, la historia del milico, un tipo que quiso matar a Perón… No lo noté muy convencido.
—Me suena a pura fantasía —me dijo—, pero traé las cosas y mañana lo charlamos en el diario tranquilos.
Por la mañana era otro tipo:
—Si es cierta la historia y encontrás al tipo, la publicamos.
Salí del diario para empezar la cacería.
Empecé por ir hasta Mataderos, a un local del MAS de la calle Murguiondo. Me dijo Jorge que ahí lo iba a encontrar al Chueco Britos. Llevaba cincuenta años en el trotskismo y era como una biblia que sabía casi todo sobre los partidos, agrupaciones y sectas devotas de Davidovich.
El viejo me estaba esperando y tenía esa expresión en los ojos que solo conservan los tipos que jamás se desaniman. Un neurótico optimista. Le recordé la época y el local del entonces PRT La Verdad. Sacó del bolsillo una pipa roñosa que llenó con un menjunje indefinible, pero con cierto olor a tabaco y se tomó su tiempo para encenderla. A la cuarta o quinta bocanada chasqueó los dedos:
—Ya sé quién debe ser.
Hizo una larga llamada telefónica y me comunicó con el compañero González.
—Este lo conoció —me dijo triunfante.
Me pasó el tubo y del otro lado, una voz tan vieja como él, me fue contando.
—Teníamos un local en el bajo, en la calle Reconquista. Si, ahí vino a afiliarse. A nosotros nos dijo que se llamaba Gerardo. No me acuerdo el apellido. Un tipo flaco, con la escasa barba muy crecida y con anteojos de miope. Por lo demás, la ropa medio raída y los borceguíes no llamaban la atención en la militancia de izquierda de eso años. “Se llevó los libros y las publicaciones del partido en un morral y apenas si cruzó palabra con los compañeros. Estaba interesado principalmente en la obra de Trotsky y reconoció que no había leído nada de Nahuel Moreno. Llenó la ficha y, como nadie le pidió un documento, pudo haber puesto cualquier cosa. De hecho, el domicilio de la pensión y el teléfono donde lo quisimos ubicar no existían. Pero no nos importó; el flaco era un militante de fierro y jamás nos falló en las pintadas o en las reuniones que hacíamos en Psicología. Se había anotado como tantos otros para armar una agrupación y aunque nunca quiso sobresalir o tener algún cargo de responsabilidad, era un buen militante.
El viejo hizo una pausa y continuó:
—Cuando empezaron las tomas de las facultades, fue de los más aguerridos y hasta tuvimos que pararlo porque tenía la costumbre de venir armado. En una asamblea, y sin que pudiéramos impedirlo, le rompió cuatro dientes a un muchacho de la Fede. Hasta tuvimos que hacer una aclaración y un pedido de disculpas en el periódico. La gente del Partido Comunista hizo una denuncia penal y todo. Diga que en esa época a la policía y a los jueces no les importaba si nos matábamos entre nosotros y no pasó nada, pero era un tipo muy violento. Le tuvimos que aclarar que el Partido no quería saber nada con el foquismo y con nada que nos confundiera con los perros o los montos. Un partido de obreros es un partido de vanguardia y, al menos que nos atacaran los locales, las armas no estaban bien vistas. El foquismo pequeño burgués del ERP, las FAR y todos esos, no tiene nada que ver con una política de los trabajadores.”
Me pareció que el compañero González aprovechaba para bajarme línea.
—A principios de los 70 no lo vimos más —ahí se hizo un silencio como si dudara, pero en seguida volvió con la historia—. La novia se llamaba Laura y ahora es docente en Filo. Seguramente ella se debe acordar. No. No conozco el apellido de la mujer y si lo supiera tampoco se lo diría.
Cuando le iba a pedir algún detalle o dirección para que me pudiera orientar me contestó secamente:
—Es todo lo que le pienso decir —y me cortó.
Le agradecí al viejo Britos que aprovechó para entregarme el periódico del partido y unos volantes. Cuando me retiraba del local lo saludé con el puño en alto. Me respondió sonriente levantando el suyo.
El viejo seguía teniendo veinte años.
Para empezar, no era poco. Evidentemente el tipo había existido y la historia del milico, hasta acá, cerraba totalmente.
Mientras manejaba empecé a silbar La Internacional.
TOMA 6
Una vez al mes se cortaba el pelo en lo de Macedo. El gallego Macedo era un pelado de bigote anchoíta bastante parecido a Franco. Un tipo que trabajaba callado hasta que le sacaban conversación. Ahí no paraba de hablar hasta que sacudía el pelo de la enorme tela blanca que te colocaba alrededor del cuello, incluso cuando barría con el escobillón, seguía con el monólogo hasta que cobraba.
Alguna vez le contó cosas de la Guerra, en la que había peleado por estar en el servicio militar en el bando Nacional. “Tres años”, decía con amargura. Salvo que le insistieran, evitaba el tema y se notaba que no le hacía ninguna gracia la cuestión.
Por lo que recordaba, había empezado a ir desde muy chico de la mano de su madre, cuando el gallego lo sentaba en una banqueta alta de madera. Como la vieja era también de Lugo lo trataba con especial deferencia y siempre le preguntaba por ella mandándole saludos.
—Don Macedo, usted que estuvo con los nacionales. ¿No me podría enseñar a cantar Cara al Sol?
El gallego, con el guardapolvo impecable y la tijera en la mano se quedó mirándolo desde el espejo. El peine en la mano izquierda quedó suspendido en el aire.
—¿Y para qué quieres tú que te enseñe el himno de los falangistas?
Como le habían dicho tantas veces, “ningún gallego te va a contestar una pregunta sin antes retrucarte con otra”.
—Me dijeron que es una canción muy hermosa.
Estaban solos en la peluquería. El gallego fue a cerrar la puerta y en voz muy baja le canturreó mientras empezaba con el corte:
Cara al sol con la camisa nueva
Que tú bordaste en rojo ayer
Me verá la muerte si me lleva
Y no te vuelvo a ver
Formaré junto a los compañeros
Que hacen guardia
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