Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—No, no, no, no puede ser —exclamó—, ella es incapaz de sentir. Su afabilidad no es compasión; su buen carácter no es cariño. Todo lo que le interesa es cotillear, y solo le gusto porque le doy material para hacerlo.
Elinor no necesitaba escuchar esto para darse cuenta de cuántas injusticias podía cometer su hermana, arrastrada por el irritable refinamiento de su retorcida mente cuando se trataba de opinar sobre los demás, y la excesiva importancia que atribuía a las amabilidades propias de una gran sensibilidad y a la cortesía de los modales refinados. Al igual que medio mundo, si más de medio mundo fuera inteligente y bueno, Marianne, con sus excelentes cualidades y excelente formación, no era ni razonable ni justa. Aguardaba que los demás tuvieran sus mismas opiniones y sentimientos, y calificaba sus motivos por el efecto inmediato que tenían sus acciones en ella. Fue en esta situación que, mientras las hermanas estaban en su habitación después del desayuno, sucedió algo que rebajó aún más su opinión sobre la calidad de los sentimientos de la señora Jennings; pues, por su propia debilidad, permitió que le ocasionara un nuevo sufrimiento, aunque la buena señora había estado guiada por la mejor intención.
Con una carta en su mano extendida y una alegre sonrisa nacida de la convicción de ser portadora de alivio, entró en la habitación diciendo:
—Mire, querida, le traigo algo que estoy segura le reconfortará.
Marianne no necesitaba escuchar más. En un instante su imaginación le puso por delante una carta de Willoughby, llena de ternura y arrepentimiento, que explicaba lo ocurrido a toda satisfacción y de manera convincente, seguida de inmediato por Willoughby en persona, abalanzándose a la habitación para reforzar, a sus pies y con la elocuencia de su mirada, las declaraciones de su carta. La obra de un momento fue destruida por la realidad. Frente a ella estaba la escritura de su madre, que hasta entonces nunca había sido mal recibida; y en la agudeza de su desilusión tras un éxtasis que había sido de algo más que esperanza, sintió como si, hasta ese instante, jamás hubiera sufrido.
No tenía adjetivo para la crueldad de la señora Jennings, aunque ciertamente hubiera sabido cómo llamarla en sus momentos de más feliz elocuencia; ahora solo podía reprochársela mediante las lágrimas que le arrasaron los ojos con apasionada violencia; un reproche, sin embargo, tan por completo desperdiciado en aquella a quien estaba dirigido, que esta, tras muchas expresiones de compasión, se retiró sin dejar de encomendarle la carta como gran consuelo. Pero cuando tuvo la tranquilidad suficiente para leerla, fue poco el alivio que encontró en ella. Cada línea estaba llena de Willoughby. La señora Dashwood, todavía confiada en su compromiso y creyendo con la calidez de siempre en la lealtad del joven, solo por la insistencia de Elinor se había decidido a exigir de Marianne una mayor sinceridad hacia ambas, y esto con tal cariño hacia ella, tal afecto por Willoughby y tal certeza sobre la felicidad que cada uno encontraría en el otro, que no pudo dejar de llorar sin parar hasta terminar de leer.
De nuevo se despertó en Marianne toda su impaciencia por volver a casa; nunca su madre le había sido más querida, incluso por el mismo exceso de su equivocada confianza en Willoughby, y anhelaba desesperadamente haber partido ya. Elinor, incapaz de decidir por sí misma qué sería mejor para Marianne, si estar en Londres o en Barton, no le ofreció otro consuelo que la recomendación de paciencia hasta que conocieran los deseos de su madre; y finalmente logró que su hermana consintiera aguardar hasta saberlo.
La señora Jennings salió más temprano que de costumbre, pues no podía quedarse tranquila hasta que los Middleton y los Palmer pudieran lamentarse tanto como ella; y rehusando terminantemente el ofrecimiento de Elinor de acompañarla, salió sola durante el resto de la mañana. Elinor, con el corazón deprimido, consciente del dolor que iba a causar y dándose cuenta por la carta a Marianne del escaso éxito que había tenido en preparar a su madre, se sentó a escribirle relatándole lo ocurrido y a pedirle que las guiara en cómo debían obrar en adelante. Marianne, entretanto, que había acudido a la sala al salir la señora Jennings, se mantuvo inmóvil junto a la mesa donde Elinor escribía, observando cómo avanzaba su pluma, lamentando la dureza de su tarea, y lamentando con más aprecio aún el efecto que tendría en su madre.
Llevaban en esto alrededor de un cuarto de hora cuando Marianne, cuyos nervios no soportaban en ese instante ningún ruido súbito, se sobresaltó al escuchar un golpe en la puerta.
—¿Quién puede ser? —exclamó Elinor—. ¡Y tan temprano! Creía que estábamos a cubierto.
Marianne se aproximó a la ventana.
—Es el coronel Brandon —dijo, molesta—. Nunca estamos protegidos de él.
—Como la señora Jennings está fuera, no entrará.
—Yo no confiaría en eso —retirándose a su habitación—. Un hombre que no sabe qué hacer con su tiempo no tiene conciencia alguna de su indiscreción en el de los demás.
Los hechos ratificaron su suposición, aunque estuviera basada en la injusticia y el error, porque el coronel Brandon sí entró; y Elinor, que estaba convencida de que su preocupación por Marianne lo había llevado hasta allí, y que veía esa preocupación en su aire melancólico y aturdido y en su ansioso, aunque breve, preguntar por ella, no pudo perdonarle a su hermana por juzgarlo con tanta frivolidad.
—Me encontré con la señora Jennings en Bond Street —le confesó, tras el primer saludo—, y ella me animó a venir; y no le fue difícil hacerlo, porque pensé que sería probable encontrarla a usted sola, que era lo que deseaba. Mi propósito... mi deseo, mi único deseo al querer eso... espero, creo que así es... es poder dar alivio... no, no debo decir alivio, no alivio momentáneo, sino una certeza, una perdurable certeza para su hermana. Mi consideración por ella, por usted, por su madre, espero me permita probársela mediante el relato de ciertas circunstancias, que nada sino una muy sincera consideración, nada sino el deseo de serles útil... creo que lo merecen. Aunque, si he debido pasar tantas horas intentando convencerme de que tengo la razón, ¿no habrá motivos para temer estar equivocado? —interrogó.
—Lo comprendo —dijo Elinor—. Tiene algo que decirme del señor Willoughby que pondrá aún más a la vista su villanía. Decirlo será el mayor signo de amistad que puede mostrar por Marianne. Cualquier información dirigida a ese fin merecerá mi inmediata gratitud, y la de ella vendrá con el tiempo. Por favor, se lo suplico, cuéntemelo.
—Lo haré; y, para ser breve, cuando dejé Barton el pasado octubre... pero así no lo entenderá. Debo retroceder más todavía. Se dará cuenta de que soy un narrador muy torpe, señorita Dashwood; ni siquiera sé dónde empezar. Creo que será necesario contarle muy brevemente sobre mí, y seré muy breve. En un tema como este —suspiró profundamente— estaré poco tentado a extenderme.
Se interrumpió un momento para ordenar sus recuerdos y después, con otro lamento, continuó:
—Probablemente habrá olvidado por completo una conversación (no se supone que haya hecho ninguna impresión en usted), una conversación que tuvimos una noche en Barton Park, una noche en que había un baile, en la cual yo mencioné una dama que había conocido hace tiempo y que se parecía, en cierto modo, a su hermana Marianne.
—En verdad —contestó Elinor—, lo recuerdo.
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