Cuenta atrás desesperada. Jesús Mallol
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cuenta atrás desesperada - Jesús Mallol страница 4

Название: Cuenta atrás desesperada

Автор: Jesús Mallol

Издательство: Автор

Жанр: Контркультура

Серия:

isbn: 9788490725313

isbn:

СКАЧАТЬ de despedida y, mientras miraba a hurtadillas hacia fuera, le dijo con una sonrisa:

      –Bien, chaval, pórtate bien y no te la juegues; nos veremos pronto. –Y girando sobre sí mismo cerró la puerta dejando a Iñaki en el exterior.

      Cuando salió otra vez a la lluvia, mientras se dirigía a su casa a recoger su equipaje llevando en la mano la bolsa que le había entregado Ingude, Iñaki Izaguirre recordó cómo había llegado a aquel punto. Pensó en su padre, tantas veces preso en las cárceles españolas por ser vasco, hasta que murió en una triste celda del penal de El Dueso por enfermedades contraídas en prisión, secuela de las condiciones inhumanas a las que sometían a los presos. Luego vino su participación en los grupos juveniles que habían hostigado a los españolistas en las calles hasta que al final, hacía tres años, tuvo que irse a Francia después de que lo detuvieran por hacer las misiones de seguimiento y vigilancia que le habían pedido. Al poco tiempo, ya en Francia, vinieron los primeros contactos directos con la organización, y casi sin darse cuenta se vio participando en un programa de adiestramiento en manejo de armas, explosivos, inteligencia, y todas las funciones necesarias para realizar sabotajes, atentados o suministros.

      Sintió el peso de la misión que la dirección le había encomendado, consciente de su envergadura. Desde luego había habido acciones más sangrientas, y tampoco esta sería tan notable como la Operación Ogro, cuando volaron a Carrero Blanco el mismo año que él nació en Donostia, pero tendría un significado enorme y unas consecuencias imprevisibles. Quién sabe, a lo mejor un golpe tan inesperado podría hacerles comprender a los españoles que nunca tendrían nada que hacer allí, en Euskal Herria, y que tendrían que marcharse a su país.

      En el minúsculo apartamento donde vivía en Guéthary con otros dos compañeros, alquilado a nombre de un colaborador de la organización que era ciudadano francés, hizo el equipaje con todo lo necesario en pocos minutos. Era una de las ventajas de ser tan disciplinado y ordenado: cada prenda de ropa y cada cosa estaba perfectamente colocada en su sitio. Gracias a eso, Iñaki pudo llegar a tiempo para coger el primer tren que debería llevarlo muy al norte, a cubrir la primera etapa de la Operación Dragon Rapide.

      El viaje hasta París fue pesado. Tuvo tiempo de dormir, de leer, y de aburrirse. Para evitar que nadie se pusiera a hablarle se colocó los auriculares de su walkman, y para combatir el tedio se entretuvo en recomponer mentalmente todas las instrucciones que le había dado Ingude para fijarlas en la memoria: los puntos donde debería tener algún encuentro con no sabía quién, los viajes que tendría que realizar para no hacer ningún trayecto directamente, las precauciones a tomar en cada punto… Y una vez ordenados mentalmente todos aquellos datos, desarrollar un sistema nemotécnico para memorizarlos sin esfuerzo y sin que se olvidase ningún eslabón de la complicada cadena.

      –¿Queda algún asunto pendiente?

      –Sí, señor director –respondió el subdirector general de Operaciones mientras le tendía una carpeta de color sepia–. Se trata del traslado del inspector Catena.

      –Ah, sí, Catena. ¿Cómo está ese asunto?

      –Verá, el traslado urgente ha sido solicitado por el propio inspector Catena y viene informado favorablemente por el comisario jefe de San Sebastián y por el delegado del Gobierno en el País Vasco. Se trata de un funcionario con una impecable hoja de servicios, que ha participado de forma destacada en la desarticulación de varios comandos terroristas, y que en los últimos dos meses ha tenido tres atentados, frustrados por fortuna: dos bombas lapa en el coche y un paquete explosivo la semana pasada. Por nuestra parte no hay inconveniente en trasladarlo, y sólo depende de su firma.

      –Dígame, ¿cómo ha logrado salir de tres atentados? –El director general se había levantado de su escritorio y contemplaba el hermoso Paseo de la Castellana a través de los cristales de la ventana, con los árboles desnudos que le daban al entorno un inequívoco aire invernal.

      –Por lo concienzudo que es, y porque ha tenido mucha suerte. Todas las bombas que le han puesto hasta ahora las ha detectado antes de que estallaran.

      –Bien, parece que debemos trasladarlo de forma urgente, antes de que su suerte le dé la espalda. ¿Qué posibles destinos hay libres?

      –Ya lo hemos comprobado. Hay algunas vacantes, y podría ser trasladado de forma inmediata a Pamplona, Madrid o Tenerife.

      –Pues vamos a mandarlo una temporada a descansar a Tenerife, que se lo tiene merecido, ¿no cree?; una temporada lejos del terrorismo, casi de vacaciones. Por favor, ocúpese del traslado de forma urgente, que no lo quiero demorar. ¿Algún otro asunto?

      –No, señor. Esta misma mañana completaré los trámites del traslado y esta tarde se los paso a firma, si le parece.

      –Perfecto. Hágalo sin demora.

      El subdirector general salió dando por concluida la reunión. Al llegar a su propio despacho, llamó a la secretaria por el interfono para pedirle que iniciase los trámites para el traslado urgente del inspector Carlos Catena desde su actual destino, en la comisaría de San Sebastián, a la de Santa Cruz de Tenerife. Luego encendió su ordenador para entrar en Internet y consultar las últimas noticias de las agencias y su propio correo electrónico.

      El inspector Carlos Catena estaba en su despacho en mangas de camisa. Nada en su aspecto indicaba que pudiese ser un funcionario del Cuerpo Superior de Policía. A sus treinta y cuatro años tenía el pelo relativamente largo, y una poblada y oscura barba le cubría la cara; vestía un pantalón sport beige arrugado y una camisa a cuadritos verdes con las mangas subidas; se había quitado el suéter para soportar la temperatura que la calefacción del edificio mantenía en todas las dependencias, y eso que nunca abría el radiador en su despacho. En la cadera, prendida en un ancho cinturón de cuero con la hebilla tipo vaquero, llevaba la funda de la pistola, pero el arma estaba guardada en un cajón de su escritorio.

      Revisaba de forma rutinaria unos informes internos sobre los incidentes de los últimos días en San Sebastián mientras que, como acto involuntario, se daba tironcitos de la barba.

      De pronto, se oyeron unos golpecitos en la puerta, que se abrió casi simultáneamente, sin esperar ninguna contestación. En el hueco apareció la bonita cara de Rosa, la sonriente secretaria del comisario.

      –Catena, el jefe quiere verte. Cuando puedas.

      Resignado, sin contestar, dejó los informes sobre la mesa, cerró el cajón donde reposaba la pistola y salió al pasillo para ver, si llegaba a tiempo, el contoneo de Rosa. El despacho del comisario estaba en el mismo piso, al otro extremo de un pasillo que en aquel momento, aunque no era lo habitual, estaba casi vacío; sólo había un agente de guardia tras una mesita. Se encaminó al despacho del comisario, le dirigió una sonrisa a Rosa al pasar junto a ella y se dirigió hacia la puerta. Llamó con los nudillos y, al oír la invitación desde dentro, abrió y entró en el despacho.

      –Pase, Catena. ¿Cómo se encuentra?

      –Pues cómo quiere que me encuentre, jefe. Mirando debajo del coche, de la cama y hasta debajo de mi sombra; mirando hacia delante y hacia atrás a la vez, con la sensación de que todo el mundo me está mirando de reojo, y con pesadillas. Pero quitando esas tonterías, muy tranquilo.

      –Pues déjese de sarcasmos y siga tranquilo porque ya se ha arreglado. Acabo de recibir un comunicado por correo electrónico de la dirección general diciéndome que le han concedido el traslado inmediato. Los trámites y el papeleo tardarán unos días, pero СКАЧАТЬ