Название: La Mano Negra
Автор: Javier Tapia
Издательство: Bookwire
Жанр: Изобразительное искусство, фотография
Серия: Colección Nueva Era
isbn: 9788418211270
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Hasta que San Jerónimo se atrevió a traducir la Biblia Vulgata, los textos sagrados estaban en latín, traducidos a la lengua romana del hebrero, del arameo y del copto, o griego antiguo, porque el conocer el “verdadero” contenido de la Biblia estaba prohibido. Muchas misas se siguieron dando en un incomprensible latín hasta bien entrado el siglo XX, para proteger los secretos, de una liturgia mágico-religiosa, no aptos para el público ignorante constituido por los fieles.
La enseñanza en 1844, Giuseppe Costantini
La ignorancia no era un defecto, sino una virtud de ingenuidad infantil que protegía a los seres humanos de la soberbia que nace del conocimiento y la sabiduría.
La palabra de los dioses, así como los secretos de la Naturaleza y los conocimientos científicos de los sabios y los filósofos, debían mantenerse fuera del alcance de los legos como misterios insondables y como dogmas divinos, porque el saberlos podía otorgar poder a la masa, y eso, para las élites, no era nada bueno.
Pero las élites poco a poco aprendieron que las masas suelen ser sus cómplices en el camino de la ignorancia, y que el conocimiento no siempre le da poder al ignorante, sino que bien dosificado y diversificado, puede convertirse en una buena herramienta de control social y de colonización del pensamiento.
La industria necesitaba tanto esclavos que no supieran nada de nada, como aprendices, oficiales y expertos que sí tuvieran ciertos conocimientos.
En el campo no hacía falta que aprendieran nada, pero en las urbes industrializadas sí era necesario contar con cierta mano de obra calificada, contadores, reparadores de máquinas, ingenieros, administradores, gestores, transportistas, vendedores y hasta mandos intermedios, o capataces, de todas clases: hacían falta escuelas con maestros que educaran a las clases bajas y a los obreros, pero con criterios morales y represivos que no ofendieran a las autoridades ni pusieran en duda la “palabra de los dioses”; todo un reto de conspiración y manipulación de las élites hacia el pueblo del siglo XVIII, que no se ha solucionado del todo hasta nuestros días.
La premisa de la enseñanza parece decir que si el alumno no fuera ignorante, el maestro estaría a su mismo nivel, y poco o nada podría enseñarle, con lo que, más que administrar la sabiduría, habría que administrar la ignorancia.
¿Las élites conspiran contra la población?
Guardan secretos para su propio beneficio, como en el caso de la educación, la tecnología y la ciencia.
Lo hacen en secreto y están dispuestas a censurar, destruir, desacreditar, e incluso eliminar a quienes descubran sus secretos o sus planes.
La traición y el espionaje están a la orden del día.
Crean gremios, sectas, academias, clubs y similares para aumentar su poder y resguardar sus secretos.
Pues sí, tal parece que los poderes fácticos que hoy dominan el planeta (gobierno, iglesia, medicina, medios de comunicación y enseñanza), recurren a la conspiración entre ellos y contra la población para incrementar o mantener sus prerrogativas.
III: El Poder de la Información:
los filtros del conocimiento
Los medios de comunicación de masas son relativamente nuevos, pero ya en el Imperio Romano hubo carteles publicitarios y pregoneros que arengaban a los romanos para que consumieran, obedecieran y estuvieran “informados”.
¿Qué mejor medio de ocultación que gritando una información falsa a los cuatro vientos?
La oratoria griega ya lo había probado: un discurso no tiene que ser cierto para ser creído por el auditorio, basta con que esté bien elaborado, que sea carismático, seductor, aparentemente legal, emocional y que apele a las tradiciones o a los dioses. Por supuesto, hay que decirlo con convicción y voz potente, con gestos y miradas adecuadas al mensaje, tan firmes como repetitivos, con palabras de carga positiva que favorezcan al discurso, y con palabras de carga negativa para atacar a los que duden, y eso es todo, porque el auditorio emocionado hace el resto.
La argumentación y los datos fehacientes pueden obviarse.
La lógica puede ser falaz.
La razón puede estar ausente.
Pero no la vehemencia ni los lugares comunes con los que se identifique el auditorio.
“No dejes que la verdad te eche a perder un buen discurso”, o no dejes que la verdad te estropee una noticia amarillista.
¿Para qué corroborar si el discurso suena bien y es llamativo? Y si alguien rebate al orador, este siempre puede recurrir a defenderse con más mentiras emocionales y altisonantes, o recurrir a las trece falacias aristotélicas.
Aunque hay muchas más, Aristóteles señaló trece falacias:
—Descalificación: Atacar el argumento contrario señalando un rasgo físico del adversario supuestamente negativo, raza, edad, apariencia, estética, con el fin de desacreditarlo aunque no tenga nada que ver con el discurso. También sirve citar algún error del pasado del contrincante, cierto o falso.
—Apelar a la ignorancia: Tanto a la del auditorio como a la propia con frases como “estaremos de acuerdo”, “como todo el mundo sabe”, “yo no tengo estudios, pero”, “no hace falta saber mucho para”, “el sentido común nos dicta”, “por si usted no lo sabía”, “se acaba de descubrir”, “está científicamente comprobado”, “todo el mundo sabe”, “es palabra de Dios”, “no se puede discutir que”. Generalmente el auditorio es ignorante, y escucha un discurso para aprender, contrastar, falsar o analizar su contenido, pero se le puede arrastrar a lugares comunes para que se identifique con el orador independientemente del discurso.
—Apelar a la autoridad: “Lo dijo Einstein”, “lo escribió Gandhi”, “nos lo legó Sócrates”, “es la base del pensamiento kantiano”, “aparece en la Biblia”, “es palabra de Buda”, “la ciencia lo dice”, “es legítimo”, “es legal”, “así está escrito”; apelar a cualquier famoso, incluso si es un simple actor y sus palabras no son sus palabras, sino las de un guionista, como bien señalara Groucho Marx, pero que se vuelven ley al ser supuestamente dichas por Morgan Freeman, Keanu Reeves o Tom Hanks. Si lo dice un deportista que gana mucho dinero y tiene fama mundial, el auditorio piensa que debe ser cierto, aunque el deportista solo preste su imagen y ni siquiera sepa leer y escribir.
—Apelar a la misericordia: Coaccionando emocionalmente al auditorio con una historia triste para lograr su lástima, compasión o falsa empatía, ya sea para difundir el miedo (“te puede pasar a ti o a tu familia”, “el mundo da muchas vueltas”, “tú puedes ser el próximo”), o para recaudar fondos (“tú que puedes”, “sé solidario”, “agradece lo que tienes”, “hoy por mí, mañana por ti”, “te será recompensado con creces”), o para atraer las simpatías sobre el orador y su causa (“ayúdanos con tu firma”, “contamos contigo”, “salvemos al mundo, a la mujer, a los animales o a lo que sea”, “cuidemos a la Naturaleza”, “deposita en la cuenta”, “comparte, difunde, haz viral, dale me gusta”). No importa si la causa es noble o simplemente interesada o partidista, ni si el discurso es válido o simplemente romántico y moral ad hoc, lo importante es mover las emociones del auditorio para que el atavismo de la caridad o de la limosna se ponga en marcha.
—Apelar СКАЧАТЬ