Название: Eclesiología de la praxis pastoral
Автор: Juan Pablo García Maestro
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: GS
isbn: 9788428825436
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Y el material humano que elige está en perfecta consonancia con la tierra. Llama a las personas más extrañas, incluso peligrosas: a los pobres, los que sufren, los no violentos, los que tienen hambre y sed de justicia, prestan ayuda, son limpios de corazón, trabajan por la paz y viven perseguidos por su fidelidad. Es gente muy diversa: unas están necesitadas de ayuda, otras adoptan una actitud positiva ante los demás. Aunque entonces como ahora muchos pueden sintonizar con algunas de las bienaventuranzas, el criterio de selección manifestado por Jesús supone una «subversión de todos los valores».
Y el desconcierto aumenta en pasajes posteriores, cuando Jesús dice sin tapujos que ha venido a interesarse por los enfermos, a buscar a las ovejas perdidas de la casa de Israel; o cuando elogia a los sencillos, invita a los agobiados y cargados, acoge a extranjeros y paganos. Todo esto se concreta en pecadores y descreídos, recaudadores de impuestos y prostitutas, niños e ignorantes, personas que la sociedad biempensante, de derecha o de izquierda, margina y rechaza.
Es sorprendente que Jesús invite a estas personas, de las que tan poco cabría esperar. Y aún más sorprendente la enorme confianza que Jesús deposita en ellas. Las llama «sal de la tierra» y «luz del mundo», y les propone un programa altísimo, no de ofertas y privilegios, sino de responsabilidad y exigencias. Este programa lo desarrolla en el Sermón del monte, que el biblista español J. Luis Sicre prefiere calificar como «discurso sobre la actitud cristiana»5. No es una exposición exhaustiva, pero refleja el tipo de hombre nuevo que Jesús desea para sus seguidores. De este texto nos limitaremos a enunciar sus temas capitales y a sugerir algunas ideas.
El discurso desarrolla la actitud cristiana ante la ley (Mt 5,21-48), las obras de piedad (6,1-28), el dinero y la providencia (6,19-34), el prójimo (7,1-12); termina con unos requisitos para mantener la actitud cristiana (7,13-27).
La primera parte se dirige contra el legalismo de los escribas utilizando seis casos concretos: asesinato, adulterio, divorcio, juramento, venganza y amor al prójimo. En ocasiones, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales (primer y segundo caso); en otras cambia la ley o la norma de conducta por otras más exigentes (talión, amor al enemigo); en otras anula la ley con vigor (divorcio, juramento). En conjunto, estas diversas actitudes se oponen al legalismo, forma larvada de escapar al espíritu de la ley ateniéndose a la letra de la misma. El problema consiste en saber cómo atenerse al espíritu. La conducta de Jesús puede iluminarnos: 1) nunca produce la impresión de sentirse agobiado por leyes y normas; para él, la voluntad del Padre es lo esencial, pero dicha voluntad es algo más rico, vivo y personal que una colección de decretos; 2) siempre concede más importancia a la misericordia que al cumplimiento del precepto (cf. Mt 9,13; 12,7; 23,23), porque, para Dios, el hombre es más importante que todas las leyes; 3) a veces cumple la ley para no escandalizar, pero con espíritu crítico, atacándola más que defendiéndola (cf. Mt 17,24-27); 4) en general no concedió valor a las tradiciones religiosas, sobre todo a las fariseas; las consideraba «preceptos humanos» (afirmación que muchos considerarían blasfema) que a menudo impedían el cumplimiento de cosas más importantes (Mt 15,1-9). Esta batalla de Jesús contra el legalismo conserva toda su vigencia. Después de siglos, la Iglesia católica se ha convertido con frecuencia en la hija predilecta del fariseísmo y de la hipocresía casuística. La abundancia de normas, orientaciones y decretos supone una carga insoportable para millones de personas, en contra del espíritu de Jesús, que hablaba de un «yugo suave y ligero» (Mt 11,30). Prescindiendo de que a esos leguleyos se les puede reprochar lo mismo que a los del tiempo de Jesús: «Lían fardos insoportables y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo» (Mt 23,4).
La segunda parte (6,1-18) se centra en las obras de piedad; prácticas que no se consideraban necesarias para la salvación, pero sí muy convenientes para agradar a Dios. A propósito de ellas, Jesús enuncia un principio general (6,1), que luego aplica a tres casos concretos: limosna, oración y ayuno. No condena estas prácticas, pero contrapone dos posturas: la del hipócrita que busca publicidad y obtiene su recompensa de Dios. En este tema, aunque se cometen siempre muchos fallos, creo que tenemos las ideas claras. La lástima es que no seamos consecuentes con la teoría.
En cierto modo, estas dos primeras partes son negativas: indican cómo no debe actuar el discípulo de Jesús. A partir de ahora, Mateo trata aspectos positivos de la conducta cristiana. Y un puesto capital lo concede al tema del dinero y de la fe en la Providencia. El evangelista sabe del enorme peligro que supone la riqueza. Por treinta monedas de plata traicionó Judas a Jesús (Mt 26,14-16). Esto demuestra que el afán de enriquecerse «ahoga la palabra de Dios y la deja estéril» (13,22); por eso es tan difícil que entre un rico en el Reino de los cielos (19,23). Mateo, con esta convicción y esta enseñanza de Jesús, insiste desde ahora en la importancia de no querer enriquecerse (Mt 6,19-21), de ser generosos (6,22-23), de captar la alternativa radical entre Dios y Mammón, dios de la riqueza (6,24), de confiar en la Providencia, poniendo las necesidades primarias por debajo del valor supremo del Reino (6,25-34). En este caso, como en el legalismo, la Iglesia ha permanecido poco fiel a la enseñanza y al ejemplo de Jesús. Nunca han faltado seguidores eximios de la pobreza evangélica; algunos quizá incluso más radicales que el mismo Jesús, ya que este manifestaba la libertad suprema de dormir en el suelo y comer en casa de un rico. Pero, si tomamos en conjunto la historia de la comunidad cristiana, no es dicha orientación la predominante. La alternativa radical de Jesús entre el servicio a Dios y el servicio a los bienes terrenos (Mt 6,24) ha dado paso a una componenda vergonzante, que pretende vivir bien y con la conciencia tranquila.
Este discurso programático que concluye con el capítulo 7 (7,1-27) nos ha presentado la imagen del hombre nuevo que desea Jesús para formar parte de su comunidad, reflejando y anticipando el futuro reinado de Dios. Un hombre libre del legalismo, del deseo de aparentar, del dinero y la codicia, del orgullo que juzga y condena a los demás, de la desconfianza en Dios. Libertad que permite amar con plenitud, perdonar sin límites incluso a los enemigos. Es el hombre nuevo con vistas a la nueva sociedad, tan distinta de la que conocemos.
Este programa de Jesús debía chocar inevitablemente a ciertos sectores. El legalista, que solo es feliz con innumerables reglas que determinan hasta los menores actos de su vida (reglas que le ofrecen seguridad psicológica y le permiten condenar a los demás), escuchará a disgusto el mensaje de Jesús. Es peligroso, conduce al libertinaje, no da certeza. Quien interpreta la piedad como una moda social que permite adquirir buena fama se siente condenado por este programa. Igual que la persona convencida de ser fiel a Dios en medio de la abundancia económica y el egoísmo. Más de dos milenios de pequeñas y grandes tradiciones no han conseguido limar las aristas de esta actitud de Jesús. Y aunque desde instancias muy diversas se acepten y bendigan los nuevos fariseísmos y los eternos egoísmos, el Evangelio será siempre la única referencia válida.
Precisamente por su pureza, por su desinterés, el mensaje de Jesús suscita también un fuerte atractivo en otros sectores. Son muchos los que encuentran en él un sentido para su vida, una meta que alcanzar, un compromiso. Y, poco a poco, los dos grupos clarifican sus posturas. En los capítulos 11-12 de Mateo asistimos a este proceso. Por una parte, la desconfianza de esta generación (11,7-19), que da paso a la obstinación de Corozaín y Betsaida (11,20-24). Por otra, la reacción de los sencillos, que entienden y aceptan el mensaje (11,25-30). El final de estos dos capítulos enfrenta de modo programático las consecuencias de ambas actitudes. Unos terminan peor de lo que estaban, dominados no por un espíritu inmundo, sino por otros siete más (12,43-45). Frente a ellos, los que escuchan a Jesús dejan de ser un grupo más o menos interesado en su persona para convertirse expresamente en su familia: «Aquí están СКАЧАТЬ