Cuenta atrás desesperada. Jesús Mallol
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cuenta atrás desesperada - Jesús Mallol страница 7

Название: Cuenta atrás desesperada

Автор: Jesús Mallol

Издательство: Автор

Жанр: Контркультура

Серия:

isbn: 9788490725313

isbn:

СКАЧАТЬ indicar el inicio de alguna acción terrorista de cierta envergadura –explicó con una carpeta abierta en la mano el comisario jefe de Información al director general de la Policía–. Según nuestros analistas, lo más probable es que pueda tratarse de un coche bomba colocado por un comando itinerante, que no necesita una infraestructura estable en el lugar de la acción, porque los comandos operativos los tenemos ahora desarticulados y desmantelados casi en su totalidad.

      «Según nuestros analistas, y creo que tienen base para esto, el golpe podemos esperarlo en cualquier parte del país, pero destacan cinco puntos: el País Vasco, para mantener la tensión en casa y porque es donde tiene un mayor apoyo; Madrid, siempre posible objetivo por ser la capital del Estado; Sevilla, por ser la sede de la próxima reunión de los ministros de Hacienda de los países de la Unión Europea; alguna estación de esquí del Pirineo, por la concurrencia de políticos y miembros de la familia real que hay durante todo este mes; y, desde hace algún tiempo, tampoco descartan algún golpe en las Canarias, que hasta ahora se habían considerado fuera de la amenaza terrorista.

      –¿En qué lugar de Canarias creen sus sabios que es más factible el golpe, comisario?

      –En principio, aunque no descartan a ninguna de las demás islas, en alguna de las dos principales, Gran Canaria y Tenerife. Pero se inclinan por Tenerife.

      –¡Coño, comisario! ¿Queda algo seguro en el país? Se supone que no estamos solamente para intentar averiguar dónde nos van a pegar la siguiente bofetada y luego llorar a las víctimas, sino para evitarlo y llevar a los culpables a los tribunales.

      –Ya lo sé. Si pudiésemos realizar alguna operación preventiva, lo podríamos hacer porque tenemos casi toda la información necesaria para iniciarla y…

      –No se le ocurra ni mencionarlo, comisario. Después de la chapuza de los GAL, ese tipo de opciones están totalmente desautorizadas; no sólo fallaron ellos, sino que nos cerraron cualquier posibilidad para el futuro. ¡Menuda cagada!

      –Pues usted dirá qué es lo que podemos hacer.

      El director se levantó de su sillón y paseó por la habitación de forma nerviosa, sin contemplar la magnífica marina que colgaba de la pared tras su escritorio, aunque los ojos parecían apuntar en aquella dirección. Después de tres paseos frente a su interlocutor, se paró para contestar la pregunta que le había lanzado el comisario jefe de información.

      –Sólo podemos hacer lo único que podemos hacer –sentenció–. Circule esa información a la Guardia Civil, delegaciones del Gobierno, Ministerio de Defensa y Policías Autónomas para que adopten todas las medidas que estimen oportunas, y a las comisarías de las ciudades con más probabilidades, para que se pongan en alerta; yo informaré al ministro.

      Carlos Catena se despertó sobresaltado cuando sonó el teléfono situado en la mesilla de noche, muy cerca de su cabeza. La noche anterior, cuando decidió retirarse a su habitación y tomarse una copa en el mini bar, viendo la televisión, había indicado en recepción que lo despertaran a las ocho de la mañana. Esa era la llamada que lo había sacado del plácido sueño en el que se encontraba.

      Miró el reloj de forma rutinaria para comprobar la hora y vio que marcaba las nueve. ¿Cómo es posible que en este hotel no lo llamen a uno cuando lo pide?, pensó. Se dirigió al baño para darse una ducha y bajar a desayunar.

      Como había salido de su anterior destino en la comisaría de San Sebastián de una forma tan repentina, no le habían dicho cuándo debería incorporarse a la de Santa Cruz de Tenerife, por lo que decidió que lo más correcto sería presentarse inmediatamente al comisario y que él se lo dijera. A lo mejor, pensó divertido, aquí no saben que me han mandado para acá.

      Al mirarse en el espejo decidió que era el momento perfecto para cambiar de aspecto. Hacía tres años que se había dejado crecer la barba, porque en el País Vasco un barbudo pasaba más desapercibido, pero era algo que en realidad nunca le había entusiasmado. Con la determinación ya tomada, llamó por teléfono a recepción y pidió que le subieran a la habitación jabón, una brocha y una maquinilla de afeitar, y cuando salió de la habitación, parecía otra persona bastante más joven que la que se había acostado la noche anterior.

      No dejó de mirarse de reojo en el espejo del ascensor mientras bajaba, como intentando acostumbrarse a la cara de aquel extraño de aire familiar que, a su vez, lo observaba desde el espejo.

      En la recepción enrojeció como un colegial cuando, al preguntar al recepcionista por la confusión en la hora de despertarlo, el empleado le explicó, con guasa, que la hora de Canarias es una menos que en la península, pero que no debía preocuparse porque era algo que le ocurría a todos los peninsulares.

      Después de informarse por la dirección de la comisaría, decidió ir paseando. El día era espléndido, con una temperatura de casi veinte grados, y en muchos de los palacetes que bordeaban las Ramblas, al igual que en el parque situado justo al lado del hotel, había macizos de flores brillantes. En el mismo paseo compró el periódico y, como todos los días, se fue derecho a buscar las noticias del País Vasco, lo que había sucedido en la calle y lo que habían manifestado los políticos. Aquello seguía igual que cuando él estaba allí, que ahora se le antojaba que había pasado mucho tiempo atrás aunque en realidad sólo habían transcurrido algo más de cuarenta y ocho horas. De todas formas, aunque lo intentó, no fue capaz de dejar la pistola en el hotel, sino que se la puso en la funda. Le resultaba inconcebible salir desarmado a la calle, aunque no estuviese de servicio.

      Al llegar a la comisaría, después de identificarse unas cuantas veces, se encontró acompañado por otra secretaria ante la puerta de otro comisario.

      –Adelante, Catena. Encantado de conocerlo –dijo el comisario tendiéndole la mano–. Lo esperábamos, pero sin saber cuándo.

      «Ayer recibimos por correo electrónico, y luego por fax, una notificación sobre su traslado, añadiendo que la tramitación completa de la documentación llevaría unos días más.

      –Me alegro de que todo haya funcionado bien. Como tampoco me han dado instrucciones de ningún tipo, quería preguntarle cuándo debo incorporarme.

      –A mí tampoco me lo han indicado –respondió el comisario–, pero lo lógico es que no lo haga hasta que no esté oficialmente asignado a esta comisaría, es decir, hasta que haya llegado la documentación de su traslado, dentro en unos días. Así que, como es miércoles, tómese lo que queda de semana libre y preséntese el lunes, que a lo mejor para entonces ya han llegado sus papeles.

      «Descanse estos días, instálese y visite la isla para empezar a conocerla. ¿Necesita algo que podamos hacer por usted?

      –No, gracias, comisario.

      De regreso al hotel entró en una peluquería que encontró en el camino dispuesto a completar el cambio de imagen y se cortó el pelo. Cuando volvió a salir a la calle, notó sensaciones no experimentadas en mucho tiempo, como el contacto de la brisa fresca en la cara y en el cuello.

      Ya en el hotel, Carlos llamó desde su habitación a varias agencias inmobiliarias buscando un apartamento cómodo, amueblado y bien situado. Al tercer intento encontró lo que buscaba: un estudio amueblado en un edificio de reciente construcción en la zona de Tomé Cano, una zona donde viven muchísimos peninsulares, bastante próxima a la comisaría. Anotó la dirección que le dieron y tomó un taxi para ir a ver el apartamento. Media hora después firmó el contrato de alquiler y esa misma tarde se mudó a su nuevo hogar.

      Había СКАЧАТЬ