Название: Sola ante el León
Автор: Simone Arnold-Liebster
Издательство: Автор
Жанр: Биографии и Мемуары
isbn: 9782879531670
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—Adolphe, ¿has leído esta circular? —preguntó mamá—. Dice que todos los viernes la clase entera tendrá que ducharse, y no habrá excepciones. Se proporcionará jabón y bañador a todos. Y los niños cuyas familias reciban asistencia social, recibirán un tazón de leche y un panecillo a las 10.00 de la mañana.
—Cuando éramos jóvenes no teníamos esas ventajas —dijo papá—, pero no me sorprende, Mulhouse es una ciudad socialista.
—Papá, ¿qué es una ciudad socialista?
—Es una ciudad donde los trabajadores se juntan para defender sus derechos y luchar a favor de la justicia y en contra de las injusticias. Es terriblemente injusto que sus salarios sean tan bajos.
—Papá, ¿qué es una injusticia?
Papá señaló un óleo de metro y medio colgado en la pared de nuestro pequeño salón. Representaba a un pastor rezando un ángelus al mediodía. Papá lo había pintado en la escuela de arte con tan solo 15 años.
—Se presentó en una exposición, y obtuve la puntuación más alta, pero cuando se repartieron los premios, me dieron la medalla de plata en vez de la de oro. Así que el abuelo fue a hablar con el supervisor de la escuela para averiguar por qué. —Papá se sentó y me colocó sobre sus rodillas. Su rostro reflejaba amargura.
—Simone, recuerda para el resto de tu vida la respuesta del supervisor de la escuela, no la olvides nunca: “Es impensable que se le dé la medalla de oro a un pequeño y desconocido joven montañés, cuyo nombre no significa nada. La medalla de oro se la daremos al hijo de Fulano de Tal que nos patrocina económicamente y que es conocido en toda la ciudad”. Hizo una larga pausa.
—Incluso, dijo a mi padrastro que si le parecía mal, tampoco tenía que aceptar la medalla de plata. —Abrí el cajón y examiné detenidamente la medalla de plata, mientras papá repetía—: Una injusticia… contra eso luchan los trabajadores. Eso es lo que significa ser socialista.
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Las hojas del árbol de limas del patio del colegio comenzaron a amarillear. El viento las arrancaba y jugaba con ellas un rato, antes de que consiguiésemos atraparlas para jugar nosotras. Sin embargo, Frida nunca las perseguía. Ella se limitaba a vernos jugar mientras se comía el emparedado de mantequilla y mermelada que yo le cambiaba por su panecillo duro. Yo no me sentía a gusto con mi blusón rosa. No quería que me consideraran una “niña rica”.
—Pareces cansada, Frida —le comenté preocupada.
—Es solo que no me gusta el viento —me dijo tosiendo.
—¿Dónde trabaja tu padre?
—En el jardín.
—Y ¿le pagan algo por trabajar en el jardín?
—No, es inválido.
Pensé para mis adentros que tendría que averiguar qué tipo de trabajo era ese. Frida no pudo explicármelo, ¡era tan vergonzosa! El lunes por la mañana faltó a clase. La pequeña casa en la que vivía siempre tenía cerradas las contraventanas de la fachada que daba a la calle. Afortunadamente, Frida vino a clase por la tarde. La había echado muchísimo de menos, incluso había tenido que darle mi emparedado a otra niña. Yo era incapaz de comer pan con mantequilla enfrente de tantas niñas pobres.
El lunes siguiente llovió de nuevo y Frida volvió a faltar a clase. Parece hecha de azúcar, me dije. ¿Por qué tiene tanto miedo a la lluvia? Teníamos los zapatos, las capas y el pelo tan mojados, a pesar de las capuchas, que el aula olía como una cuadra. Había cuatro grandes ventanales, pero no eran de mucha utilidad aquella mañana. Detrás de sus pantallas, las bombillas emitían una luz amarillenta suficiente para llevar a cabo el ritual de pasar lista del lunes por la mañana.
Blanche y Madeleine charlaban animadamente sobre la ambulancia y los coches de bomberos y policía que nos habíamos cruzado camino de clase. ¡Viene Mademoiselle! —advirtió alguien. Inmediatamente nos abrimos paso hasta nuestros pupitres y pusimos las cosas en orden: la pizarra con su reluciente marco de madera blanco, la esponja limpia y el pañuelo bien doblado. Incluso teníamos que colocar adecuadamente los diez dedos sobre el pupitre. Como si se hubiera apagado una radio, el silencio se impuso cuando Mademoiselle entró en el aula. Aún le llevó un rato inspeccionar los zapatos, las faldas e ¡incluso las orejas de toda la clase!
Aquel día no podía dejar de pensar en el río que fluía detrás de nuestra casa y que desaparecía bajo tierra. Había visto algo de color azul claro que flotaba río abajo y a dos hombres con unos ganchos intentando acercarlo a la orilla.
—Simone, rápido, métete en casa —ordenó mamá.
Más tarde, oí a los vecinos hablar acerca de unos gemelos de tres años de edad. Se había hallado el cuerpo de uno de ellos, el otro había sido engullido por los remolinos.
—Mamá, ¿dónde están los gemelos ahora?
—En el cielo, ahora son angelitos.
Mientras caminaba de arriba abajo entre las filas, Mademoiselle nos explicó lo peligroso que era el río.
—La orilla puede ser muy falsa. Puede hundirse nada más pisarla.
Era obvio que aquel día no iba a hablar de santos, ni de sus vidas o sacrificios. En esta ocasión el tema era el peligro de ahogarse y la muerte, ni religión ni santos. Eché de menos la clase de religión.
Al volver a casa por la tarde, siempre lamentaba tener que despedirme de Frida. Ella no tenía una madre que la esperase con música suave y un té caliente o un refresco. Ni siquiera tenía una perrita como mi Zita dispuesta a darme la bienvenida saltándome encima. Si llovía, mamá siempre me tenía preparada una tina de agua caliente para los pies y una deliciosa rebanada de pan con mermelada lista para comer. Me encantaban nuestras conversaciones íntimas. Podía hablar con mi madre y abrirle mi corazón por completo, o casi. Lo único que no le confesaba era la persona a la que más admiraba. No se lo iba a decir a mamá, ¡no fuera a tener celos!
Una mujer joven y bien vestida se había mudado a nuestra calle. Yo sentía auténtica admiración por esa mujer tan hermosa y distinguida, incluso se había convertido en un modelo para mí. Ella pasaba siempre a una hora determinada en la que yo corría hacia la ventana con el corazón acelerado. Anhelaba estar cerca de ella.
Papá se tomaba muy en serio mis tareas escolares. Nunca permitía que hiciese garabatos o que dejara a un lado los deberes por muy testaruda que me pusiese. Le gustaba decir:
—Sé que lo puedes hacer mejor, además llevas mi apellido.
Ejercía su autoridad de forma calmada y bondadosa, por lo que siempre me arrepentía después de haberle contrariado. Me preguntaba a mí misma:
—¿Por qué me rebelo contra mi querido papá?
« Ils sont au ciel. Ce sont de petits anges à présent. »
En arpentant les rangs, Mademoiselle a attiré notre attention sur les dangers de la rivière : « Le bord peut être traître. Il peut s’effondrer sous vos pieds. » Nous avons vite compris qu’elle n’allait pas traiter de la vie ou des sacrifices des saints. СКАЧАТЬ