Trono destrozado. Victoria Aveyard
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Название: Trono destrozado

Автор: Victoria Aveyard

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: La reina roja

isbn: 9786075572109

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СКАЧАТЬ en el jardín.

      Unos magnolios contrahechos formaban un arco y componían una guirnalda de capullos blancos y hojas muy verdes. Casi no llovía ya, y se acercó a los árboles para guarecerse de las últimas gotas de la tormenta. Hacía más frío del que supuso, pero le agradó. El eco de Elara se había apagado.

      Tras soltar un suspiro, se dejó caer sobre una banca de piedra bajo la arboleda. La sintió más fría aún, así que se envolvió entre sus brazos.

      —Puedo ayudarle si quiere —dijo una voz cavernosa con palabras lentas y pesadas.

      Ella abrió bien los ojos y se dio la vuelta. Imaginó que Elara la rondaba, o Julian, o Jessamine, para reprenderla por su abrupta salida. Pero, obviamente, la figura en pie a un metro escaso de donde estaba no era la de ninguno de ellos.

      —Su alteza —dijo y se levantó de un salto para inclinarse en forma apropiada.

      El príncipe Tiberias se plantó a su lado, complacido bajo la oscuridad, con una copa en una mano y una botella semivacía en la otra. La dejó hacer y, amablemente, no hizo comentario alguno sobre su mala actuación.

      —Basta —dijo al fin y le indicó con un ademán que se enderezara.

      Ella cumplió la orden a toda prisa y se volvió hacia él.

      —Sí, su alteza.

      —¿Gusta una copa, milady? —le preguntó, aunque ya llenaba el recipiente. Nadie en sus cinco sentidos habría rechazado una oferta de un príncipe de Norta—. No es un abrigo, pero la calentará lo suficiente. ¡Es una lástima que no se sirva whiskey en estas ceremonias!

      Coriane forzó una seña con la cabeza.

      —Sí, es una lástima —repitió, pese a que nunca había probado la fuerte y parda bebida.

      Tomó la copa llena con manos temblorosas y sus dedos rozaron un momento los de él. Su piel estaba caliente como una piedra bajo el sol y ella sintió la necesidad imperiosa de tomarle la mano, pese a lo cual se limitó a apurar un gran trago de vino tinto.

      Él hizo lo propio, aunque sorbió directo de la botella. ¡Qué vulgar!, pensó Coriane mientras veía su garganta inflarse conforme deglutía. Jessamine me desollaría viva si hiciera eso.

      El príncipe no se sentó a su lado, sino que guardó su distancia para que ella sintiera únicamente un destello de su calor. Esto le bastó para saber que la sangre se le calentaba aun en la humedad. Coriane se preguntó cómo se las arreglaba para llevar puesto un traje elegante sin derramar una gota de sudor. Una parte de ella deseó que se sentara, porque sólo de esa forma disfrutaría del calor indirecto de sus habilidades. Pero eso habría sido impropio de ambos.

      —Usted es la sobrina de Jared Jacos, ¿verdad? —inquirió con un tono cortés y sumamente educado; quizás un profesor de etiqueta lo había seguido desde la cuna. Tampoco en esta ocasión esperó a que respondiera—. Reciba mis condolencias, desde luego.

      —Gracias. Me llamo Coriane —se presentó ella, pues previó que él no preguntaría.

      Sólo cuestiona aquello cuya respuesta ya conoce.

      Él bajó la cabeza en señal de asentimiento.

      —Sí. Y yo le ahorraré la vergüenza de presentarme.

      A pesar de su decoro, Coriane sintió que sonreía. Sorbió de nuevo un poco de vino, aunque no supo qué más hacer. Jessamine no la había instruido mucho sobre la manera de conversar con la realeza de la Casa de Calore, y menos aún con el futuro rey. No hables si no te lo piden, era todo lo que recordaba, así que apretó los labios hasta formar con ellos una fina línea.

      Tiberias dejó escapar una carcajada al verla. Puede ser que ya estuviera un poco ebrio.

      —¿Sabe usted lo enfadoso que es tener que conducir todas las conversaciones? —preguntó entre risas—. Hablo con Robert y mis padres más que con cualquier otra persona sólo porque eso es más fácil que arrancarles palabras a otros.

      ¡Cuánto lo siento!, exclamó ella para sí.

      —Eso es horrible —dijo tan recatadamente como pudo—. Quizá cuando sea rey pueda hacer algunos cambios en la etiqueta de la corte.

      —Sería agotador —murmuró él en respuesta entre tragos de vino—. Y poco importante, dado el contexto. Hay una guerra en marcha, por si no lo sabía.

      Tenía razón. El vino la había calentado un poco.

      —¿Una guerra? —preguntó—. ¿Dónde? ¿Cuándo? No he oído sobre eso.

      El príncipe volteó en seguida y vio que Coriane sonreía un poco por su reacción. Rio nuevamente e inclinó la botella hacia ella.

      —¡Esta vez sí que me sorprendió, Lady Jacos!

      Sin dejar de sonreír, se acercó a la banca y se sentó a su lado. No tan cerca para tocarla, aunque ella se paralizó de todas formas y olvidó su tono gracioso. Él fingió que no lo notaba. Ella se esmeró en mantenerse tranquila y alerta.

      —Estoy aquí bebiendo bajo la lluvia porque mis padres no ven con buenos ojos que me embriague frente a la corte —su calor se intensificó, junto con su molestia interior. A ella le deleitó esa sensación, porque la libró del frío que le calaba los huesos—. ¿Cuál es el pretexto de usted? No, espere, déjeme adivinar; la sentaron con la Casa de Merandus, ¿no es así?

      Ella apretó los dientes y asintió.

      —Quien asignó los lugares seguro me odia.

      —Los organizadores de fiestas odian sólo a mi madre. No es muy dada a los adornos, las flores ni los diagramas de asientos y ellos creen que descuida sus deberes como reina. Claro que eso es absurdo —añadió rápidamente y tomó otro trago—. Forma parte de más consejos de guerra que mi padre y se prepara lo suficiente por ambos.

      Coriane recordó a la reina con su uniforme y un esplendor de insignias en el pecho.

      —Es una mujer impresionante —dijo y no supo qué más agregar.

      Su mente retornó un segundo al momento en que Elara Merandus miró indignada a la familia real debido a la supuesta capitulación de la reina.

      —Así es —afirmó él mientras su mirada iba a dar a la copa de ella, ahora vacía—. ¿Le apetece el resto? —interrogó, y esta vez esperó a que contestara.

      —No debería hacerlo —respondió al tiempo que dejaba la copa sobre la banca—. Tengo que regresar al salón. Jessamine, mi prima, ya debe estar furiosa conmigo.

      Espero que no me sermonee toda la noche.

      El cielo se había ennegrecido y las nubes se habían disipado, llevándose la lluvia consigo para develar brillantes estrellas. La calidez física del príncipe, derivada de su habilidad como quemador, había creado un aura agradable que Coriane se resistía a abandonar. Respiró hondo, inhaló una última bocanada de los magnolios y se obligó a ponerse en pie.

      Tiberias se incorporó de un salto, aunque sin descuidar sus buenos modales.

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