El Amanecer Del Pecado. Valentino Grassetti
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Название: El Amanecer Del Pecado

Автор: Valentino Grassetti

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Современная зарубежная литература

Серия:

isbn: 9788835404651

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СКАЧАТЬ de moretones. Los golpes me hacían daño. Bueno, yo no sé si lo que vi era real, sólo sé que ya no estaba tranquila ni feliz. En ese momento sentí una presencia oscura y maligna. Estaba aterrada. Me puse a gritar. Comprendí que no, no podía ser mi hijo. Lo último que recuerdo fue la estatua del santo patrón. Era de mármol, muy pesada, por lo menos eso me parecía. Antes de desmayarme vi que la estatua caía. Madame Geneve estaba de rodillas, mientras era golpeada en la espalda por gruesos trozos de carbón, pero empeñada en buscar la zapatilla. Comprendí que intentaba alejarse de aquella realidad maligna redirigiéndola sobre pensamientos sencillos, banales. ¿Qué sentido tendría, sino, obsesionarse con una estúpida zapatilla de lana? Fue justo en ese momento que la estatua le cayó encima golpeándola en la nuca. Los ojos de la pobrecita giraron para mirar fijamente al techo, el blanco de la esclerótica que brillaba a la luz del fuego. Una mancha de sangre le salía de la cabeza, desperdigándose por la alfombra. Luego la oscuridad. Me encontraron después de una hora en la parada del autobús. No sé cómo llegué allí. Esperaba haberme imaginado todo. Pensé que el estrés por la pérdida de mi hijo, las medicinas que tomaba para soportar un dolor que no se puede explicar, fuesen la causa de las alucinaciones. Me agarré inútilmente a esta esperanza. Por la noche llegaron al barrio los carabinieri. A madame Geneve la encontraron muerta. Todos pensaron en un homicidio. Pero yo sé cómo sucedieron las cosas. Ha sido algo malvado lo que la mató. La misma cosa que mató a mi hijo.

      (La testigo comienza de nuevo a llorar)

      – ¿Por qué no fue enseguida a los carabinieri?

      – ¡Porque tenía miedo! No podía contar lo que había visto. Me habrían tomado por loca. Sobre todo, no quería ser acusada de homicidio.

      –Usted sabe que cuando la médium fue encontrada en el suelo con el cráneo destrozado, en la pared se podía ver una frase trazada con un pedazo de carbón: Decus et Damnationis Belleza y Condenación. Según usted ¿qué quiere decir?

      –Yo… yo no lo sé. Juro que no lo sé.

      (Llora)

      –Gracias por su testimonio. No tengo más preguntas que hacerle.

      –Sólo una última cosa: el carbón… la casa estaba llena de carbón. ¿Alguien lo ha visto?

      –No. No han encontrado nada

      Fin de la grabación

      3

      El profesor Marzioli era un tipo rígido y anticuado, con las gafas en equilibrio sobre la punta de la nariz aquilina, la chaqueta lisa y con una pajarita que le daba una apariencia de intelectual.

      Torcuato Tasso tuvo una educación católica. En la Rimas amorosas se puede reconocer la influencia de la poesía de Petrarca…

      Como de costumbre Marzioli explicaba la lección con el entusiasmo de un sepulturero que tomaba las medidas a un difunto. Guido observó que Daisy no cogía apuntes. Tamborileaba nerviosamente con el bolígrafo sobre el pupitre, el aire de quien perseguía pensamientos lejanos.

      En cuanto acabó la lección sobre Tasso se levantó un suspiro colectivo de alivio. El profesor había conseguido a convertir en sorprendentemente aburrida la inquieta vida del literato. Lorena se despidió de Daisy y se largó con rapidez. El padre la esperaba a la entrada en uniforme de trabajo, sentado en la furgoneta cargada de tubos para los calentadores de agua. Debía llevarla a ver el partido de los Leopardiani, el equipo del instituto. A Lorena no le gustaba el fútbol pero estaba enamorada locamente de Christian Skendery, un alumno de tercero de anchos hombros y con una mirada de fuego.

      Daisy se despidió de su amiga y atravesó la calle afligida. Guido apresuró el paso para alcanzarla.

      –Daisy, ¿podemos hablar? –preguntó nerviosamente, esperando que no lo mandase al diablo. Ella se paró. Miró al muchacho elevando las cejas, abandonando sus propios pensamientos para concentrarse en su rostro arrepentido.

      –Siento lo de la foto –exclamó él con un desganado levantamiento de espaldas, como queriendo decir que ahora el daño ya estaba hecho y no se podía remediar.

      –No es tan importante –dijo Daisy poniendo fin a la cosa al notar cómo el muchacho estaba tan nervioso. Ella, con el aire hosco de quien no lo había perdonado del todo, se fue hacia el camino dando por descontado que él la seguiría.

      Guido se armó de valor, apresuró el paso y la alcanzó. Caminaron uno al lado del otro atravesando las hileras de plátanos que conducían a la salida. El otoño extendía las primeras hojas sobre el adoquinado. Dos muchachos se pasaban un canuto sentados debajo de un plátano con una corteza impresionante, la luz del sol metiéndose entre las ramas y saliendo fragmentada en muchos pequeños rayos brillantes.

      –Aparte de los porros, es una escena muy romántica –pensó Daisy. Guido intentó trabar conversación. Ella respondía estando un poco a lo suyo, con monosílabos, porque estaba de nuevo pensando en el comentario escrito en Youtube.

      Adriano, deja de buscarme. O tendrás un feo final.

      Le pareció una broma horrible. Todos sus amigos sabían que estaba enfermo. ¿Qué sentido tenía ensañarse con una persona discapacitada?

      –Daisy, ¿está todo bien? Tienes una cara extraña –se preocupó Guido.

      –No, no es nada. Es que estaba perdida en mis pensamientos –respondió ella haciendo sobresalir el labio inferior para soplar hacia el flequillo. Sandra la esperaba sentada en el coche mientras un guardia municipal estaba observando con poca paciencia los cuatro intermitentes encendidos.

      Guido observó a Daisy dar la vuelta a la esquina. A pesar de no verla levantó la mano para despedirse, la mirada atraída por sus curvas que se movían seductoras debajo del gabán gris. Ella caminaba con la seguridad de tener sus ojos encima.

      –Joder. Guido Gobbi… Joder –pensó, pero no se podía engañar a sí misma, o negar que sus sentimientos pudiesen cambiar sólo porque intentaba por todos los medios evitarlo. Se dio cuenta de que había llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Se volvió hacia Guido con expresión descuidada – ¡Ah, me olvidaba! –dijo. En realidad no se había olvidado de nada.

      Ese momento lo había imaginado una infinidad de veces.

      –Bueno. Debo fingir que no es algo importante. Debe dar la impresión de que no es tan importante para mí. Una tontería… Ármate de valor y no tiembles…

      Daisy se lo dijo de repente.

      Guido se quedó pálido por la sorpresa. Creyó que no había entendido bien.

      –Per… perdona, ¿lo puedes repetir? –preguntó él.

      Ella lo repitió resoplando.

      –Pero si no te apetece, no puedo obligarte.

      –Claro que me apetece. El sábado es perfecto –dijo él, las orejas encendidas de un rojo subido.

      Guido no conseguía encauzar la enormidad de esto.

      Daisy lo había invitado a salir con ella.

      –Entonces nos vemos el sábado –respondió la chavala con un ligero ceño fruncido, como si estuviese enfadada con el destino, culpable de haberla dirigido hacia el camino que había intentado evitar por todos los medios.

      La СКАЧАТЬ