Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ y después a la iglesia de Santa Mónica, en Edgware Road. ¡Hay media guinea para usted si lo hace en veinte minutos!”.

      »Allá se fueron, y cuando yo estaba preguntándome si no haría bien en seguirlos, veo venir por la travesía un elegante landó pequeño, cuyo cochero traía aún a medio abrochar la chaqueta y el nudo de la corbata debajo de la oreja, mientras que los extremos de las correas de su atalaje saltaban fuera de las hebillas. Ni siquiera tuvo tiempo de parar delante de la puerta, cuando salió ella del vestíbulo como una flecha, y subió al coche. No hice sino verla un instante, pero me di cuenta de que era una mujer adorable, con una cara como para que un hombre se dejase matar por ella.

      »—A la iglesia de Santa Mónica, John —le gritó—, y hay para ti medio soberano si llegas en veinte minutos.

      »Watson, aquello era demasiado bueno para perdérselo. Estaba yo calculando qué me convenía más, si echar a correr o colgarme de la parte trasera del landó; pero en ese instante vi acercarse por la calle un coche de alquiler. El cochero miró y remiró al ver un cliente tan desaseado, pero yo salté dentro sin darle tiempo a que pusiese inconvenientes, y le dije: “A la iglesia de Santa Mónica, y hay para ti medio soberano si llegas en veinte minutos”. Eran veinticinco para las doce y no resultaba difícil inferir de qué se trataba.

      »Mi cochero arreó rápidamente. No creo que yo haya ido nunca en coche a mayor velocidad, pero lo cierto es que los demás llegaron antes. Cuando lo hice yo, el coche de un caballo y el landó se hallaban delante de la iglesia, con sus caballos humeantes. Pagué al cochero y me metí a toda prisa en la iglesia. No había en ella un alma, fuera de las dos a quienes yo había venido siguiendo, y un clérigo vestido de sobrepelliz, que parecía estar arguyendo con ellos. Se hallaban los tres formando grupo delante del altar. Yo me metí por el pasillo lateral muy sosegadamente, como uno que ha venido a pasar el tiempo a la iglesia. De pronto, con gran sorpresa mía, los tres que estaban junto al altar se volvieron a mirarme, y Godfrey Norton vino a todo correr hacia mí.

      »—¡Gracias a Dios! —exclamó—. Usted nos servirá. ¡Venga, venga!

      »—¿Qué ocurre? —pregunté.

      »—Venga, hombre, venga. Se trata de tres minutos, o no será legal.

      »Me llevó medio a rastras al altar, y antes que yo comprendiese de qué se trataba, me encontré mascullando respuestas que me susurraban al oído, y siendo garante de cosas que ignoraba por completo y, en términos generales, colaborando en unir con lazos a Irene Adler, soltera, con Godfrey Norton, soltero. Todo se hizo en un instante, y allí me tiene usted entre el caballero, a un lado mío, que me daba las gracias, y al otro lado la dama, mientras el clérigo me sonreía delante, de una manera beatífica. Fue la situación más absurda en que yo me he visto en toda mi vida, y fue el recuerdo de la misma lo que hizo estallar mi risa hace un momento. Por lo visto, faltaba no sé qué requisito a su licencia matrimonial, y el clérigo se negaba rotundamente a casarlos si no presentaban algún testigo; mi afortunada aparición ahorró al novio la necesidad de lanzarse a la calle a la búsqueda de un padrino. La novia me regaló un soberano, que tengo intención de llevar en la cadena de mi reloj en recuerdo de la ocasión.»

      —Las cosas han tomado un giro inesperado —dije yo—. ¿Ahora qué?

      —Pues, la verdad, me encontré con mis planes seriamente amenazados. Tuve la impresión de que quizá la pareja se iba a largar de allí inmediatamente, lo que requeriría de mi parte medidas rapidísimas y enérgicas. Sin embargo, se separaron a la puerta de la iglesia, regresando él en su coche al Temple y ella en el suyo a su propia casa. Al despedirse, le dijo ella: “Me pasearé, como siempre, en coche a las cinco por el parque”. No oí más. Los coches tiraron en diferentes direcciones, y yo me marché a lo mío.

      —Y ¿qué es lo suyo?

      —Alguna carne fiambre y un vaso de cerveza —contestó, tocando la campanilla—. He andado demasiado atareado para pensar en tomar ningún alimento, y es probable que al anochecer lo esté aún más. A propósito doctor, necesitaré su cooperación.

      —Encantado.

      —¿No le importará faltar a la ley?

      —Absolutamente nada.

      —¿Ni el ponerse a riesgo de que lo detengan?

      —No, si se trata de una buena causa.

      —¡Oh, la causa es excelente!

      —Entonces, cuente conmigo.

      —Estaba seguro de que podía contar con usted.

      —Pero ¿qué es lo que desea de mí?

      —Se lo explicaré una vez que la señora Turner haya traído su bandeja. Y ahora —dijo, encarándose con la comida sencilla que le había servido nuestra patrona—, como es poco el tiempo del que dispongo, tendré que explicárselo mientras como. Son ya casi las cinco. Es preciso que yo me encuentre dentro de dos horas en el lugar de la escena. La señorita, o mejor dicho, la señora Irene, regresará a las siete de su paseo en coche. Necesitamos estar junto al Pabellón Briony para recibirla.

      —Y entonces, ¿qué?

      —Deje eso de cuenta mía. Tengo dispuesto ya lo que tiene que ocurrir. He de insistir tan solo en una cosa. Ocurra lo que ocurra, usted no debe intervenir. ¿Me entiende?

      —Quiere decir que debo permanecer neutral.

      —Sin hacer nada. Ocurrirá probablemente algún incidente desagradable. Usted quédese al margen. El final será que me tendrán que llevar dentro de la casa. Cuatro o cinco minutos después, se abrirá la ventana del cuarto de estar. Usted se situará cerca de la ventana abierta.

      —Entendido.

      —Estará atento a lo que yo haga, porque me situaré en un sitio visible para usted.

      —Entendido.

      —Y cuando yo levante mi mano así, arrojará usted al interior de la habitación algo que yo le daré y, al mismo tiempo, dará usted la voz de “¡fuego!”. ¿Va usted siguiéndome?

      —Completamente.

      —No se trata de nada muy formidable —dijo, sacando del bolsillo un rollo largo, de forma de cigarro—. Es un cohete ordinario de humo de plomero, armado en sus dos extremos con sendas cápsulas para que se encienda automáticamente. A eso se limita su papel. Cuando dé usted la voz de fuego, la repetirá a una cantidad de personas. Entonces puede usted marcharse hasta el extremo de la calle, donde yo iré a juntarme con usted al cabo de diez minutos. ¿Me he explicado con suficiente claridad?

      —Debo mantenerme neutral, acercarme a la ventana, estar atento a usted y, en cuanto usted me haga una señal, arrojar al interior este objeto, dar la voz de fuego, y esperarle en la esquina de la calle.

      —Exactamente.

      —Pues entonces confíe en mí.

      —Magnífico. Pienso que quizá sea ya tiempo de que me caracterice para el nuevo papel que tengo que representar.

      Desapareció en el interior de su dormitorio, regresando a los pocos minutos vestido como un clérigo disidente, bondadoso y sencillo. Su ancho sombrero negro, pantalones abolsados, corbata blanca, sonrisa de simpatía y aspecto general de observador curioso y benévolo eran tales, que solo СКАЧАТЬ