Eclesiología de la praxis pastoral. Juan Pablo García Maestro
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Название: Eclesiología de la praxis pastoral

Автор: Juan Pablo García Maestro

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: GS

isbn: 9788428825436

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СКАЧАТЬ de forma implícita, y es lo siguiente: «No es acertado un positivismo histórico que pretende deducir del Jesús histórico todas las características de la Iglesia posterior. Pero sí comparto una conciencia histórica para la cual la Iglesia es concreción y desarrollo legítimo y posible, en principio, del proyecto de Jesús de Nazaret»7.

      Y otro detalle no menos importante es el hecho de que a veces una visión popular y simplista considera que Constantino supuso un corte radical en la historia de la Iglesia y una inversión de lo que esta había sido hasta ese momento. Pero la verdad es que este emperador confirma y culmina un proceso que estaba en marcha probablemente desde Pablo de Tarso.

      Cuando nos acercamos a los escritos de Pablo y a la forma en que fue encarnando el espíritu de Jesús en la Iglesia del primer siglo, llama la atención la capacidad para saber inculturar el Evangelio en las distintas culturas. Y que debería ser para nuestra Iglesia de hoy un ejemplo a seguir. Ello nos ayudaría a resolver los problemas que aún tiene la Iglesia para poder encarnarse en algunas culturas que son muy diferentes de la mentalidad europea, y de una importante herencia greco-romana. Destacamos el problema acerca de la circuncisión que se afrontó en el llamado Concilio de Jerusalén: el querer imponer la circuncisión a los paganos. La decisión de la asamblea de Jerusalén, que zanjó teóricamente (ley-gracia / circuncisión), fue sin duda la más importante de los veinte siglos de historia cristiana. Y aquí no olvidemos que lo que estaba en juego era la persistencia del cristianismo como religión étnica judía o la posibilidad de convertirlo en un proyecto universal.

      Pienso que aquí la Iglesia, desde la praxis eclesial, nos deberíamos plantear qué cuestiones deberíamos afrontar para que el cristianismo fuese más universal en muchas culturas en las que aún somos una minoría (Asia).

      Lo que constatamos del pensamiento de Pablo es que evitó el camino de la secta, que se separa del mundo y crea su propio sistema de convivencia, como hicieron, por ejemplo, los esenios de Qumrán. Si llega a prevalecer el judeocristianismo, el cristianismo hubiese sido una secta –ligada al sistema social del Antiguo Testamento– en el mundo greco-romano. La misión hubiese consistido, en este caso, no en ir al mundo, sino en invitar a que vengan al propio mundo de la secta.

      También evitó Pablo el camino de la radicalidad para muy pocos, al modo del espiritualismo entusiasta de los pregnósticos. Si llegan a prevalecer los grupos que adoptaron esta actitud, el cristianismo hubiese sido cosa de los «puros», de una élite espiritual, de los que tienen un conocimiento superior. Misionar hubiese sido dirigirse a los selectos8.

      El testimonio más antiguo sobre la vida y el funcionamiento de las primeras comunidades cristianas lo encontramos en las cartas auténticas de Pablo9. Por ello resulta de interés especial recoger los datos fundamentales, que se encuentran esparcidos en las cartas consideradas hoy como auténticas de Pablo por los especialistas. Y estos afirman que solo siete de las cartas que se atribuyen a Pablo se pueden considerar como suyas. Se trata de la carta a los Romanos, 1 y 2 de Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón. Las cartas a los Efesios y a los Colosenses son ciertamente cartas inspiradas, pero no fueron escritas por Pablo, sino por alguien de su escuela.

      Con razón se ha destacado siempre la autoridad que Pablo reclama para sí por el hecho de ser apóstol, es decir, testigo de la resurrección del Señor, y haber sido llamado a la creación de comunidades predicando el Evangelio (cf. Gál 1,1.11-17; 1 Cor 9,1-2; 15,8-11). Llama la atención el respeto con que Pablo trata a sus comunidades, y cómo no se atreve a imponerles, sin más, su autoridad. Ni siquiera cuando él las ha fundado. Y cuando no las ha fundado, como es el caso de Roma, es sumamente delicado en el trato con ellas (cf. Rom 1,11s; 15,14-24).

      El funcionamiento de las Iglesias paulinas presenta un modelo más bien carismático-dinámico10. En este sentido, la estructura de cada comunidad viene determinada por el Espíritu que aletea en todos y cada uno de los miembros de la comunidad. En esto se diferencia de un modelo más bien patriarcal-estático, que es propio de las comunidades judeocristianas, al estilo de la de Jerusalén, en las que juega un papel importante el consejo de ancianos. Por ello, la imagen que utiliza Pablo para la Iglesia es la del cuerpo y sus miembros (cf. 1 Cor 12,12.27)11. Esta imagen es muy útil para significar la pluralidad de funciones y órganos, que es propia de la comunidad, sin que un miembro pueda ser considerado como inferior o de menor importancia. En todo caso, es un hecho que a algunos les puede resultar sorprendente que las Iglesias paulinas no parecen conocer el título de «presbítero» ni admiten aún un episcopado monárquico. Tampoco se habla en las cartas auténticas de Pablo de imposición de las manos a los responsables de la comunidad o del tema de la sucesión paulina. ¿Cómo funcionaban, pues, las comunidades?

      Al analizar en Pablo la relación entre la comunidad y los servicios o ministerios que aparecen en ella, así como el grado de participación de sus miembros en la comunidad, lo primero que conviene señalar es la dignidad de la comunidad como tal y el dinamismo y corresponsabilidad de cada uno de sus miembros en las tareas que se consideran propias de cada Iglesia12.

      No es casual que Pablo dirija sus cartas no a los responsables de las comunidades (solo Flp 1,1 menciona, de paso, a los vigilantes y diáconos), sino a toda la comunidad (cf. Rom 1,7; 1 Cor 1,2; 2 Cor 1,1; Gál 1,2; 1 Tes 1,1). Pues, para Pablo, la comunidad, que es el cuerpo de Cristo (la diferencia entre Cristo como cabeza y la Iglesia como sus miembros no es paulina, sino de la escuela de Pablo: se encuentra solo en Efesios y Colosenses), tiene una dignidad que le confiere unos derechos propios que hasta él, el apóstol, respeta. En realidad, lo que a Pablo le preocupaba realmente era la misión, no la estructura de la comunidad. Por eso sus reflexiones sobre los ministerios en la comunidad están situadas dentro del marco de la prioridad de la comunidad en la que desempeñan dichos ministerios.

      Ciertamente, las comunidades de Pablo no son comunidades ideales. A menudo el apóstol ha de reprender, exhortar, casi pelear con ellas. Pero Pablo sabe que son comunidades en las que Dios está actuando (cf. 1 Cor 3,5-9) no solo a través del apóstol, sino también a través de sus miembros (cf. 1 Tes 1,3; 1 Cor 1,4-5; Rom 1,8.11-12), suscitando en ellas gran variedad de dones (cf. Rom 12,3-8).

      En segundo lugar –y es una consecuencia de lo que acabo de decir–, son comunidades en las que todos sus miembros tienen una tarea y responsabilidad propia, es decir, un don que han de poner al servicio del bien común (cf. 1 Cor 12,7). En eso no hay diferencias fundamentales entre los diversos miembros de la comunidad, aunque sí puede haber servicios diversos. Conviene notar que no es ninguna casualidad que en todo el Nuevo Testamento las distintas funciones que se ejercen en bien de la comunidad reciban fundamentalmente el título de «dones» (carismas) si se mira su origen divino, o de «servicio» (diakonía) si se tiene en cuenta su función. La palabra «servicio» está tomada aquí en un sentido auténtico y no como mero adorno, y engloba, en el fondo, todos los «ministerios» cristianos. Por ello, hasta Pablo, que ha recibido –por don gratuito del Resucitado– el servicio y la misión de apóstol (cf. Gál 1,11-14) –algo único y decisivo en los comienzos del cristianismo–, se denomina a sí mismo diácono: «Soy Pablo, siervo [diákonos]) de Cristo Jesús, elegido cono apóstol y destinado a proclamar el evangelio de Dios» (Rom 1,1). En eso, las primeras comunidades cristianas fueron fieles a la intención de Jesús, que quería que sus seguidores, sobre todo si desempeñaban una función significativa en la comunidad, se caracterizaran, como su maestro, por el servicio (cf. Mc 10,42-45; Lc 22,24-27).

      En primer lugar, por orden, se coloca a los apóstoles. Son los enviados por la comunidad para ejercer una actividad misionera. Pero sobre todo son los llamados directamente por el Resucitado (cf. 1 Cor 15,5-11; 9,1-2). Por tanto, no se identifican sin más solo con los Doce, una identificación que es propia de Lucas por motivos teológicos. En segundo lugar sitúa a los profetas y en tercer lugar a los doctores (cf. 1 Cor 12,28). Hay que señalar que este orden sigue manteniéndose en la escuela paulina, aunque Ef 4,11s introduce a los evangelistas y pastores entre los profetas y doctores. СКАЧАТЬ