El Amanecer Del Pecado. Valentino Grassetti
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El Amanecer Del Pecado - Valentino Grassetti страница 4

Название: El Amanecer Del Pecado

Автор: Valentino Grassetti

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Современная зарубежная литература

Серия:

isbn: 9788835404651

isbn:

СКАЧАТЬ un beso en la mejilla. Desde el momento en que comenzó a tener un hermano enfermo, embutido de fármacos y atontado por un destino hecho sólo de mala suerte, la mejor cura había sido alimentarlo con grandes dosis de amor. Daisy lo había comprendido perfectamente y hacía todo lo posible por ponerla en práctica.

      La muchacha puso la mochila en bandolera y salió de casa. El bus estaba parado en la carretera, justo delante del camino de su edificio, un chalet de dos pisos con las vigas a la vista, las cristaleras anchas y luminosas y un jardín florido, pequeño reino indiscutido de abejas y mariposas de colores en busca de dulces e intensos perfumes. El chalet, junto a una cuenta sustanciosa a nombre de los hijos, fueron las únicas cosas soportables dejadas por Paolo Magnoli antes de suicidarse.

      Daisy subió al autobús, la puerta se cerró por medio de un émbolo a sus espaldas. Durante el trayecto repasó mentalmente la lección de historia.

      Torcuato Tasso nació en Sorrento el 11 de marzo de 1054. Hijo de Porzia dei Rossi y de Bernardo, un cortesano y literato. Cuando quedó huérfano de la madre siguió al padre a Urbino, Venecia, Padova… y luego, luego… uff… ¿pero quién puede recordar el resto?

      El bus remontó la vía estrecha y tortuosa y se introdujo en la carretera de circunvalación. A las ocho de la mañana los habitantes de Castelmuso siempre estaban a la cola ocupando las dos rotondas de aquel tramo de la carretera provincial donde un guardia urbano, obeso y aburrido, daba salida al tráfico con una ridícula autoridad.

      El instituto Leopardi se encontraba al final de la última rotonda, un edificio de tres pisos de ladrillos rojos con un techo plano que hacía las veces de terraza. Había sido construido en los años ochenta, cuando el pueblo tendía a expandir la periferia hacia la vertiente este, no demasiado alejado de la zona industrial.

      Daisy bajó del autobús, atravesó el portón y luego el patio para llegar hasta el aula de literatura. Algunos estudiantes la saludaron con chistes ingeniosos; alguno silbaba con los dedos en la boca, otros batían las manos para tomarle el pelo, señal de que el artículo no había pasado inadvertido.

      Lorena la esperaba en lo alto de las escaleras, un brazo sosteniendo el pesado diccionario de italiano, el otro agitándolo en el aire para decirle que se diese prisa. Daisy aceleró el paso para llegar hasta Lorena cuando vio a Guido. El autor del artículo era un chaval que, si bien no del todo introvertido, era, de todas formas, un adolescente melancólico y silencioso, con los rizos negros enmarañados, la sudadera descolorida, los anteojos redondos, pequeños y escurridizos que ponía en su lugar con un dedo para que no le cayesen de la nariz.

      –Ho… hola Daisy –dijo inseguro, las palabras se frenaban por un mal presagio que le estaba diciendo que se estuviese callado. Tiró por la calle de en medio que le hizo balbucear en vez de callar.

      – ¿Te ha gustado el artículo? –dijo metiendo las manos en el fondo de los bolsillos de los pantalones apuntando sus ojos hacia el rostro fresco y limpio de ella.

      Daisy no respondió y siguió adelante reservándole esas atenciones que se les da, más que a una persona poco grata, a un objeto de mobiliario particularmente insignificante.

      – ¡Vaya! ¿Qué mosca le ha picado?

      –La foto, ¡capullo! –Le reprochó Lorena –Has puesto un selfie de Facebook. En las redes sociales podían verla sólo los amigos. En Croniche Cittadine la han visto todos.

      –Pero, la foto es, cómo lo diría, intensa. Sí. Intensa es el término justo.

      También Lorena estaba de acuerdo y probablemente Daisy pensaba de la misma manera. Lorena, sin embargo, conocía la extraña psicología de la amiga.

      No estaba enfadada con Guido por la foto sino por algo más profundo y complicado.

      Daisy Magnoli se había enamorado de él. Una atracción que no conseguía controlar y ni siquiera perdonarse. Guido, de hecho, no tenía ninguna de las cualidades que hubiera deseado en un muchacho. No lo encontraba ni atrayente ni tampoco demasiado simpático. Era poco sociable, cerrado y aburrido. Los otros muchachos, por el contrario, eran excéntricos, un poco salvajes y temerarios. Mientras que Guido era triste y gris como un cielo sin relámpagos. Daisy no habría podido relacionarse con uno de ese tipo.

      A pesar de todo el muchacho de cabellos rizados estaba siempre en el centro de sus pensamientos. Por esto lo trataba mal. Quería obligarlo a que la odiase, quizás de esta manera se lo sacaría de la cabeza.

      Los estudiantes entraron en la clase. Lorena apoyó el diccionario sobre el pupitre y se sentó al lado de Daisy.

      –El hecho es que no soporto tenerlo siempre en la cabeza –murmuró a su amiga. – ¿Pero, lo has visto? Hoy va más encorvado. Pero ¿cuánto tiempo pasa delante del ordenador? –dijo buscando un pretexto que lo volviese insoportable.

      Guido entró el último en la clase. Compartía el pupitre con Filippa Villa, una chavala enorme y arrogante, un dedo medio tatuado en la parte baja de la espalda que surgía de una camiseta demasiado corta. La lección había comenzado pero el profesor todavía no había llegado.

      El profesor de italiano era el representante sindical del colegio.

      Alguien lo había visto discutir en la secretaría, donde había gritado algo con respecto a algunas cuentas de gastos para las actividades extraescolares de los profesores. Cada asunto sindical que se debía resolver requería mucho tiempo y Manuel Pianesi, el estudiante que ocupaba el primer pupitre, lo aprovechó para encender el ordenador del escritorio.

      Manuel descargó de Youtube el vídeo de I’m rose que enseguida apareció proyectado en la pizarra interactiva.

      – ¡Manu, quita esa historia! –se lamentó Daisy.

      – ¿Habéis visto? Casi medio millón de visualizaciones –observó Manuel, los mechones de rastas que bajaban por sus hombros derechos y robustos. Manuel era un tipo bullicioso y divertido, de esos que sentían la incontenible necesitar de hacerse ver.

      – ¿Alguno ha leído, por casualidad, los últimos comentarios? –dijo riendo el chaval intentando llamar la atención sobre él.

      – ¿Qué quieres decir? –se alarmó Daisy que, temiendo una broma, se levantó del pupitre, llegó hasta la mesa del profesor y arrancó el ratón de las manos de Manuel. Él se encogió de hombros, ella pinchó sobre la barra de los comentarios.

      Daisy Magnoli parece una diva, pero puedo garantizaros que es tan tímida que si se lo pides te la enseña sólo en Instagram. Firmado Manuel Pianesi, adorado compañero del instituto.

      –Estúpido. Esta me la pagas –se enfadó Daisy.

      –Venga, es sólo una crítica constructiva. Y además no has visto lo que ha escrito Leo –dijo Manuel apuntando el pulgar a la espalda para señalar a Leonardo Fratesi, un chaval de tipo atlético, no muy alto, de cabellos rojos derechos como cerdas.

      Leo se levantó de su puesto y se mofó de Daisy con una reverencia.

      Daisy Magnoli siempre va de guay. Quiero decir que esperaremos a que sea vieja y fea para que sea ella la que se nos tire encima. Firmado Leo Fratesi, otro adorado compañero de instituto.

      Daisy leyó una plétora de comentarios divertidos todos firmados por sus adorados compañeros de instituto.

      Daisy Magnoli tiene las tetas tan pequeñas que, en lugar del sujetador, lleva tapones de cerveza.

      Daisy СКАЧАТЬ