Eclesiología de la praxis pastoral. Juan Pablo García Maestro
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Название: Eclesiología de la praxis pastoral

Автор: Juan Pablo García Maestro

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: GS

isbn: 9788428825436

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      Segunda predicción (17,22-23)

1. Instrucción sobre el tributo (17,24-27)
2. Los peligros del discípulo en la vida comunitaria:
- ambición (18,1-5)
- escándalo (18,6-9)
- despreocupación por los pequeños (18,10-14)
3. Las obligaciones del discípulo:
- la corrección fraterna (18,15-20)
- el perdón (18,21-35)
4. El desconcierto de los discípulos:
- ante el matrimonio y el celibato (19,3-12)
- ante los niños (19,13-15)
- ante la riqueza (19,16-29)
- ante la recompensa (19,30-20,16)

      Tercera predicción (20,17-19)

1. Petición de la madre de los Zebedeos y discusión (20,20-28)
2. «Que se nos abran los ojos» (20, 29-34)

      Este esquema no coincide con el que ofrecen generalmente las ediciones de la Biblia. En algunos puntos es discutible. Pero tiene la ventaja de que deja ver la estrecha relación entre el misterio de Jesús y la identidad de la comunidad cristiana. Solo cuando recordamos que Jesús murió y resucitó encontramos fuerza para creer y superar los peligros de ambición, escándalo y despreocupación. Solo Cristo muerto y resucitado nos permite la verdadera corrección fraterna y el perdón. Solo este misterio ilumina el desconcierto ante el celibato, los pequeños, la riqueza y la recompensa. La estructura de estos capítulos demuestra que, según Mateo, para que exista auténtica comunidad cristiana no basta el llamamiento de Jesús ni la aceptación inicial del Evangelio, hay que acoger el misterio de la muerte y resurrección e imitar a Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. Su sufrimiento y triunfo posterior justifican los sufrimientos, renuncias y alegrías de la comunidad.

      Cuando se comparan estos capítulos con los documentos de Qumrán (Regla de la comunidad, Documento de Damasco, etc.) se advierten profundas diferencias. Jesús no está obsesionado por separar a su grupo de las otras personas, no habla de castigos y sanciones ni estipula minucias. No organiza jerárquicamente a su comunidad, determinando con exactitud las funciones, estableciendo tiempos fijos para los determinados grados de incorporación. Se limita a esbozar algunos temas capitales y, sobre todo, a imbuirlos de un espíritu.

      Dada la imposibilidad de tratarlos todos, deseo hacer referencia al menos al peligro de ambición y el escándalo que comporta. La cuestión es tan trascendental que, además de la instrucción contenida en 18,1-5, vuelve a surgir al final de este bloque (20,20-28). De la curiosidad por saber quién es el más grande en el Reino de Dios (18,1) se pasa al deseo de sentarse «uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (20,21). Sin duda se trata de ambición política, porque ni Juan, ni Santiago, ni su madre están pidiendo un puesto especial en la otra vida, sino en el reino que esperan que inaugure Jesús dentro de poco en Jerusalén. Esta ambición terrena, este deseo de ocupar los primeros puestos, no solo crea divisiones entre los Doce, sino que provoca un grave escándalo al resto de la comunidad. Con frecuencia se ha pensado que Mt 18,6-10 habla del peligro de escandalizar a los niños. Era fácil caer en la trampa porque inmediatamente antes Jesús ha puesto a un chiquillo en medio de los discípulos para que lo tomen como ejemplo (18,2-4). Sin embargo, las palabras griegas son distintas en ambos pasajes. En el primer caso se trata efectivamente de un niño (paidíon), pero, cuando habla del escándalo, Jesús se refiere a «esos pequeños que creen en mí». No son pequeños por la edad, sino por su situación dentro de la comunidad. Y lo que puede escandalizarnos, según el texto, es la ambición de los discípulos. Lástima que se predique tanto contra ciertos escándalos olvidando que más daño hace a la comunidad el afán de dominio.

      Los capítulos siguientes de Mateo nos conducen hasta Jerusalén, donde tiene lugar el drama final. Jesús adopta una actitud desafiante en su entrada (21,1-11) y en la «purificación» del templo (21,12-17). Y la higuera maldecida y sin fruto se convierte en símbolo de esas autoridades religiosas y civiles que se oponen a él hasta condenarlo a muerte: sacerdotes, senadores, fariseos, herodianos, saduceos, letrados (cf. 21,23-23,39).

      El destino trágico de Jesús anticipa el drama del fin del mundo, desarrollado en los capítulos 24-25. Era casi inevitable tratar este tema que apasionaba a los contemporáneos. Pero Jesús no se deja enredar en triviales cuestiones sobre los signos que precederán al fin o el momento exacto en que tendrá lugar. Aprovecha el tópico para exhortar a su comunidad a la vigilancia (24,37-44), la buena conducta (24,45-50), a estar preparada (25,1-13), a la responsabilidad (25,14-30) y a preocuparse por los hermanos más pequeños (25,31-46).

      Se acercan momentos difíciles y se cumplirá lo profetizado en el libro de Zacarías: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas». La triple negación de Pedro refleja la profunda crisis de la comunidad, empezando por los más íntimos. Afortunadamente, la Iglesia de Jesús no es jerárquica. De lo contrario se habría quedado solo. Pero al pie de la cruz permanecen firmes muchas mujeres, entre ellas la madre de los Zebedeos, que parece haber entendido el misterio de Jesús mucho mejor que Jesús mismo. Y resulta también irónico que Mateo, tan crítico con los ricos y la riqueza, nos hable al final de un «hombre rico de Arimatea» (27,57), el único discípulo de Jesús que se preocupa de recoger el cuerpo y sepultarlo. La crisis es, pues, aguda, pero no total. Gracias a personas inesperadas, que se mantienen fieles en todo momento.

      Dos de ellas serán las primeras testigos de la resurrección, que, a pesar de ser mujeres, recibirán el encargo de indicar a los Once lo que deben hacer (28,11). Cuando estos se reúnan con Jesús en Galilea, algunos de ellos dudarán (28,17). Pero todos, entre la veneración y la duda, recibirán la misión de extender el mensaje a todo el mundo y la garantía de la presencia de Jesús hasta el final.

      Quisiera terminar recordando las palabras de Loisy: «Jesús anunció el Reino y lo que vino fue la Iglesia». Aun reconociendo las graves injusticias de que fue víctima, no podemos aceptar sus palabras. La visión anterior nos llevaría a decir: «Jesús anunció el Reino, y para anticiparlo edificó la Iglesia»6. Es posible que nuestra comunidad haya reflejado y anticipado muy poco ese mundo definitivo. Incluso puede haber dado una imagen contraria. Pero, a pesar de todas las inconsecuencias, traiciones e hipocresías, sigue proclamando que Jesús y su mensaje son la única verdad absoluta, el único camino, fuente de vida. Con ello condena al mismo tiempo su propio pasado y sus deficiencias presentes, y queda abierta a la posibilidad de conversión. No es tarea nuestra condenar a nadie ni arrancar la cizaña, sino esforzarnos por reproducir el modelo futuro, el reinado de Dios.

      3. Las comunidades de Pablo

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