Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
isbn:
Corrió de un lado a otro, perdiendo a veces la pista y volviéndola a encontrar, hasta que nos adentramos bastante en el bosque y llegamos a la sombra de una enorme haya, el árbol más grande de los alrededores. Holmes siguió la pista hasta detrás del árbol y se volvió a tumbar boca abajo, con un gritito de satisfacción. Se quedó allí durante un buen rato, levantando las hojas y las ramitas secas, recogiendo en un sobre algo que a mí me pareció polvo y examinando con la lupa no solo el suelo sino también la corteza del árbol hasta donde pudo alcanzar. Tirada entre el musgo había una piedra de forma irregular, que también examinó atentamente, guardándosela luego. A continuación siguió un sendero que atravesaba el bosque hasta salir a la carretera, donde se perdían todas las huellas.
—Ha sido un caso sumamente interesante —comentó, volviendo a su forma de ser habitual—. Imagino que esa casa gris de la derecha debe ser el pabellón del guarda. Creo que voy a entrar a cambiar unas palabras con Moran, y tal vez escribir una notita. Una vez hecho eso, podemos volver para comer. Ustedes pueden ir andando hasta el coche, que yo me reuniré con ustedes enseguida.
Tardamos unos diez minutos en llegar al coche y emprender el regreso a Ross. Holmes seguía llevando la piedra que había recogido en el bosque.
—Puede que esto le interese, Lestrade —comentó, enseñándosela—. Con esto se cometió el asesinato.
—No veo ninguna señal.
—No las hay.
—Y entonces, ¿cómo lo sabe?
—Debajo de ella, la hierba estaba crecida. Solo llevaba unos días tirada allí. No se veía que hubiera sido arrancada de ningún sitio próximo. Su forma corresponde a las heridas. No hay rastro de ninguna otra arma.
—¿Y el asesino?
—Es un hombre alto, zurdo, cojea un poco de la pierna derecha, lleva botas de caza con suela gruesa y un capote gris, fuma cigarros indios con boquilla y lleva una navaja mellada en el bolsillo. Hay otros indicios, pero estos deberían ser suficientes para avanzar la investigación.
Lestrade se echó a reír.
—Me temo que continúo escéptico —dijo—. Las teorías están bien, pero nosotros tendremos que vérnoslas con un tozudo jurado británico.
—Nous verrons —respondió Holmes muy tranquilo—. Usted siga su método, que yo seguiré el mío. Estaré ocupado esta tarde y probablemente regresaré a Londres en el tren de la noche.
—¿Dejando el caso sin terminar?
—No, terminado.
—¿Pero el misterio...?
—Está resuelto.
—¿Quién es, pues, el asesino?
—El caballero que le he descrito.
—Pero ¿quién es?
—No creo que resulte tan difícil saberlo. Esta zona no está tan poblada.
Lestrade se encogió de hombros.
—Soy un hombre práctico —dijo—, y la verdad es que no puedo ponerme a recorrer los campos en busca de un caballero zurdo con una pata coja. Sería el hazmerreír de Scotland Yard.
—Muy bien —dijo Holmes, tranquilamente—. Ya le he dado su oportunidad. Aquí están sus aposentos. Adiós. Le dejaré una nota antes de marcharme.
Tras dejar a Lestrade en sus habitaciones, regresamos a nuestro hotel, donde encontramos la comida ya servida. Holmes estuvo callado y sumido en reflexiones, con una expresión de pesar en el rostro, como quien se encuentra en una situación desconcertante.
—Vamos a ver, Watson —dijo, cuando retiraron los platos—. Siéntese aquí, en esta silla, y deje que le predique un poco. No sé qué hacer y agradecería sus consejos. Encienda un cigarro y deje que me explique.
—Hágalo, por favor.
—Pues bien, al estudiar este caso hubo dos detalles de la declaración del joven McCarthy que nos llamaron la atención al instante, aunque a mí me predispusieron a favor y a usted en contra del joven. Uno, el hecho de que el padre, según la declaración, lanzara el grito de cuii antes de ver a su hijo. El otro, la extraña mención de una rata por parte del moribundo. Dese cuenta de que murmuró varias palabras, pero esto fue lo único que captaron los oídos del hijo. Ahora bien, nuestra investigación debe partir de estos dos puntos, y comenzaremos por suponer que lo que declaró el muchacho es la pura verdad.
—¿Y qué sacamos del cuii?
—Bueno, evidentemente, no era para llamar al hijo, porque él creía que su hijo estaba en Bristol. Fue pura casualidad que se encontrara por allí cerca. El cuii pretendía llamar la atención de la persona con la que se había citado, quienquiera que fuera. Pero ese cuii es un grito típico australiano, que se usa entre australianos. Hay buenas razones para suponer que la persona con la que McCarthy esperaba encontrarse en el estanque de Boscombe había vivido en Australia.
—¿Y qué hay de la rata?
Sherlock Holmes sacó del bolsillo un papel doblado y lo desplegó sobre la mesa.
—Aquí tenemos un mapa de la colonia de Victoria —dijo—. Anoche telegrafié a Bristol pidiéndolo.
Puso la mano sobre una parte del mapa y preguntó:
—¿Qué lee usted aquí?
—ARAT —leí.
—¿Y ahora? —levantó la mano.
—BALLARAT.
—Exacto. Eso es lo que dijo el moribundo, pero su hijo solo entendió las dos últimas sílabas: a rat, una rata. Estaba intentando decir el nombre de su asesino. Fulano de Tal, de Ballarat.
—¡Asombroso! —exclamé.
—Evidente. Con eso, como ve, quedaba considerablemente reducido el campo. La posesión de una prenda gris era un tercer punto seguro, siempre suponiendo que la declaración del hijo fuera cierta. Ya hemos pasado de la pura incertidumbre a la idea concreta de un australiano de Ballarat con un capote gris.
—Desde luego.
—Y que, además, andaba por la zona como por su casa, porque al estanque solo se puede llegar a través de la granja o de la finca, por donde no es fácil que pase gente extraña.
—Muy cierto.
—Pasemos ahora a nuestra expedición de hoy. El examen del terreno me reveló los insignificantes detalles que ofrecí a ese imbécil de Lestrade acerca СКАЧАТЬ