Cuenta atrás desesperada. Jesús Mallol
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Название: Cuenta atrás desesperada

Автор: Jesús Mallol

Издательство: Автор

Жанр: Контркультура

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isbn: 9788490725313

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СКАЧАТЬ de repasar todo lo que le había dicho el anciano del Historial de Péronne, había decidido conducir despacio, sin superar los 110 kilómetros por hora, y parar cada hora aproximadamente para permitir que se enfriasen los neumáticos. Además, cada vez que pudiera, orinaría en las ruedas para enmascarar cualquier resto de olor del explosivo. La velocidad moderada y las frecuentes paradas lo retrasarían un poco, pero resultaría más seguro, y de todas formas tenía suficiente tiempo para completar el viaje.

      Se fijó en las señales que indicaban direcciones a otras ciudades próximas. Muchos de los nombres le eran muy familiares y rezumaban historia, casi siempre por hechos de guerra: Saint Quentin, Cambrai, Compiègne. Aquella región había sido disputada una vez tras otra, durante siglos, por los ejércitos más poderosos de cada época.

      Cuando por fin se relajó algo, empezó a repasar mentalmente los hechos y hacer conjeturas para buscarle una explicación. La complejidad de la operación sin duda se debía a la actual carencia de recursos de la organización y a la represión de la Policía, tanto en Francia como en España; por eso la acción se le había encargado a un solo hombre.

      El haber tenido que ir tan lejos a buscar el explosivo, según pensaba Iñaki, indicaba que otras zonas, como el País Vasco francés o Bretaña, ya no eran seguras. No sabía si el anciano de Péronne era un patriota de alguna otra organización afín, o eran simples delincuentes que actuaban por dinero. ¿Por qué había tenido que ir hasta tan lejos a por el explosivo si posiblemente también lo podían haber logrado mucho más cerca del objetivo, quizá incluso en las mismas Canarias? Sólo se le ocurría una explicación lógica: robar explosivos en Canarias, aunque sin duda sería factible, pondría en estado de alerta a los españoles y dar al traste con la operación al eliminar el factor sorpresa.

      Una cosa sí estaba clara: la organización había planificado la operación hasta en sus mínimos detalles, y había mucha gente movilizada para hacer cada uno una parte muy concreta. Sin embargo, intuía que nadie conocía más detalles que los estrictamente precisos, de forma que nadie tenía ni remotamente una visión de conjunto de toda la operación. El que proporcionó el explosivo seguramente no sabía para qué era; los que habían preparado la documentación quizás no sabían de qué se trataba, y así. Ni él mismo tenía la menor idea de muchos de los aspectos laterales de la operación. ¿Cuántas personas la conocerían entera? Se podrían contar con los dedos de una mano, y posiblemente sobrarían dedos.

      Cuando llevaba recorridos casi cien kilómetros desde Péronne, cerca de Senlis, decidió parar en un área de servicio para comer algo y dejar enfriar los neumáticos otra vez. No es que tuviese mucha hambre, pero con la tensión nerviosa por conducir un coche con diez kilos de explosivo en los neumáticos, necesitaba descansar frecuentemente. De otra forma el cansancio acumulado lo llevaría a cometer cualquier imprudencia, y eso no lo podía permitir.

      Al bajarse del coche tocó con la mano los neumáticos traseros y comprobó con alivio que no estaban calientes. Sin duda, la llovizna que había estado cayendo de forma intermitente había contribuido a ello.

      Después de tomar un par de sándwiches con una Coca-Cola, Iñaki se fijó en el mapa de carreteras que estaba expuesto en la pared de la gasolinera para hacerse una idea de la situación. En Senlis era donde debía abandonar la autopista para dirigirse por la carrera nacional N330 hacia Meaux, hacia el este, cerca de Eurodisney, donde podría quedarse a dormir. Iñaki recordó claramente las instrucciones de Ingude: debía abandonar la autopista para rodear París sin acercarse a la ciudad, ya que podía resultar peligrosa.

      En estas etapas intermedias no tenía instrucciones concretas y podía pernoctar en una ciudad o en otra, según decidiese. Sin embargo, Ingude sí le había recomendado que se alojase siempre en algún hotel de carretera donde sería más fácil pasar desapercibido.

      Más tranquilo que antes de la parada, arrancó el suave motor y reemprendió el camino, pero ahora disfrutando del paisaje.

      Después de deshacer el equipaje, que no era mucho, Carlos repasó su nuevo hábitat, comprobando qué era lo que tenía el apartamento y lo que podría necesitar. Tenía un frigorífico con congelador, pero no había nada dentro que enfriar; tenía lavadora, pero no tenía detergente; tenía cuarto de baño, pero no tenía gel de baño ni papel higiénico. Esta comprobación la hacía con ojo experto; no en vano llevaba más de dos años, desde su divorcio, viviendo solo y ejerciendo como amo de casa. Así que cuando se aseguró de todo lo que necesitaba, o al menos lo más urgente, salió a la calle y preguntó a la primera señora que vio cargada con dos bolsas de plástico por algún supermercado próximo; no se equivocó porque había uno a la vuelta de la esquina en un sótano.

      Caía ya la tarde cuando regresó a casa cargado de bolsas, en plan marujo, como él mismo solía decir. Más adelante compraría más cosas para hacer un ambiente más personal y agradable, pero al menos ahora tenía lo suficiente para echar a andar.

      El apartamento era muy nuevo, bien amueblado y con gusto. Tenía un dormitorio con armario, una sala de estar amplia que daba a una terracita sobre la plaza, un baño con la lavadora instalada, y una pequeña cocina con una especie de mostrador que se comunicaba con la sala. Resultaba a la vez cómodo y acogedor, y pensaba que podría completar el entorno con un vídeo, un equipo de música y un bar medianamente servido para poder invitar a una chica a tomar una copa en cualquier momento.

      Otra cosa que iba a necesitar, y pronto, era un coche, porque sin vehículo no se encontraba cómodo. Y también tendría que instalar una pequeña caja fuerte para guardar la pistola en casa cuando no la llevase encima; eso, o dejarla en la comisaría.

      Al pensar en ella la sacó. Era una magnífica Beretta 9000 S Compact, de calibre 9 mm Parabellum. La contempló en su mano y sonrió al recordar la extraña asociación que siempre hacía la prensa entre ese calibre, el 9 mm Parabellum, y ETA. Como si ETA emplease el 9 Parabellum como signo de exquisitez o distinción, cuando en realidad lo hacían porque era la munición potente más fácil de encontrar en Europa y porque era la que utilizaban las armas que tenían.

      Había comprado la Beretta en una armería de Madrid por consejo de un amigo, buen aficionado a las armas, cuando lo destinaron al País Vasco. Era magnífica para defensa, de pequeño tamaño pero muy potente y precisa, y de gran capacidad de fuego gracias a su suave mecanismo, a la comodidad de su culata y a la capacidad de su cargador para doce cartuchos. La desventaja era su precio, pero nunca se había arrepentido de su adquisición. Algunos la consideraban como el Rolls Royce de las pistolas.

      Al hilo de estos pensamientos, recordó otra cosa que necesitaría pronto: el equipo necesario para la limpieza de su querida pistola, ya que entrenaba bastante a menudo y siempre la limpiaba a conciencia después de cada tirada. El que tenía en San Sebastián estaba tan gastado y deteriorado por el uso que decidió tirarlo y comprar aquí uno nuevo.

      Iñaki se enfrascó en buscar la dirección del hotel en el catálogo de establecimientos que la cadena Accord tiene distribuidos a lo largo de todas las carreteras y autopistas francesas. Una vez localizado, siguió las indicaciones que ofrecía el propio catálogo para llegar al hotel abandonando la N330.

      Era uno de los inconfundibles hoteles de la cadena Prèmiere Classe, con el habitual indicador amarillo situado en lo alto de un poste visible en la distancia, que mostraba el número uno en cifras romanas enmarcado por una corona de laurel. Ingude le había insistido en que, siempre que fuese posible, se alojase en este tipo de hoteles por el anonimato que proporcionan. Para registrarse sólo es necesario teclear los datos en una terminal informática situada junto a la puerta del hotel e introducir la tarjeta de crédito en la ranura lectora. El ordenador cobra el alojamiento directamente a la cuenta de la tarjeta y emite una СКАЧАТЬ