Erebus. Michael Palin
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Название: Erebus

Автор: Michael Palin

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788418217074

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СКАЧАТЬ y el Fury, iban a entrar de nuevo en combate contra el hielo. Impresionado por su resistente diseño y sus cascos reforzados, Edward Parry, el explorador del momento, los eligió para encabezar un nuevo asalto al paso del Noroeste.

      Este nuevo viaje representaba un avance para el joven James Clark Ross, alto, envarado y con una mata leonina de espesos cabellos negros, pues fue nombrado segundo teniente del Fury. La expedición en sí, no obstante, no tuvo éxito. En primer lugar, el grueso hielo de la bahía de Baffin impidió el avance de los barcos. Intentaron remolcarse a sí mismos clavando anclas en el hielo y tirando del barco recogiendo los calabrotes, pero esta era una técnica muy peligrosa, que, según admitió el propio Parry, podía acabar terriblemente mal: en una ocasión, explicó, «tres marineros del Hecla fueron derribados de una forma tan repentina como si les hubieran disparado cuando el ancla se soltó de súbito». Luego el Fury encalló en la costa de Somerset Land y tuvo que ser abandonado. Tras solo un solo invierno, se tomó la decisión de regresar a casa.

      Barrow, sin embargo, aún tenía una confianza inquebrantable en Parry. Con el entusiasta apoyo de sir Humphry Davy, de la Sociedad Real, le confió un intento de llegar al Polo Norte. El otro hombre del momento, James Clark Ross, fue nombrado segundo de Parry. También a bordo iban el amigo de Ross, Francis Crozier, y un nuevo cirujano adjunto, Robert McCormick, que tendría un papel importante en las subsiguientes aventuras de Ross.

      La expedición arribó a Spitsbergen en junio y, desde allí, los hombres continuaron en trineos tirados por renos con el objetivo de cubrir unos veintidós kilómetros al día en el camino hacia el polo. Continuaron hacia el norte, viajando de noche y descansando de día para evitar que la nieve les provocara ceguera. Por desgracia, los renos se demostraron poco adecuados para remolcar los trineos y fueron sacrificados y utilizados como alimento; en consecuencia, a finales de julio el progreso de la expedición se había reducido a 1,6 kilómetros en cinco días. En ese momento, se tomó la decisión de abandonar y dar media vuelta. Los hombres brindaron por el rey e izaron el estandarte que habían tenido la esperanza de desplegar en el polo.

      Aunque no habían conseguido su objetivo, Parry y sus hombres habían llevado a cabo una gesta notable. Habían batido la anterior marca al llegar a los 82,43º N, a solo unos ochocientos kilómetros del Polo Norte, un récord que se mantendría durante casi cincuenta años. En cuanto a Ross, había sobrevivido cuarenta y ocho días en el hielo y había matado a un oso polar. Sin embargo, el hecho es que otro intento de llegar al Polo Norte había fracasado. The Times declaró en un premonitorio editorial: «En nuestra opinión, el hemisferio sur representa un campo mucho más tentador para la especulación y desearíamos de todo corazón que se organizara una expedición por esas regiones». Eso, sin embargo, no ocurriría hasta mucho tiempo después.

      A su regreso, en octubre de 1827, James Ross fue ascendido a comandante, pero, sin perspectivas inmediatas de nuevos encargos, le redujeron su paga a la mitad. No obstante, gracias a su tío, esta situación no se prolongó demasiado. Solo unos pocos meses después, John Ross, que había caído en desgracia ante Barrow y la mayor parte del Almirantazgo tras el fiasco de las montañas Croker, consiguió apoyo financiero para una nueva expedición polar de su amigo Felix Booth, el productor de ginebra. Una de las condiciones que impuso Booth fue que el sobrino de Ross lo acompañara durante la expedición, una condición a la que el brusco y arisco John accedió de inmediato, a pesar de no haberlo consultado de antemano con James. Incluso prometió que James sería su lugarteniente. Por suerte para todos, su sobrino, que estaba en la flor de la vida y necesitaba dinero, aceptó la propuesta.

      Booth acordó invertir dieciocho mil libras de la fortuna que había amasado con el comercio de la ginebra en aparejar la Victory; no el legendario buque insignia del almirante Nelson, sino un vapor de ruedas de ochenta y cinco toneladas que se había utilizado antes como transbordador entre la isla de Man y Liverpool. La idea de Ross era que, puesto que el Victory no dependía por completo de sus velas, sería capaz de abrirse paso con mayor facilidad entre la gruesa capa de hielo. La idea tenía su lógica, pero la tripulación empezó a tener problemas con el motor la mañana siguiente, cuando zarparon de Woolwich. Incluso al navegar a toda máquina, solo alcanzaban tres nudos de velocidad. Cuando todavía se encontraban en el mar del Norte descubrieron que el sistema de calderas tenía una fuga importante (uno de sus diseñadores sugirió que taparan el agujero con una mezcla de estiércol y patatas). Aún se avistaba Escocia cuando una de las calderas estalló, al igual que John cuando le contaron lo sucedido: «Como si hubiera estado predeterminado que ni un átomo de esta maquinaria fuera otra cosa que una fuente de vejaciones, obstrucción y maldad». En el invierno de 1829, desecharon el motor entero para alivio general de todos quienes iban a bordo.

      A pesar de estos problemas iniciales, continuaron su avance y consiguieron algunos éxitos notables. Quizá ligeramente avergonzado, John Ross condujo a la Victory a través de las inexistentes montañas Croker y emergió al otro lado del estrecho de Lancaster. En su ruta, cartografió la costa oeste de una península al sur, que bautizó como Boothia Felix, cuyo nombre más tarde se abreviaría como Boothia, pero que sigue siendo la única península del mundo bautizada con el nombre de una marca de ginebra. La expedición estableció contacto con los inuits locales, lo que redundó en beneficio de ambas partes. Uno de los inuits quedó particularmente impresionado cuando el carpintero de Ross le fabricó una pierna de madera para reemplazar la que había perdido en un encuentro con un oso polar. La nueva pierna tenía inscrita la palabra «victory» y la fecha.

      Pero su mayor logro estaba todavía por llegar. El 26 de mayo de 1831, cuando habían pasado dos años de lo que sería una expedición de cuatro, James Clark Ross organizó una expedición de veintiocho días en trineo a través de la península de Boothia con la intención de descubrir la ubicación del polo norte magnético. Solo cinco días después, el 1 de junio, midió una posición de 89º 90’. Estaba lo más cerca posible del polo norte magnético. «Casi parecía que habíamos conseguido todo para lo que habíamos viajado tan lejos —escribió John Ross después—, como si nuestro viaje y todas sus labores hubieran llegado a su fin y no nos quedara nada más que hacer que regresar a casa y ser felices durante el resto de nuestros días».

      El hecho de colocar la bandera del Reino Unido y la anexión del polo norte magnético en nombre de Gran Bretaña y el rey Guillermo IV deberían haber constituido el preludio de un retorno heroico, pero el caprichoso clima del Ártico se negó a cooperar. El hielo se cerró alrededor de la expedición, cuya supervivencia estaba en tela de juicio. A medida que la perspectiva de un tercer invierno atrapados en el Ártico se convertía en una realidad, el júbilo dio paso a una amarga resignación. En junio, James Ross se sentía un triunfador. Solo unos pocos meses después, su tío John escribió abatido: «Para nosotros, la visión del hielo era una plaga, una vejación, un tormento, un castigo y un motivo de desesperación».

      Fue mucho peor de lo que nadie podría haber supuesto. De no haber sido por su estrecha relación con los inuits del lugar y la adopción de una dieta rica en aceite y grasas, sin duda habrían perecido. Desde luego, pasarían casi dos años antes de que los Ross y sus compañeros, «vestidos con harapos de bestias salvajes […] y demacrados hasta los huesos», fueran milagrosamente rescatados por un ballenero. Este barco resultó ser el Isabella, procedente de Hull, la nave que John Ross había comandado quince años antes. El capitán del Isabella apenas daba crédito a lo que veían sus ojos. Había asumido que tanto el tío como el sobrino debían de llevar dos años muertos. Tantos habían perdido las esperanzas de volver a verlos que la nación entera quedó conmocionada cuando arribaron a Stromness, en las islas Orcadas, el 12 de octubre de 1833. Cuando llegaron a Londres una semana después, la recepción fue de todo punto triunfal. Su extraordinaria fortaleza, evidente tras sobrevivir cuatro años en el hielo, sus logros científicos y su habilidad como exploradores se celebraron de forma unánime. El hecho de que la expedición hubiera estado al borde del desastre, lejos de desincentivar futuras empresas, aseguró que el Ártico se mantuviera como uno de los principales objetivos que ambicionaba el Almirantazgo y, años después, cambió drásticamente СКАЧАТЬ