Название: El Amanecer Del Pecado
Автор: Valentino Grassetti
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Современная зарубежная литература
isbn: 9788835404651
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Daisy, mientras leía, se ruborizaba cada vez más, las cejas curvadas amenazaban tormenta.
Guido observó el vídeo sombrío y silencioso. La película era una pequeña obra de arte creada por el hermano. Adriano Magnoli tenía un talento creativo fuera de serie. Una vena que la enfermedad parecía, de todas maneras, haber acentuado. I’m Rose fue escrita en un sola noche. Por la mañana, el chaval ya había sintetizado todo y por la tarde estaba ya en el sótano con su hermana para filmarla mientras interpretaba la canción. Daisy bailó en una sala llena de estanterías de aluminio y cajas de embalaje cerradas con cinta adhesiva. Adriano hizo desaparecer todo gracias a los efectos digitales. En el vídeo Daisy aparecía envuelta por espirales de niebla que parecía que danzaban con ella.
Si para Daisy el éxito en la web fue la clave para participar en Next Generation, para su hermano I’m Rose se convirtió en el objeto de su manía. Adriano permanecía durante horas y horas sentado delante del ordenador observando la película de su hermana. Ahora, el Internet democrático, libre y fisgón la había echado como pasto a los leones. Era criticada, alabada e insultada por gente desconocida. Nunca lo habría confesado pero lo encontraba excitante, como si alguien la estuviese mirando desnuda desde el agujero de la cerradura.
–Y me pregunto ¿qué he hecho para merecerme una panda de capullos como compañeros de colegio? –dijo riendo.
– ¡Oh, muchachos, ya llega! –dijo Lorena alarmada observando al profesor caminar jadeante por el pasillo.
Daisy estaba a punto de apagar el ordenador cuando en el vídeo apareció un nuevo comentario.
Una frase breve y malvada dirigida a su hermano.
Adriano, deja de buscarme. O tendrás un feo final.
Archivo clasificado nº 2
La redacción ha recibido la documentación grabada
Entrevistando al testigo (omitido)
GRABACIÓN COMPLETA
– ¿Esa grabadora está encendida? ¿Es necesaria?
–No se preocupe por la grabadora. Haga como si no estuviese.
–Bueno, como ya he dicho, después de la muerte de mi Lucas no conseguía estar en paz. Lo añoraba. Lo añoro tanto. He pasado días enteros en su tumba. Me sentaba en una butaca de picnic, de esas plegables. Me sentaba allí y hablaba con él. Hablaba de todo. Del colegio, sobre todo. Le sermoneaba por las notas. Podía dar mucho más, pero no quería estudiar. Cuán importante era el colegio para mí pero no para él. Y luego hablaba de deportes, del campeonato que ya no podía ver. Le hablaba de su Milán y de las muchachas que no le interesaban nada, y de lo que hacía Pedra, nuestra perra labrador que es como de la familia. Cuando acababa de charlar con él cerraba el taburete y volvía a casa. Miraba sus fotos, veía sus películas de cuando era pequeño. Pero no me bastaba. Entonces yo… yo…
(La testigo comienza a llorar)
–Luca era su hijo.
(La testigo asiente sin responder. Tiene una crisis. Quiero suspender la charla un minuto. La testigo dice que continuemos.)
–Perdona. Ya estoy mejor.
–Sé que es doloroso. Le entiendo. Y dígame, ¿fue entonces cuando decidió consultar a la médium?
–Sí. Normalmente no creo en estas cosas pero le añoraba tanto. Tenía veinte años, ¿comprende? Sólo veinte años. Debía escuchar su voz, o mejor dicho, ilusionarme de escucharle, verle, tocarle. Sé que comportándome de esta manera ofendería a la Santa Madre Iglesia. Sé que he pecado.
(Bebe un vaso de agua)
–No se preocupe por esto. Vayamos al grano.
–Bueno… voy al edificio de enfrente. En el cuarto piso, la segunda de las tres puertas, esas que están en el pasillo. Entro en el piso. Me lleva a una habitación que parecía una pequeña capilla. El ambiente olía a incienso. Sobre un altar había tres candelabros encendidos y un ostensorio. Y la estatua del santo. Una estatua grande y pesada de esas que sólo se ven en las iglesias. Me dejó muy impresionada. Pensé: ¿dónde puede haberla conseguido?
– ¿Habla de la estatua del santo patrón?
–Sí. Igualita que aquella que en invierno llevan en procesión.
–La procesión del veinticuatro de noviembre. La conozco. Continúe.
–La médium, madame Geneve, así se hacía llamar, cerró las pesadas cortinas de terciopelo. La estancia se sumergió en la oscuridad. Ella estaba en la otra parte de la mesa. Comenzó a invocar el nombre de mi hijo. Yo, en ese momento, me sentí estúpida y mezquina. ¿Cómo podía poner mi dolor en las manos de aquella mujer? Sabía que había estado en la cárcel por estafa pero vivía en mi barrio, estaba muy cerca de mi casa, y la muerte de un hijo no te convierte en lúcida. Sí, estaba confusa…
(Pausa. Comienza a sollozar)
–Por favor, no debe justificarse. No estoy aquí para juzgarla.
–S… sí, es verdad. Me quería ir cuando, de repente, escuché unos golpes en la ventana. ¿Sabe ese ruido que hacen los cristales cuando son golpeados por trozos gruesos de granizo?
–Sí. Sólo que no era granizo, ¿verdad? Dígame: ¿No ha pensado que era un truco?
–No sé lo qué he pensado. Sucedió de repente. Y luego, nada. No era un truco. Lo sé porque cuando madame Geneve descorrió las cortinas lanzó un grito. Estaba atemorizada. Digo que, si hubiese sido un truco, ¿qué sentido habría tenido chillar de miedo?
(Asiento)
–El golpeteo se intensificó, se sentía el ruido también sobre el tejado. La médium estaba en la ventana para comprobar qué estaba pasando. Afuera se había levantado la niebla. Pero igualmente veíamos el mismo carbón golpear el edificio.
– ¿Carbón? ¿Carbón que caía del cielo?
–Justo. Trozos de carbón incandescentes. Batía sobre las tejas, sobre el muro. Tan grandes y duros como para abollar los canalones.
– ¿Usted cómo ha reaccionado? ¿Ha tenido miedo?
–Mire, por raro que parezca, yo estaba calmada. Con una calma insólita. Es más, me sentía casi feliz. Me había ilusionado con que era una señal que me mandaba mi hijo. Estaba convencida. Sin embargo, la médium estaba aterrorizada. Me encontré tranquilizándola porque Luca estaba allí. Estaba allí conmigo. Y esto gracias a ella. Pero ella decía que no tenía nada que ver con cuanto estaba sucediendo. Ella sólo debía leerme las cartas o algo parecido, dijo.
Como todos los canallas mezclaba lo sagrado con lo profano. A continuación la ventana se abrió de golpe. Los trozos de carbón cayeron en la habitación y golpearon a la médium. La pobre se cayó al suelo y perdió una zapatilla.
No sé porque me ha quedado impresa la zapatilla. Pero, en ese momento, todo era muy confuso. El resto, excepto la zapatilla que se quedó sobre la alfombra, lo recuerdo vagamente. Recuerdo la mesa golpeada por el carbón ardiente, la alfombra que comenzó a quemarse. Casi parecía como que aquella lluvia nos golpease para obligarnos a escapar СКАЧАТЬ