Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ cartas grueso y de color de rosa, que había estado hasta ese momento encima de la mesa. Y añadió:

      —Me llegó por el último correo. Léala en voz alta.

      Era una carta sin fecha, sin firma y sin dirección. Decía:

      “Esta noche, a las ocho menos cuarto, irá a visitarle a usted un caballero que desea consultarle sobre un asunto del más alto interés. Los recientes servicios que ha prestado usted a una de las casas reinantes de Europa han demostrado que es usted la persona a la que se pueden confiar asuntos cuya importancia no es posible exagerar. En esta referencia sobre usted coinciden las distintas fuentes en que nos hemos informado. Esté usted en sus habitaciones a la hora que se le indica, y no tome a mal que el visitante se presente enmascarado”.

      —Este sí que es un caso misterioso —comenté yo—. ¿Qué cree usted que hay detrás de esto?

      —No tengo datos todavía. Es un error garrafal el teorizar sin poseer datos. De manera insensible uno empieza a retorcer los hechos para acomodarlos a sus teorías, en vez de acomodar las teorías a los hechos. Pero respecto a la carta misma, ¿qué deduce usted de ella?

      Yo examiné con gran cuidado la escritura y el papel.

      —Puede presumirse que la persona que ha escrito esto ocupa una posición desahogada —hice notar, esforzándome por imitar los procedimientos de mi compañero—. Es un papel que no se compra a menos de media corona el paquete. Su cuerpo y su rigidez son característicos.

      —Ha dicho usted la palabra exacta: característicos —comentó Holmes—. Ese papel no es en modo alguno inglés. Póngalo al trasluz.

      Así lo hice, y vi una E mayúscula con una g minúscula, una P y una G mayúscula seguida de una t minúscula, entrelazadas en la fibra misma del papel.

      —¿Qué saca usted de eso? —preguntó Holmes.

      —Debe de ser el nombre del fabricante, o mejor dicho, su monograma.

      —De ninguna manera. La G mayúscula con t minúscula equivale a Gesellschaft, que en alemán quiere decir Compañía. Es una abreviatura como nuestra Cía. La P es, desde luego, Papier. Veamos las letras Eg. Echemos un vistazo a nuestro Diccionario Geográfico. Bajó de uno de los estantes un pesado volumen pardo, y continuó:

      —Eglow, Eglonitz... Aquí lo tenemos, Egria. Es una región de Bohemia en la que se habla alemán, no lejos de Carlsbad. Es notable por haber sido el escenario de la muerte de Vallenstein y por sus muchas fábricas de cristal y de papel. Ajajá, amigo mío, ¿qué saca usted de este dato?

      Le centelleaban los ojos, y envió hacia el techo una gran nube triunfal del llamo azul de su cigarrillo.

      —El papel ha sido fabricado en Bohemia —le dije.

      —Precisamente. Y la persona que escribió la carta es alemana, como puede deducirse de la manera de redactar una de sus oraciones “En esta referencia sobre usted coinciden las distintas fuentes en que nos hemos informado” . Ni un francés ni un ruso le habrían dado ese giro. Los alemanes tratan con muy poca consideración a sus verbos. Solo nos queda, pues, por averiguar qué quiere este alemán que escribe en papel de Bohemia y que prefiere usar una máscara a mostrar su cara. Pero aquí está él, si no me equivoco, para aclarar nuestras dudas.

      Mientras hablaba, se oyó el agudo rechinar de cascos de caballos y unas ruedas rozando el bordillo de la acera, todo ello seguido de un fuerte campanillazo en la puerta de calle. Holmes dejó escapar un silbido.

      —De dos caballos, a juzgar por el ruido —dijo.

      Luego prosiguió, mirando por la ventana:

      —Sí, un lindo coche Brougham, tirado por una yunta preciosa. Ciento cincuenta guineas valdrá cada animal. Watson, en este caso hay dinero o, por lo menos, aunque no hubiera otra cosa.

      —Holmes, estoy pensando que lo mejor será que me retire.

      —De ninguna manera, doctor. Permanezca donde está. Yo estoy perdido sin mi Boswell. Esto promete ser interesante. Sería una lástima que usted se lo perdiese.

      —Pero quizá su cliente...

      —No se preocupe por él. Quizá yo necesite su ayuda y él también. Aquí llega. Siéntese en ese sillón, doctor, y préstenos su mayor atención.

      Unos pasos lentos y fuertes, que se habían oído en las escaleras y en el pasillo, se detuvieron junto a la puerta, del lado exterior. Y de pronto resonaron unos golpes secos.

      —¡Adelante! —dijo Holmes.

      Entró un hombre que no bajaría de los seis pies y seis pulgadas de altura, con el pecho y extremidades de un Hércules. Sus ropas eran de una riqueza que en Inglaterra se habría considerado como lindando con el mal gusto. Le acuchillaban las mangas y los delanteros de su chaqueta cruzada unas posadas franjas de astracán, y su capa azul oscura, que tenía echada hacia atrás sobre los hombros, estaba forrada de seda color llama, y sujeta al cuello con un broche consistente en un berilo resplandeciente. Unas botas que le llegaban hasta la media pierna, y que estaban festoneadas en los bordes superiores con rica piel parda, completaban la impresión de bárbara opulencia que producía el conjunto de su aspecto externo. Traía en la mano un sombrero de anchas alas y, en la parte superior del rostro, tapándole hasta más abajo de los pómulos, ostentaba un antifaz negro que, por lo visto, se había colocado en ese mismo instante, porque aún tenía la mano puesta en él cuando hizo su entrada. A juzgar por las facciones de la parte inferior de la cara, se trataba de un hombre de carácter fuerte, de labio inferior grueso y caído, y una recta y prolongada barbilla, que sugería una firmeza llevada hasta la obstinación.

      —¿Recibió mi carta? —preguntó con voz profunda y ronca, de fuerte acento alemán—. Le anunciaba mi visita.

      Nos miraba uno por uno, como dudando a cuál de los dos tenía que dirigirse.

      —Tome usted asiento por favor —le dijo Sherlock Holmes—. Este señor es mi amigo y colega, el doctor Watson, que a veces lleva su amabilidad hasta ayudarme en los casos que se me presentan. ¿A quién tengo el honor de hablar?

      —Puede hacerlo como si yo fuese el conde von Kramm, aristócrata bohemio. Doy por supuesto que este caballero amigo suyo es hombre de honor discreto al que yo puedo confiar un asunto de la mayor importancia. De no ser así, preferiría muchísimo tratar con usted solo.

      Me levanté para retirarme, pero Holmes me agarró de la muñeca y me empujó, obligándome a sentarme.

      —O a los dos, o a ninguno —dijo—. Puede usted hablar delante de este caballero todo cuanto quiera decirme a mí.

      El conde encogió sus anchos hombros, y dijo:

      —Siendo así, tengo que empezar exigiendo de ustedes un secreto absoluto por un plazo de dos años, pasados los cuales el asunto carecerá de importancia. En este momento, no exageraría afirmando que la tiene tan grande que pudiera influir en la historia de Europa.

      —Lo prometo —dijo Holmes.

      —Y yo también.

      —Ustedes disculparán este antifaz —prosiguió nuestro extraño visitante—. La augusta persona que se sirve de mí desea que su agente permanezca incógnito para ustedes, y no estará de más СКАЧАТЬ