Название: Erebus
Автор: Michael Palin
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788418217074
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Tres semanas después, el Erebus era avistado desde el faro de Lizard. El 18 de junio, su artillería y sus grandes morteros abrieron fuego por última vez por orden del comandante Broke y, el 26 de junio de 1830, llegó a Portsmouth, donde arrió velas y bajó las banderas como muestra de respeto por el rey Jorge IV, que había fallecido esa misma mañana. (Un respeto que no le concedió su necrológica en The Times: «Nunca hubo un individuo cuya muerte fuera menos lamentada por sus semejantes que este rey. ¿Qué ojos han llorado por él? ¿Qué corazón ha sentido una punzada de dolor desinteresado?»). Lo sucedió ese mismo día su hermano menor, que se convirtió en Guillermo IV. Guillermo había pasado diez años en la Marina Real que le habían valido los elogios de Nelson y el afectuoso título de «el rey marinero».
Mientras la Corona británica cambiaba de manos, el comandante Broke y la tripulación del Erebus recibieron su paga. A pesar de los denodados esfuerzos del capitán para que sus hombres dispararan los grandes morteros y blandieran sus espadas, el Erebus no volvería a ser jamás un buque de guerra.
Capítulo 2
El norte magnético
Un momento triunfal de la exploración polar: el descubrimiento del polo norte magnético por parte de James Clark Ross en 1831.
El hecho de que los años durante los cuales el Erebus patrulló el Mediterráneo fueran una época de relativa inactividad para la Marina Real trajo consigo ciertos beneficios. El reclutamiento forzoso era cosa del pasado. Ahora los hombres podían escoger en qué nave querían embarcar. La Marina Real se convirtió en un arma más especializada, más profesional. Y, tras el fin de las guerras napoleónicas, se abrió un área de actividad marítima no militar que ofrecía oportunidades para que los capaces, los aventureros y los mejor preparados utilizasen la superioridad naval británica para perseguir nuevos hitos: ampliar los conocimientos geográficos y científicos de la humanidad mediante la exploración y los descubrimientos.
El ímpetu de este nuevo enfoque procedió principalmente de dos hombres extraordinarios. Uno de ellos fue el polímata Joseph Banks, que era la encarnación misma de la Ilustración. Banks, escritor, viajero, botánico e historiador de la naturaleza, había circunnavegado el globo con el capitán Cook en 1768 y traído consigo una enorme cantidad de información científica, además de mapas de rincones hasta entonces desconocidos del planeta. El otro hombre fue uno de los protegidos de Banks, John Barrow, un funcionario ambicioso y lleno de energía que, en 1804, a la edad de cuarenta años, había sido elegido segundo secretario del Almirantazgo.
Barrow y Banks forjaron a su alrededor un círculo de científicos y navegantes emprendedores. Inspirados en gran medida por el trabajo del naturalista alemán Alexander von Humboldt, su objetivo era contribuir a un esfuerzo internacional para cartografiar, registrar y clasificar el planeta, su geografía, su historia natural, su zoología y su botánica. Serían ellos quienes marcarían el paso de una época dorada de la exploración británica, motivados más por la curiosidad científica que por la gloria militar.
La prioridad de Barrow era la región ártica, que solo se había explorado parcialmente. Desde que John Cabot, un italiano asentado en Bristol, había descubierto Terranova en 1497, había surgido un intenso interés en descubrir una ruta norteña hasta «Catay» (China) y las Indias que compitiera con la ruta por el sur doblando el cabo de Hornos (en esa época, dominada por españoles y portugueses). Desde su escritorio en las oficinas del Almirantazgo, John Barrow fue el principal defensor de esta causa. Utilizó todos los contactos concebibles y se sirvió de su influencia de todas las maneras imaginables para impulsar la exploración. Defendía que, si la Marina Real descubría un paso del Noroeste que uniera los océanos Atlántico y Pacífico, los beneficios para Gran Bretaña en términos de viajes más seguros y cortos hacia y desde el lucrativo Oriente serían inmensos.
Alrededor de 1815, el año de la batalla de Waterloo, unos balleneros —los héroes olvidados de la exploración polar y, además, los únicos que se adentraban con frecuencia en las aguas de los océanos Ártico y Antártico— regresaron del norte con noticias de que el hielo se estaba rompiendo alrededor de Groenlandia. Uno de ellos, William Scoresby, opinaba que, si se atravesaba la masa de hielo que se extendía entre las latitudes de 70 y 80o N, luego las aguas estarían despejadas hasta el mismo polo, lo que ofrecía la tentadora perspectiva de un paso marítimo al Pacífico. Utilizó pruebas de la existencia de ballenas arponeadas frente a Groenlandia, con los arpones todavía en el costado, al sur del estrecho de Bering, para respaldar sus argumentos.
Barrow, que se sentía atraído por la idea de un mar polar sin hielo, convenció a la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural que ofreciera una serie creciente de recompensas a todo aquel que penetrase en las aguas del Ártico. Estas iban desde las cinco mil libras para el primer barco que alcanzara los 110º O hasta un premio de veinte mil libras por descubrir el propio paso del Noroeste. Con el apoyo de sir Joseph Banks, Barrow fue a continuación a hablar, en conjunto con la Real Sociedad, con el primer lord del Almirantazgo, Robert Dundas, 2.o vizconde de Melville, con la intención de que aprobara dos expediciones árticas financiadas con dinero público: una con el objetivo de dar con un paso por mar del Atlántico al Pacífico y la otra con el de dirigirse al Polo Norte para comprobar si era cierto que, más allá del hielo, las aguas estaban despejadas.
A Robert Dundas, esta sugerencia debió de parecerle una oportunidad caída del cielo. Dundas era un escocés cuyo padre se había hecho tristemente célebre por ser el primer ministro de la historia del país en ser defenestrado por malversación de fondos públicos, y llevaba seis años en el Almirantazgo, la mayoría de los cuales los había pasado luchando contra los recortes de presupuesto aplicados a la Marina Real. La propuesta de Barrow ofrecía un medio de mantener a algunos de los barcos existentes ocupados y, de ese modo, ayudaba a contrarrestar las críticas de que la Marina Real tenía tantos barcos que no sabía qué hacer con ellos. Por consiguiente, acogió de muy buen grado las propuestas de Barrow.
El Almirantazgo propuso el liderazgo de una de las expediciones a un marinero escocés, John Ross. John era el tercer hijo del reverendo Andrew Ross y procedía de una familia que vivía cerca de la ciudad de Stranraer, en Wigtownshire, cuyo excelente puerto natural era una parada habitual para los barcos de la Marina Real. En aquella época era habitual que las familias permitieran que sus hijos se alistaran en la Marina para completar su escolarización, y John se había incorporado a filas como voluntario de primera clase a la edad de nueve años. Para cuando tenía trece, había sido transferido al Impregnable, un buque de guerra de noventa y ocho cañones. A partir de ese momento, había emprendido una carrera distinguida y había participado en numerosos combates. A finales de 1818, cuando le llegó la carta que lo nombraba líder de la expedición en busca del paso del Noroeste apoyada por el Almirantazgo, tenía cuarenta años, contaba con el respeto de sus colegas y había pasado la mayor parte de su vida al servicio de la Marina.
Ross, que recibió el mando del HMS Isabella, hizo uso de cierto nepotismo e incorporó a la expedición a su sobrino de dieciocho años, James Ross. Inspirado y animado por el ejemplo de su tío, James se había alistado en la Marina Real al cumplir los once años y había sido aprendiz de su tío en el Báltico y el mar Blanco, frente al norte de Rusia. Se incorporó al Isabella como guardiamarina, que, tradicionalmente, suponía el primer paso para convertirse en oficial.
James СКАЧАТЬ