Название: Trono destrozado
Автор: Victoria Aveyard
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: La reina roja
isbn: 9786075572109
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Incluso la propia Jessamine desea escapar.
—Nada de eso… —Jessamine farfulló y le enjugó las lágrimas con un paño. Con otra pasada, esta vez de un gredoso lápiz negro, hizo resaltar sus ojos. Luego aplicó en sus mejillas un polvo púrpura para que diera la ilusión de estructura ósea. No le untó nada en los labios, porque Coriane nunca había dominado el arte de no ensuciar de lápiz labial sus dientes o el vaso de agua—. Supongo que con esto es suficiente.
—Sí, Jessamine.
Aunque a la vieja le deleitaba la obediencia, la actitud de Coriane le dio qué pensar. Era obvio que la chica estaba triste, después del sepelio.
—¿Qué te pasa, niña? ¿Es el vestido?
Las negras y descoloridas sedas y los banquetes y esta corte asquerosa me tienen sin cuidado. Nada de esto importa.
—No me pasa nada, prima. Sólo tengo un poco de hambre.
Coriane intentó tomar la salida fácil de lanzar a Jessamine una falla para ocultar otra.
—¡Lo siento por tu apetito! —replicó ésta y entornó los ojos—. Recuerda que debes comer con refinamiento, como un ave. Siempre debe haber comida en tu plato. Pica, pica, pica…
Pica pica pica. La joven sintió estas palabras como uñas afiladas que repiquetearan sobre su cráneo, pero forzó una sonrisa de cualquier modo. Esto estiró las comisuras de sus labios, lo que le dolió tanto como esos términos, la lluvia y la sensación de decaimiento que la había perseguido desde el puente.
Abajo, Julian y su padre aguardaban ya, arrimados a la humeante hoguera de la chimenea. Llevaban puestos trajes idénticos, negros y con bandas de un oro pálido que les cruzaban el pecho, del hombro a la cadera. Lord Jacos tocó tímidamente la recién adquirida insignia que colgaba de su banda, un trozo de oro martillado tan viejo como su casa. Aunque insignificante en comparación con las gemas, distintivos y medallones de los demás gobernadores, bastaba por lo pronto.
Julian quiso llamar la atención de Coriane y le guiñó un ojo, pero su aire abatido lo detuvo. No se separó de su lado hasta que llegaron al banquete; había sujetado su mano en el transporte de alquiler, y la tomó del brazo cuando atravesaron las magníficas puertas de la Plaza del César. El Palacio del Fuego Blanco, su destino, se tendía a su izquierda, desde donde dominaba el costado sur de la embaldosada plaza, ahora rebosante de nobles.
Jessamine zumbaba de emoción, pese a su edad, y no dejó de sonreír e inclinar la cabeza frente a todos los que pasaban junto a ella. Incluso sacudía la mano y permitía que las largas mangas de su vestido negro y oro se deslizaran en el aire.
Quiere comunicarse por medio de la ropa, comprendió Coriane. ¡Vaya tontería! Igual que el resto de esta danza, que culminará con la desgracia y caída de la Casa de Jacos. ¿Para qué posponer lo inevitable? ¿Para qué participar en un juego en el que es inútil que esperemos competir? No lo concebía. Su cerebro sabía más de circuitos eléctricos que de la alta sociedad, y desesperaba de entender alguna vez esta última. No había ninguna lógica en la corte de Norta, ni en su familia. Y ni siquiera en Julian.
—Ya sé lo que le pediste a papá —masculló al tiempo que procuraba mantener el mentón lo más cerca posible del hombro de su hermano.
El saco de Julian apagó su voz, aunque no lo bastante para que él alegara que no la había oído.
Sus músculos se tensaron debajo de ella.
—Cori…
—Debo admitir que no entiendo. Pensé que… —se le quebró la voz—. Pensé que querrías estar con Sara ahora que tendremos que mudarnos a la corte.
Pediste ir a Delphie, trabajar con los eruditos y excavar ruinas antes que aprender a ser un lord a la diestra de nuestro padre. ¿Por qué tenías que hacer eso? ¿Por qué, Julian? Estaba, además, la pregunta más difícil de todas, que ella no tenía fuerzas para formular: ¿Cómo podrías dejarme?
Él soltó un largo suspiro y la estrechó contra su pecho.
—Sí, querría estarlo… quiero estarlo. Pero…
—¿Pero…? ¿Pasó algo?
—No, nada. Ni bueno ni malo —añadió, y ella percibió un regusto de sonrisa en su voz—. Sólo sé que Sara no dejará la corte si me quedo aquí con papá. Y no puedo hacerle eso. Este lugar… no la retendré en este nido de víboras.
Coriane sintió una punzada de dolor por su hermano y por su noble, desinteresado e insensato corazón.
—Le permitirías ir al frente, entonces.
—La palabra permitir no existe en mi vocabulario. Ella debe ser capaz de tomar sus propias decisiones.
—¿Y si su padre, Lord Skonos, se opone? —como es inevitable que suceda.
—Me casaré con ella conforme a lo planeado y la llevaré conmigo a Delphie.
—Tú planeas todo siempre.
—Al menos lo intento.
Pese a la oleada de felicidad de saber que su hermano y su mejor amiga se casarían, una conocida aflicción se dejó sentir en las entrañas de Coriane. Estarán juntos y tú te quedarás sola.
Julian le apretó la mano de súbito, con dedos calientes a pesar de la llovizna.
—Y claro que te mandaré buscar a ti también. ¿Crees que te dejaría enfrentar la corte sola con papá y Jessamine? —la besó en la mejilla y parpadeó—. Deberías tener un mejor concepto de mí, Cori.
Ella forzó una amplia y blanca sonrisa que centelló bajo las luces del palacio. No sintió nada de esa chispa. ¿Cómo es posible que Julian sea tan sagaz y tan tonto al mismo tiempo? Esto la intrigó y entristeció en rápida sucesión. Aun si su padre accedía a que Julian fuera a estudiar a Delphie, a ella jamás se le permitiría hacer algo semejante. No poseía gran inteligencia, personalidad ni belleza, ni tampoco era una guerrera. Su utilidad residía en el matrimonio, en la alianza que éste acarrearía, y nada de eso se encontraba en los libros o la protección de su hermano.
El Fuego Blanco se engalanaba con los colores de la Casa de Calore —negro, rojo y plata imperial— en todas sus columnas de alabastro. Las ventanas titilaban con la luz interior y el bullicio de una fiesta estrepitosa llegaba desde el espléndido vestíbulo, guarnecido por los centinelas del rey, cubiertos con sus trajes y caretas llameantes. Cuando pasó junto a ellos, todavía tomada de la mano de Julian, Coriane se sintió menos una dama que una prisionera camino al calabozo.
Coriane hizo todo lo que pudo por comer de su plato. Y también se debatió entre embolsarse o no unos tenedores con incrustaciones de oro. ¡Si tan sólo la Casa de Merandus no hubiera estado al otro lado de la mesa! Todos sus miembros eran susurros y leían la mente, de tal forma que era probable que conociesen sus intenciones tan bien como ella misma. Sara le había dicho que debía ser capaz de sentir si uno de ellos se СКАЧАТЬ