Trono destrozado. Victoria Aveyard
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Название: Trono destrozado

Автор: Victoria Aveyard

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: La reina roja

isbn: 9786075572109

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СКАЧАТЬ en sus ojos y lo apartó con un gesto.

      —No, no nos impondré ese castigo.

      Los ojos de él relampaguearon.

      —Ahora que habla de castigos, si Elara vuelve a susurrarle algo, trátela con la misma cortesía.

      —¿Cómo… cómo supo que fue ella?

      Un tormentoso nubarrón de emociones cruzó el rostro del príncipe heredero, la mayoría de ellas desconocidas para Coriane, excepto la ira.

      —Ella y cualquiera saben que mi padre convocará pronto a la prueba de las reinas. No dudo que se haya escurrido ya en la cabeza de todas las jóvenes, para conocer a sus enemigas y a sus presas —vació la botella con una celeridad casi violenta, aunque ésta no permaneció así mucho tiempo. Algo echó chispas en la muñeca de él, una explosión de amarillo y blanco que hizo arder una llama bajo el cristal, en cuya jaula verde quemó las últimas gotas de alcohol—. Me han dicho que su técnica es precisa, casi perfecta. Usted no la percibirá si ella no quiere.

      Coriane sintió que tragaba hiel. Se concentró en la flama de la botella, así fuera sólo para evitar la mirada de Tiberias. Mientras veía, el calor cuarteó el cristal, sin romperlo.

      —Sí —dijo con un tono grave—. No lo percibo.

      —Usted es una arrulladora, ¿no? —la voz de él era de súbito tan fuerte como su llama, de un amarillo terrible e intenso detrás del cristal verde—. Dele una probada de su propia medicina.

      —No podría. No poseo la destreza para hacerlo. Además, tenemos leyes. No usamos las habilidades contra los nuestros, fuera de los canales apropiados…

      Esta vez la risa de él fue sardónica.

      —¿Y Elara Merandus cumple la ley? Si ella inicia; responda usted, Coriane. Así es como se acostumbra en mi reino.

      —No es su reino todavía —se oyó farfullar, aunque a él no le importó; de hecho, sonrió en forma misteriosa.

      —¡Sabía que tenía arrojo, Coriane Jacos! Oculto en su interior.

      No es arrojo. Lo que silbaba dentro de ella era cólera, aunque no podría darle voz nunca. Él era el príncipe, el futuro rey, y ella no era nadie en absoluto, lo que representaba una mala excusa para una hija Plateada de una Gran Casa. En lugar de erguirse como deseaba, hizo una reverencia más.

      —Su alteza —dijo y fijó los ojos en las botas de él.

      El príncipe no se movió, no acortó la distancia entre ellos como lo habría hecho uno de los protagonistas de los libros de Coriane. Tiberias Calore se apartó y la dejó partir sola, de regreso a una guarida de lobos sin otro escudo que su corazón.

      Luego de avanzar unos pasos, ella oyó que la botella se hacía trizas contra los magnolios.

      Un príncipe extraño y una noche más extraña todavía, escribió después. No sé si volveré a verlo. Pero parecía estar solo también. ¿No deberíamos estar solos los dos juntos?

      Al menos Jessamine estaba demasiado embriagada para reprenderme por haber salido tan de prisa.

      La vida en la corte no era ni mejor ni peor que en la finca. La gubernatura trajo consigo mayores ingresos, aunque ni por asomo suficientes para elevar a la Casa de Jacos más allá de las comodidades básicas. Coriane no tenía aún una doncella ni la quería, mientras que Jessamine no cesaba de graznar que le hacía falta una asistente. Al menos la casa de Arcón era más fácil de mantener que la finca de Aderonack, que se clausuró después de que la familia fue trasplantada a la capital.

      La extraño en cierto modo, escribió Coriane. El polvo, los jardines enmalezados, el vacío y el silencio. Tantos rincones que fueron míos, lejos de mi padre y de Jessamine, e incluso de Julian. Lo que más lamentaba era la pérdida de la cochera y los anexos. A pesar de que la familia no había tenido en años un transporte funcional, y menos todavía un chofer, los restos permanecían. Ahí estaba el armazón descomunal del vehículo privado de seis plazas cuyo motor había sido transferido al suelo como si se tratase de un órgano. Estropeados calentadores de agua y viejas calderas desmontadas en busca de partes útiles, por no mencionar las arcaicas herramientas del ya remoto personal de jardinería, llenaban los diversos cobertizos y dependencias. Dejo atrás varios rompecabezas inconclusos, piezas que no volverán a juntarse nunca. Parece un desperdicio. No de los objetos, sino de mí. ¿Tanto tiempo dedicado a pelar alambres o contar tornillos para qué? ¿Para adquirir conocimientos que no usaré jamás? ¿Conocimientos menospreciados, inferiores, absurdos para todos? ¿Qué hice de mí durante quince años? Una gran estructura de nada. Supongo que extraño la vieja casa porque estaba conmigo en mi vacuidad, en mi silencio. Creí que detestaba la finca, pero creo que odio más la capital.

      Lord Jacos rechazó la petición de su hijo, desde luego. Su heredero no iría a Delphie a traducir ruinosos documentos ni a archivar artefactos despreciables. No tiene ningún sentido hacerlo, dijo, como no veía tampoco ningún sentido en casi todo lo que Coriane hacía, una opinión que expresaba con regularidad.

      Ambos hijos se abatieron cuando sintieron que su escapatoria les era arrebatada. Incluso Jessamine notó su desaliento, aunque no les dijo nada a ninguno de los dos. Coriane sabía que su vieja prima había sido indulgente con ella en sus primeros meses en la corte, o que lo había sido más con la bebida. Porque por mucho que hablara de Arcón y Summerton, aparentemente ninguna de las dos le gustaba gran cosa, si su consumo de ginebra servía de referencia.

      Las más de las veces, Coriane podía escabullirse durante la siesta diaria de Jessamine. Recorrió la ciudad a pie en innumerables ocasiones, con la esperanza de hallar un sitio que fuera de su agrado, del cual asirse en el recién agitado mar de su vida.

      No encontró ese lugar, pero sí a una persona.

      Él le pidió que le llamara Tibe luego de varias semanas. Un sobrenombre de familia, que usaban la realeza y unos cuantos amigos muy queridos.

      —De acuerdo —dijo Coriane al aceptar su solicitud—. Decir su alteza era ya un poco desagradable.

      Volvieron a verse por casualidad, en el inmenso puente que cruzaba el río Capital y unía ambos lados de Arcón. Era una maravillosa estructura de acero retorcido y hierro apuntalado que sostenía tres niveles de calzadas, plazas y centros de comercio. Más que las tiendas de sedas y los restaurantes de lujo que se alzaban sobre la corriente, a Coriane le interesó el puente mismo, su construcción. Intentó calcular cuántas toneladas de metal estaban bajo sus pies, para lo que sumergió su mente en una oleada de ecuaciones. Al principio no reparó en los centinelas que caminaban en su dirección, ni en el príncipe al que seguían. Él estaba lúcido esta vez, sin una botella en la mano, y ella pensó que pasaría sin mirarla.

      En cambio, se detuvo a su lado y ella sintió su calor como un reflujo delicado, similar al roce del sol estival.

      —Lady Jacos —le dijo mientras seguía su mirada hasta el acero del puente—, ¿descubrió algo interesante?

      Ella inclinó la cabeza, aunque no quiso hacer el ridículo con otra reverencia fallida.

      —Eso creo —contestó—. Me preguntaba encima de cuántas toneladas de metal estaremos parados, con la esperanza СКАЧАТЬ