Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
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—Todos necesitamos ayuda de vez en cuando —dije yo.
—Su amigo, el señor Sherlock Holmes, es un hombre maravilloso —dijo en tono ronco y confidencial—. No hay quien pueda con él. He visto a ese jovencito meter la nariz en un buen montón de casos, y aún no ha habido un caso en el que no haya podido arrojar algo de luz. Sus métodos son irregulares, y tal vez se precipita un poco al inventar teorías, pero, en conjunto, creo que habría sido un policía muy prometedor, y no me importa decirlo. Esta mañana he recibido un telegrama suyo, dando a entender que dispone de alguna pista en el caso Sholto. Aquí está su mensaje.
Sacó el telegrama del bolsillo y me lo entregó. Se había enviado desde Poplar, a las doce.
“Vaya inmediatamente a Baker Street —decía—. Si aún no he regresado, espéreme. Sigo de cerca la pista de la banda del caso Sholto. Puede acompañarnos esta noche si quiere intervenir en el final”.
—Esto suena bien. Claramente ha vuelto a encontrar el rastro —dije.
—¡Ah!, entonces es que también él había fallado —exclamó Jones, con evidente satisfacción—. Hasta los mejores nos despistamos alguna que otra vez. Claro que esto podría ser una falsa alarma, pero mi deber como agente de la ley es no pasar por alto ninguna posibilidad. ¡Ah!, hay alguien en la puerta. Tal vez sea él.
Se oyeron unos pasos inseguros que subían por la escalera, acompañados de fuertes resoplidos y jadeos, como de un hombre que tiene grandes dificultades para respirar. Se detuvo un par de veces, como si el ascenso fuera demasiado fatigoso para él, pero al fin consiguió llegar a nuestra puerta y entrar. Su aspecto cuadraba bien con los sonidos que habíamos oído. Era un hombre de edad avanzada, vestido de marinero, con un viejo chaquetón abotonado hasta el cuello. Tenía la espalda doblada, le temblaban las rodillas y su respiración era dolorosamente asmática. Se apoyaba en un grueso bastón de roble y sus hombros se alzaban con esfuerzo para aspirar aire hacia los pulmones. Llevaba una bufanda de colores tapándole la barbilla y pude ver poco de su cara, aparte de un par de ojos oscuros y penetrantes, enmarcados por unas cejas blancas y pobladas y un par de largas patillas grises. En conjunto, me dio la impresión de un respetable patrón de barco cargado de años y pobreza.
—¿Qué desea, buen hombre? —le pregunté.
El hombre miró a su alrededor al estilo lento y metódico de los ancianos.
—¿Está aquí el señor Sherlock Holmes? —preguntó.
—No, pero yo actúo en su nombre. Puede darme cualquier mensaje que traiga para él.
—Tenía que decírselo a él en persona.
—Pero ya le digo que actúo en su nombre. ¿Es algo referente a la lancha de Mordecai Smith?
—Sí. Yo sé muy bien dónde está. Y sé dónde están los hombres que busca. Y sé dónde está el tesoro. Lo sé todo.
—Pues dígamelo y yo se lo haré saber.
—Tenía que decírselo a él —insistió, con la petulante obstinación de un hombre muy viejo.
—Pues tendrá que esperar a que venga.
—Ni hablar. No voy a perder todo un día para complacer a nadie. Si el señor Holmes no está, el señor Holmes tendrá que averiguarlo todo por su cuenta. No me gustan las miradas de ninguno de ustedes dos y no pienso decir ni una palabra.
Arrastró los pies hacia la puerta, pero Athelney Jones se le puso en frente.
—Un momento, amigo —dijo—. Usted posee información importante y no debe marcharse. Le guste o no, vamos a retenerlo aquí hasta que regrese nuestro amigo.
El anciano intentó una carrerita hacia la puerta, pero al ver que Athelney Jones apoyaba en ella su ancha espalda se convenció de la inutilidad de su resistencia.
—¡Bonita manera de tratarle a uno! —exclamó, golpeando el suelo con su bastón—. Vengo aquí a ver a un caballero y dos tipos a los que no he visto en mi vida me detienen y me tratan de esta manera.
—No perderá nada con esto —dije—. Le recompensaremos por el tiempo perdido. Siéntese ahí, en el sofá, y no tendrá que esperar mucho.
El hombre cruzó la habitación de muy mal humor y se sentó con la cara apoyada en las manos. Jones y yo seguimos fumando y reanudamos nuestra charla. Pero de pronto, sonó sobre nuestras cabezas la voz de Holmes.
—Ya podrían ustedes ofrecerme también a mí un cigarro —dijo.
Los dos dimos un salto en nuestros asientos. Allí estaba Holmes, sentado junto a nosotros, con expresión de tranquilo regocijo.
—¡Holmes! —exclamé—. ¡Usted aquí! Pero... ¿dónde está el anciano?
—Aquí está el anciano —dijo Holmes, extendiendo un montón de pelo blanco—. Aquí lo tiene. Peluca, patillas, cejas y todo lo demás. Estaba convencido de que mi disfraz era bastante bueno, pero no esperaba que llegara a superar esta prueba.
—¡Qué bribón! —exclamó Jones, absolutamente encantado—. Habría podido ser actor, y de los buenos. Tenía la tos exacta de un viejo del asilo, y esas piernas temblorosas valen diez libras a la semana. Aun así, me pareció reconocer el brillo de sus ojos. Ya ve que no es tan fácil burlarnos.
—Llevo todo el día actuando con este disfraz —dijo Holmes, mientras encendía un cigarro—. Resulta que ya empieza a conocerme un buen número de miembros de la clase criminal, sobre todo desde que a nuestro amigo, aquí presente, le dio por publicar algunos de mis casos. Así que ya solo puedo recorrer el sendero de guerra bajo algún disfraz sencillo, como este. ¿Recibió usted mi telegrama?
—Sí, por eso he venido.
—¿Qué tal va progresando su caso?
—Todo se ha quedado en nada. He tenido que soltar a dos de mis detenidos y no hay pruebas contra los otros dos.
—No se preocupe. Le proporcionaremos otros dos a cambio de esos. Pero tiene usted que ponerse a mis órdenes. Puede usted quedarse con todo el crédito oficial, pero tiene que actuar tal como yo le indique. ¿Está de acuerdo?
—Por completo, si me ayuda a cazar a esos hombres.
—Muy bien. En primer lugar, necesitaré una lancha rápida de la policía, una lancha de vapor, que debe estar en el embarcadero de Westminster a las siete en punto.
—Eso se arregla fácilmente. Siempre hay una por allí. Pero para estar seguro puedo cruzar la calle y telefonear.
—También necesitaré dos hombres fuertes y leales, por si ofrecen resistencia.
—Habrá dos o tres en la lancha. ¿Qué más?
—Cuando atrapemos a los hombres, nos haremos con el tesoro. Creo que para este amigo mío sería un placer llevarle personalmente la caja a la joven a quien pertenece por derecho la mitad. Que sea ella СКАЧАТЬ