Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Название: Aquiles y su tigre encadenado

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788468538143

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СКАЧАТЬ repentinamente el curso de la conversación.

      –Vamos hasta el bar de playa que ahí podés picar algo –dijo Aquiles.

      Se despidieron y Aquiles la acompaño hasta el bar, en el que Marina pidió una taza de café con leche y se sirvió el mismo tipo de bocados que había agarrado Aquiles.

      Caminaron hacia su palapa y permanecieron recostados en las reposeras, hasta que el sol desapareció por completo. De vez en cuando, aparecían las cabezas de algunas tortugas que, cerca de la orilla salían para respirar.

      –Podríamos decirles que vengan con nosotros a las excursiones –dijo Marina.

      –Sí, pensé lo mismo, podríamos... lo vamos viendo –dijo Aquiles.

      La noche se fue cerrando. Agarraron sus pertenencias y comenzaron a caminar hacia el puesto de playa en el que Aquiles dejaría el toallón mojado y el equipo de snorkel, pero ya estaba cerrado, por lo que tuvo que cargar con ellos para devolverlos el día siguiente.

      Subieron al sendero de madera y caminaron hacia su cabaña. Ningún ruido artificial, solo los sonidos de la naturaleza; el crujido de la madera, el viento, el agua y la jungla. Hasta ahora, todo lucía perfecto y superaba ampliamente sus expectativas de lo que ambos habían ido a buscar en este nuevo viaje.

      Capítulo 7

      Playa, calentura y un poco de alcohol

      Alejando abrió tímidamente sus ojos y sintió no poder despegarse del colcho. Notó que un hilo de saliva mojaba la comisura derecha de sus labios. Claramente, había caído en un sueño profundo y reparador.

      Sin levantar su cabeza de la almohada, observó el cuerpo de Facundo, que abarcaba casi toda la extensión de la cama.

      Le tiró un almohadón que lo hizo sobresaltar. Facundo se incorporó y quedó sentado sobre su cama, con los pies apoyados en el suelo y con las marcas de los pliegues de la almohada estampados en su cara.

      –¿Qué hora es? –preguntó.

      –Ni idea –respondió Alejandro, que luego de incorporarse, cerró nuevamente los ojos y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.

      A pesar de estar aún medio dormido, Facundo no pudo evitar la tentación de clavar su mirada en el paquete de Alejandro, que se marcaba notoriamente y que llenaba por completo la sunga que tenía puesta.

      Agarró su celular de la mesita de luz y sorprendido, observó que ya eran las cuatro. Tenía dos mensajes de Tomás y se dio cuenta de que, verdaderamente, se había desmayado del cansancio, ya que ni siquiera había escuchado el aviso. En el primero, enviado a las dos y media, le decía que los estaban esperando abajo; en el segundo, enviado a las tres menos cuarto le decía que se iban a la playa.

      Alejandro estiró el brazo para agarrar su celular y vio que tenía dos mensajes enviados por Marcelo, que decían exactamente lo mismo.

      –Estos tres ya están en la playa –dijo Facundo.

      –Eso parece –contestó Alejandro, en medio de un bostezo.

      Facundo se levantó y se dirigió al baño para orinar y para lavarse la cara. Regresó a su cama, se puso una bermuda blanca y una playera color borravino.

      Alejando se incorporó y también se dirigió al baño para orinar y para lavarse la cara. Regresó hacia su cama y se puso la misma bermuda de la mañana y una playera blanca.

      –¿Vamos? –dijo Alejandro.

      –Vamos.... –respondió Facundo.

      Ambos agarraron viseras y mochilas, se calzaron sus ojotas y salieron rumbo a la playa.

      El día continuaba espectacular, no se divisaba ni una nube y la temperatura rondaba los 30 ºC. Cruzaron el boulevard y bajaron a la playa en busca de sus amigos.

      Lasgarotas que habían conocido a la mañana, estaba tiradas sobre la arena y cerca de ellas estaban las mochilas de sus tres amigos.

      Seguramente les habían pedido que se las cuidaran para poder irse tranquilos al mar.

      –Boa tarde –saludó Facundo

      –Boa tarde –respondieron en conjunto el grupo de mujeres.

      Alejandro cruzó la mirada con la morocha de ojos celestes, que le regaló una amplia sonrisa. Aunque sintió un poco de vergüenza, no dudo en devolverle la sonrisa, luciendo su impecable y prolija dentadura blanca.

      Ambos dejaron las mochilas y las ojotas al lado de las pertenencias de sus amigos.

      Alejandro se quitó la sudadera, captando inmediatamente la atención del grupo de mujeres. Venciendo sus prejuicios y tomando valor, sabiéndose poseedor de un físico privilegiado y trabajado, se quitó la bermuda para quedar en sunga, dejando al descubierto toda su humanidad.

      A pesar de considerarse una persona con mentalidad abierta, era la primera vez en la que se encontraba en una playa vistiendo solo una sunga.

      Facundo, a quien generalmente no se le escapaba nada, observó como el grupo de garotas,en medio de sonrisas picaronas, escaneaban descaradamente el físico de Alejandro, y se percató de como la morocha de ojos claros, parecía haber quedado hipnotizada por su amigo.

      Como lo había hecho Alejandro, se quitó la ropa para quedar en sunga y ambos se fueron hacia el mar en busca de sus amigos.

      El grupo de mujeres, entre sonrisas y cuchicheos, observaron su retirada con sumo placer.

      Llegaron a la orilla y vieron que sus amigos estaban unos cuantos metros adentro del mar detrás de la rompiente. El agua se sentía templada, por lo que ingresaron sin titubear, se sumergieron en la primera ola que los alcanzó y nadaron hacia allí.

      –Qué pasó que no venían –preguntó Tomás.

      –Nos quedamos dormidos –respondió Alejandro.

      Alfredo, a modo de chiste, estuvo tentado por preguntar si realmente se habían quedado dormidos o si se habían quedado haciendo otra cosa, pero se mordió la lengua como para no crear un momento tenso; no por Alejandro, que seguramente lo tomaría en broma, sino porque pensó que a Facundo podría molestarse o incluso podría enojarse ante el comentario.

      Permanecieron como una hora dentro del agua, nadando de un lado hacia el otro, barrenando las olas o tirándose de cabeza en ellas. El día no podía ser mejor y no daban ganas de salir del agua.

      Eran casi las seis y el sol comenzaba a perderse tras los edificios del otro lado del boulevard. Salieron del agua y permanecieron en la orilla, tal como lo habían hecho a la mañana. Los cinco en sungas y luciendo lomos.

      El grupo de brasileñas comenzó a caminar hacia el mar, e ingresaron para refrescarse luego de una tarde de haber estado rostizándose bajo los rayos del sol.

      Las cuatro vestían diminutas mallas de dos piezas. La parte del corpiño, apenas les tapaban los pezones y los bikinis se perdían en medio de sus pomposos glúteos.

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