Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
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—¡Vuelve aquí y deja que te lave, Jack! —gritó la mujer—. ¡Vuelve, diablillo! Como venga tu padre y te vea así, nos vamos a enterar.
—¡Qué encanto de niño! —exclamó Holmes, estratégicamente—. ¡Qué mejillas tan sonrosadas tiene el granuja! A ver, Jack, ¿quieres alguna cosa?
El niño se lo pensó un momento.
—Me gustaría un chelín —dijo.
—¿No hay algo que te guste más?
—Me gustarían más dos chelines —respondió aquel prodigio, tras pensarlo un poco.
—Pues ahí los tienes. ¡Cógelos! Un niño muy guapo, señora Smith.
—Dios le bendiga, señor. Es guapo, pero muy revoltoso. Yo casi no puedo controlarlo, sobre todo cuando mi hombre está fuera varios días seguidos.
—¿Dice que está fuera? —preguntó Holmes en tono contrariado—. Pues es una pena, porque quería hablar con el señor Smith.
—Lleva fuera desde ayer por la mañana, señor, y la verdad, empiezo a estar preocupada por él. Pero si se trata de alquilar un bote, señor, tal vez yo pueda atenderles.
—Quería alquilar la lancha de vapor.
—Vaya por Dios. Precisamente se marchó en la de vapor. Eso es lo que me extraña, porque sé que con el carbón que llevaba solo tenía para ir hasta Woolwich y volver. Si se hubiera llevado la gabarra, no me extrañaría: más de una vez ha tenido que ir hasta Gravesend, y si tenía mucho trabajo se quedaba allí a dormir. Pero ¿de qué le sirve una lancha de vapor sin carbón?
—Puede haber comprado más en otro muelle, río abajo.
—Podría hacerlo, pero no es su estilo. Le he oído protestar muchas veces de los precios que cobran por unos pocos sacos. Además, no me gusta ese hombre de la pata de palo, con esa cara tan fea y ese acento extranjero. ¿Por qué siempre anda por aquí?
—¿Un hombre con pata de palo? —preguntó Holmes, apenas sorprendido.
—Sí, señor, un tío moreno, con cara de mono, que ha venido más de una vez a ver a mi viejo hombre. La noche anterior lo sacó de la cama; y lo que es más, mi hombre sabía que iba a venir, porque le había dado presión a la lancha de vapor. Se lo digo francamente, señor, no me hace ninguna gracia este asunto.
—Pero, querida señora Smith —dijo Holmes, encogiéndose de hombros—, se está usted preocupando por nada. ¿Cómo sabe que fue el hombre de la pata de palo el que vino la otra noche? No entiendo cómo puede estar tan segura.
—Su voz, señor. Conozco su voz, que es como gruesa y tosca. Llamó a la ventana, a eso de las tres, y dijo: “Levanta, compañero. Es la hora del cambio de guardia”. Mi hombre despertó a Jim, que es mi hijo mayor, y allá se fueron, sin decirme nada. Y oí el ruido de su pata de palo al andar por el empedrado.
—¿Y venía solo ese hombre de la pata de palo?
—Eso no podría decírselo, la verdad. No oí a nadie más.
—Lo lamento, señora Smith, porque necesito una lancha de vapor y me habían dado buenos informes del..., vamos a ver, ¿cómo se llamaba?
—El Aurora, señor.
—¡Ajá! ¿No será una vieja lancha verde, con una raya amarilla, muy ancha de manga?
—Nada de eso. Es la lancha más bonita de todo el río. Y está recién pintada de negro con dos rayas rojas.
—Gracias. Espero que pronto tenga noticias del señor Smith. Yo voy río abajo, y si le echo el ojo al Aurora, le haré saber que está usted preocupada. ¿Ha dicho que la chimenea es negra?
—No, señor: negra con una franja blanca.
—Ah, sí, claro. Eran los costados los que eran negros. Buenos días, señora Smith. Mire, Watson, allí hay un barquero con una chalana. La tomaremos para cruzar el río.
—Lo más importante con esta clase de gente —dijo Holmes mientras nos sentábamos en el banco de la chalana—, es no darles nunca a entender que la información que te dan tiene la menor importancia para ti. Si piensan que te interesa, se cierran al instante como una ostra. En cambio, si haces como que los escuchas porque no te queda otro remedio, lo más probable es que te digan todo lo que quieres saber.
—Nuestra línea de acción ahora parece bastante clara.
—¿Ah, sí? ¿Qué es lo que haría usted?
—Alquilar una lancha y bajar por el río siguiendo el rastro del Aurora.
—Querido amigo, esa sería una tarea colosal. Puede haber atracado en cualquiera de los muelles de una u otra orilla, de aquí a Greenwich. Más allá del puente hay todo un laberinto de embarcaderos, de muchas millas. Nos llevaría días y días recorrerlos todos si lo hacemos solos.
—Pues recurra a la policía.
—No. Aunque es probable que llame a Athelney Jones en el último momento. No es mala persona y no me gustaría hacer algo que le perjudicara profesionalmente. Pero me apetece resolver el caso yo mismo, ahora que hemos llegado tan lejos.
—¿Y si ponemos un anuncio pidiendo información a los encargados de los muelles?
—Mucho peor. Nuestros hombres sabrían que les pisamos los talones y huirían del país. Tal como están las cosas, ya es bastante probable que se marchen, pero mientras crean que están a salvo, no tendrán prisa. En este sentido, nos va a venir bien la energía de Jones, porque seguro que su versión del caso aparece en los diarios, y los fugitivos creerán que todo el mundo sigue un rastro falso.
—Pues entonces, ¿qué hacemos? —pregunté mientras desembarcábamos cerca del penal de Millbank.
—Tomar ese coche, hacer que nos lleve a casa, desayunar y tomar una hora de sueño. Tal como marcha el juego, es posible que tengamos que pasar otra noche en pie. Cochero, pare en una oficina de telégrafos. Nos quedaremos con Toby, porque aún puede sernos útil.
Nos detuvimos en la oficina de Correos de Great Peter Street para que Holmes enviara un telegrama.
—¿A quién cree que he telegrafiado? —me preguntó cuando reemprendimos la marcha.
—No tengo ni idea.
—¿Se acuerda de la sección policial de Baker Street, a la que recurrí en el caso de Jefferson Hope?
—Bueno… —respondí, echándome a reír.
—Esta es la clase de situación en la que pueden resultar utilísimos. Si fracasan, tengo otros recursos; pero primero probaré con ellos. El telegrama iba dirigido a mi pequeño y mugriento teniente Wiggins, y espero que venga a vernos con toda su pandilla antes de que acabemos de desayunar.
Eran ya entre las ocho y las nueve, y yo empezaba a notar una fuerte reacción a la serie de emociones de la noche. СКАЧАТЬ