Название: Las sombras cardinales de Porfirio
Автор: Hugo Barcia
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Imaginerías
isbn: 9789878640013
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Nadie le contestó, como era de esperar, un poco por temor y otro poco por falta de entendimiento. Lo cierto fue que el aire se había adensado, se había cargado con la electricidad del miedo y de las tinieblas de lo desconocido: todos se imaginaban penando la miseria por las calles, corridos por la desgracia del hambre y por la ausencia de horizontes visibles.
—Este prostíbulo, y el otro de mi propiedad, el de Barracas, se cierran en el día de hoy sin vuelta atrás —sentenció una vez más el dueño de los burdeles.
—¡Pero de qué vamos a vivir, señor Gómez! —se le escapó la angustia por la boca a Céspedes.
Porfirio Gómez lo miró fijamente a los ojos y aquel hombre pensó que eran sus últimos segundos sobre la Tierra.
—Anoche estuve pensando que buena falta nos haría a todos transformar este burdel en un taller de costura —dijo Porfirio Gómez— de modo que le encomiendo, Céspedes, que vaya comprando una máquina de coser por cada mujer que tengamos trabajando en los dos burdeles.
—¿Máquinas de coser? —preguntó Céspedes.
—¿Y yo qué dije? —compadreó Porfirio Gómez.
—Máquinas de coser —cerró preventivamente la polémica el joven contador con cara de batracio.
—Exacto, eso dije: máquinas de coser. Y, además, dije una por cada mujer que tengamos trabajando en cada uno de mis burdeles, los que a partir de hoy, como ya queda dicho, dejarán de ser burdeles y pasarán a ser talleres.
Todos miraron a Porfirio Gómez como si el hombre hubiera enloquecido, pero el hombre no había enloquecido: sólo había cambiado de pareceres.
—¿Por qué no se dejan de cogotear y si quieren escuchar mejor no entran todos en la oficina? —preguntó Porfirio Gómez a los curiosos que poblaban los pasillos.
Como ninguno se animaba a dar el primer paso, Porfirio Gómez insistió:
—Les estoy diciendo que pasen, de modo que entren de una buena vez.
Entraron en silencio los que nunca jamás habían entrado en aquella oficina y vieron de cerca a ese nuevo Porfirio Gómez, dado vuelta como una media por obra del amor de la polaca.
—Miren —dijo ese nuevo Porfirio Gómez— lo que yo he notado en los últimos tiempos es que vivir de los otros no es trabajar, que pasar a buscar una renta una vez por mes, o una vez por día, no es trabajar. Más bien es un estado de miseria espiritual que hunde hasta al que se ve beneficiado materialmente con esa renta y explota al que debe pagarla. Vivir de rentas no es una profesión ni un oficio, es un despojo, un delito de la más baja estofa porque suma, al robo perpetrado, la infamia de la cobardía. El que vive de rentas ni siquiera sabe de la valentía de jugarse la vida en un asalto a un banco. Trabajar, amigos míos, es otra cosa: trabajar es fabricar algo con las propias manos o con el propio cerebro. Y se los digo con conocimiento de causa: hasta el día de hoy yo he sido propietario de casas y de putas. Es decir, jamás trabajé. Viví hasta el presente de las rentas que casas y putas me proporcionaban. Hasta el día de hoy esto fue así, pero no va a ser igual a partir de mañana, mejor dicho, desde hoy mismo.
—¿Y usted cree que vamos a poder vivir igual con esto de los talleres de costura? —preguntó Céspedes, que no sabía para qué lado disparar.
—Vamos a vivir mejor —dijo Porfirio Gómez— las putas ya no van a ser putas, van a ser obreras de taller, en lugar de vender sus cuerpos van a fabricar vestidos para cubrir los cuerpos de otras mujeres como ellas, y ellas mismas se vestirán con los vestidos que sus propias manos cosan. ¿Le parece que eso no es vivir mejor?
El contador Céspedes parecía no entender.
—Pero lo que yo creo es que nuestra clientela no viene hasta acá a buscar vestidos para mujeres, sino que viene a buscar lo que hay debajo de los vestidos de las mujeres —aventuró el contador.
—Esa clase de clientes no va a venir nunca más por acá, creamé —dijo Porfirio Gómez.
—¿Cómo que no van a venir más? —preguntó Céspedes, que se resistía a lo nuevo— hoy mismo, por ejemplo, quedó en venir el doctor Salustiano Luro.
—¿Y qué hay con eso? —inquirió Porfirio Gómez.
—¿Qué le vamos a decir cuando venga? —no entendía el contador, que parecía inclinado a pretender que las cosas permanecieran tal cual habían nacido.
—Al doctorcito ese le vamos a decir que se vaya por donde vino —disparó Porfirio Gómez un proyectil al pasado vestido de luto.
—Con todo respeto, señor Gómez, pero nosotros no podemos decirle eso al doctor Luro… —se escandalizó el contador.
—Le podemos decir eso y muchas cosas más —retrucó Porfirio Gómez.
Y agregó:
—¿Usted sabe a qué se dedica el doctor Luro? —le preguntó a Céspedes.
—Es médico, señor Gómez —contestó Céspedes.
—Médicos hay muchos, pero lo que hace éste no lo hace nadie —Porfirio Gómez miró con dureza al joven— Repito: ¿usted sabe bien a qué se dedica ese doctor Luro?
—No, señor —admitió Céspedes.
—Tome nota, entonces: ese mocito con aires de prócer modelado en bronce es el encargado de la morgue judicial —dijo Porfirio Gómez, mientras se levantaba de su sillón y se acercaba al joven con cara de batracio para mirarlo a los ojos fijamente y bien de cerca— y la tarea más importante que desarrolla en la morgue es hacer desaparecer los cadáveres que molestan a los conservadores y estancieros de este país. Algunos matones los matan y éste se encarga de descuartizarlos, de que esos hombres y sus ideas no dejen rastros ni memoria alguna sobre el planeta ¿entiende ahora lo que le digo?
—Sí, señor —dijo Céspedes, mientras tragaba a duras penas su propia saliva.
—Insisto, amigo Céspedes —le dijo Porfirio Gómez al contador, apoyando su pesada mano derecha en el hombro del hombre que temblaba— no lo quiero ver más por acá al Luro ese.
Satisfecho con la contundencia de sus propias palabras, Porfirio Gómez volvió a su asiento y dijo:
—De modo tal que quiero que comencemos a comprar esas máquinas de coser y dejemos de pensar en estos molestos clientes que piensan que se llevan el mundo por delante.
—Sí, señor, en estos días comenzamos a comprar esas máquinas —contestó Céspedes.
Porfirio Gómez volvió a pararse:
—Me parece que usted no entendió nada hoy, no sé qué le anda pasando —le dijo a Céspedes— no es “en estos días”, es hoy mismo que tiene que ir a comprar esas máquinas, ¿entendió?
—Sí, señor, hoy mismo voy a comprar esas máquinas —corrigió el rumbo Céspedes.
—Recuerde: una por mujer —dijo Porfirio Gómez.
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