Название: Eclesiología de la praxis pastoral
Автор: Juan Pablo García Maestro
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: GS
isbn: 9788428825436
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También vale la pena que nos concienciemos de cómo Pablo cita en segundo lugar, inmediatamente detrás de los apóstoles, a los profetas. Nos consta que estos, en determinadas comunidades, eran los encargados de presidir las eucaristías (lo específico de Pablo, según 1 Cor 1,14-17, no era administrar los sacramentos, ¡sino predicar el Evangelio!). Puesto que, según 1 Cor 11,5 también las mujeres pueden profetizar, hemos de ser cautos a la hora de afirmar –sin argumentos serios, como se ha venido haciendo hasta ahora– que en el cristianismo primitivo de cultura helenista las mujeres estaban excluidas de los que después han venido a ser las funciones sacerdotales.
A diferencia de lo que ocurrirá en una época posterior –como muestran las cartas pastorales, donde Timoteo y Tito aparecen con una cierta autoridad sobre las comunidades de su región–, en 1 Cor Pablo no presenta a Timoteo como gozando de autoridad por encima de la comunidad. El funcionamiento de la comunidad de Corinto, por tanto, no está marcado por una estructura jerárquica de gobierno. En 16,10-11 lo recomienda así: «Si llega Timoteo, procurad que esté sin temor entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor. Que nadie lo menosprecie. Procurad que vuelva en paz a mí, que le espero con los hermanos». Tampoco aquí aparece el más mínimo autoritarismo. Y no porque a Pablo le falte carácter cuando cree conveniente utilizarlo…
En otros textos se habla también, aunque no muy frecuentemente, de responsables locales de una Iglesia. Por ejemplo, en Flp 1,1 se menciona a los vigilantes o epískopos y a los diáconos, que desempeñan una función que no conocemos exactamente. Por otro lado, en 1 Tes 5,12 y en 1 Cor 16,15-18 se recomienda el respeto a estos responsables, lo que significa, evidentemente, que era una realidad quizá controvertida en estas comunidades. Pero, en todo caso, por el modo en que habla Pablo se ve que estos responsables ni son ni se comportan como señores de la comunidad, como tampoco pueden actuar al margen o por encima de ella. Esto puede verse, por ejemplo, en el modo en que Pablo recomienda a la familia de Esteban en 1 Cor 16,15-16: «Un favor os pido, hermanos: sabéis que la familia de Esteban es de lo mejor en Grecia y que se ha dedicado a servir a los consagrados; querría que también vosotros estéis a disposición de gente como ellos y de todo el que colabora en la tarea».
Vale la pena que notemos varias cosas en el texto. En primer lugar, Pablo no ordena, sino que «recomienda» que se muestren sumisos a los que desempeñan una función rectora en la comunidad. En segundo lugar, no parece que Pablo haya delegado en ellos alguna función, sino que han adquirido esa función por ser los primeros convertidos de Acaya y por haberse puesto al servicio de los demás cristianos. Lo que les distingue es su trabajo y su afán en el servicio a los demás. La carta no nos da ninguna indicación sobre la manera en que ejercen esta función (y no se trata de un solo individuo, sino de una familia, lo cual no excluye que las mujeres de esta familia desempeñaran también esa función eclesial de gobierno). En todo caso, Pablo no crea unas estructuras de gobierno, sino que parece respetar las que la comunidad se ha ido dando. Y eso en una comunidad en la cual él ha vivido mucho tiempo.
Conviene señalar también, en un momento como el actual, que las comunidades paulinas son comunidades en las que las mujeres desempeñan un gran papel en beneficio de la comunidad. No es casual que en Rom 16 Pablo mencione por su nombre a un buen número de mujeres13. De hecho, si recomienda con tanto encarecimiento a Febe, diciendo: «Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Céncreas; recibidla como cristianos, como corresponde a la gente consagrada; poneos a su disposición en cualquier asunto que necesite de vosotros, pues lo que es ella, se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí» (Rom 16,1-2), ello será debido al papel importante que tiene su servicio a la comunidad. Más aún, sorprende, a la luz de la evolución de la Iglesia en siglos posteriores, que en Rom 16,7 una mujer, Junia, reciba el título de «apóstol insigne»14. Con todo lo que este título implicaba en la eclesiología de la época15, ello confirma el papel importante que desempeñaron las mujeres en la primera etapa del cristianismo, por lo menos en las comunidades de espíritu helenista. De todos modos, este hecho no tendría que sorprendernos en un hombre como Pablo, que proclama programáticamente que en Cristo no hay diferencia entre hombre y mujer, como no la hay entre judío y gentil (cf. Gál 3,28)16.
En resumen, no parece desacertado pensar que, en las comunidades paulinas, las mujeres desempeñan funciones semejantes a la de los varones, al menos inicialmente, aunque posteriormente se produce una evolución hacia una masculinización general, de la que son testigos las cartas pastorales.
Y ello en un ambiente social y religioso donde ese modo de proceder era insólito (cf. 1 Cor 11,2-6). Porque ni en las religiones, salvo raras excepciones, como el culto a Cibeles o algunos misterios, ni mucho menos en el judaísmo, era normal que las mujeres tuvieran alguna importancia religiosa, tampoco social17.
Es a toda la comunidad a la que Pablo apela para que solucione los problemas y desórdenes que la azotan (cf. 2 Cor 2,6). Según él, es la comunidad la que debe elegir, de entre sus miembros, las personas que le parezcan más adecuadas para resolver los litigios que surgen entre los cristianos, a fin de que no tengan necesidad de acudir a los tribunales paganos (cf. 1 Cor 6, 5). Es la comunidad también la que es interpelada ante los desórdenes en la celebración de la eucaristía (cf. 1 Cor 11,17-22) o en la vida de sus miembros (cf. 1 Cor 5,1-13).
En todo caso, queda claro que las comunidades paulinas son comunidades en las que todos sus miembros son activos. Por ello tienen una auténtica iniciativa, tanto a la hora de resolver los conflictos de la comunidad como al escoger a los delegados que acompañen a Pablo cuando lleve la colecta a Jerusalén, como signo de comunión con la Iglesia madre (cf. 2 Cor 8,19.23). También la tienen cuando hay que elegir a los cargos de la comunidad. Pues, como hemos visto a propósito de la recomendación de la familia de Esteban en 1 Cor 16,15s, que realiza una misión particular en la comunidad, Pablo no impone sin más su autoridad, sino que pide con sencillez la colaboración por parte de la comunidad.
Por otro lado, las comunidades paulinas se distinguen también por su ideal de comunión entre sí y con las demás comunidades cristianas. El amor mutuo es el principio fundamental y dinamizador de las relaciones y actividades de los miembros de la Iglesia (cf. Rom 13,8-10; Gál 5,13c-14). Es propio de los cristianos acogerse mutuamente (cf. Rom 15,7), practicar la hospitalidad (cf. Rom 12,13) y recibir, cuando ello sea factible, a toda la comunidad en la propia casa (cf. Rom 16,5; Flm 2), celebrando a menudo el culto en ella (cf. 1 Cor 11,20-34).
Pero esa misma riqueza de dones encierra también sus peligros en una comunidad del tipo paulino, en la que los ministerios jerárquicos apenas están desarrollados. Eso explica la reacción de los discípulos de Pablo, años después de la muerte del Apóstol, que escribieron las cartas pastorales para hacer frente a unas situaciones concretas que amenazaban con destruir la comunidad. El peligro principal era el desorden y la desunión de la comunidad. Por eso Pablo tiene un interés especial en subrayar dos cosas que son fundamentales para que una comunidad de este tipo sea capaz de discernir cuáles son los dones auténticamente cristianos y cómo se han de relacionar entre sí los miembros de la comunidad con sus diversos carismas.
1) En primer lugar, Pablo acentúa que es uno y el mismo Espíritu –el Espíritu de Jesús– la fuente y el motor de los carismas (cf. 1 Cor 12,4-11). Basándose en ello, Pablo insiste en la importancia de la unidad y previene contra la seria amenaza que representa para la comunidad el que las diversas tendencias puedan llegar a dividirla o a formar partidos dentro de ella (cf. 1 Cor 1,10-13; también 3,1-4,2). La razón es obvia: Cristo no puede estar dividido. Y su vida, muerte y resurrección son el criterio último y definitivo y el punto de orientación fundamental de toda vida que quiera preciarse de cristiana.
2) El segundo criterio para discernir los carismas de los miembros de la comunidad es que se tenga en cuenta que СКАЧАТЬ