Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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La señora Bennet se encontraba ciertamente en un estado deplorable. La sola mención de algo concerniente a la boda le provocaba un ataque de mal humor, y dondequiera que fuese podía tener por seguro que oiría hablar de dicho evento. El ver a la señorita Lucas la desquiciaba. La miraba con horror y celos al imaginarla su sucesora en aquella casa. Siempre que Charlotte venía a verlos, la señora Bennet llegaba a la conclusión de que estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que le comentaba algo en voz baja a Collins, estaba convencida de que hablaban de la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella y a sus hijas en cuanto el señor Bennet pasase a mejor vida. Se lamentaba de ello con indecible amargura a su marido.
—La verdad, señor Bennet —le decía—, es muy duro pensar que Charlotte Lucas será un día la dueña de esta casa, y que yo me veré obligada a cederle el sitio y a seguir viéndola en mi lugar.
—Querida, no pienses en cosas tristes. Tengamos esperanzas en cosas más optimistas. Animémonos con la idea de que puedo sobrevivirte.
No era muy consolador, que digamos, para la señora Bennet la respuesta; sin embargó, en lugar de responder, siguió:
—No puedo soportar el pensar que lleguen a ser dueños de toda esta propiedad. Si no fuera por el legado, me importaría un pimiento.
—¿Qué es lo que te importaría un pimiento?
—Me importaría un pimiento absolutamente todo.
—Demos gracias, entonces, de que te salven de semejante estado de insensibilidad.
—Jamás podré dar gracias por nada que se refiera al legado. No entenderé jamás que alguien pueda tener la conciencia tranquila desheredando a sus propias hijas. Y para terminarlo de arreglar, ¡que el heredero tenga que ser el señor Collins! ¿Por qué él, y no cualquier otro?
—Lo dejo a tu propio arbitrio.
Capítulo XXIV
La carta de la señorita Bingley llegó, y disipó todas las dudas. La primera frase ya comunicaba que todos se habían establecido en Londres para pasar el invierno, y al final expresaba el pesar del hermano por no haber tenido tiempo, antes de abandonar el campo, de pasar a presentar sus respetos a sus amigos de Hertfordshire.
No había esperanza, se había desvanecido por completo. Jane continuó leyendo, pero encontró pocas cosas, aparte de las expresiones de cariño de su autora, que pudieran servirle de consuelo. El resto de la carta estaba casi por entero dedicado a ensalzar a la señorita Darcy. Insistía de nuevo sobre sus múltiples cualidades, y Caroline presumía muy alegre de su creciente intimidad con ella, aventurándose a predecir el cumplimiento de los deseos que ya manifestaba en la primera carta. También le contaba con alegría que su hermano era íntimo de la familia Darcy, y mencionaba con aplauso ciertos planes de este último, relativos al nuevo mobiliario.
Elizabeth, a quien Jane comunicó enseguida lo más importante de aquellas noticias, la escuchó en silencio y muy enfadada. Su corazón fluctuaba entre la preocupación por su hermana y el odio al resto. No daba crédito a la afirmación de Caroline de que su hermano estaba interesado por la señorita Darcy. No dudaba, como no lo había dudado nunca, que Bingley estaba enamorado de Jane; pero Elizabeth, que siempre le tuvo tanta simpatía, no pudo pensar sin rabia, e incluso con acritud, en aquella debilidad de carácter y en su falta de decisión, que le hacían esclavo de sus intrigantes amigos y le arrastraban a sacrificar su propia felicidad en aras de los deseos de aquellos. Si no sacrificase más que su felicidad, podría jugar con ella como le viniera en gana; pero se trataba también de la felicidad de Jane, y pensaba que él debería pensarlo. En fin, era una de esas cosas con las que es inútil romperse la cabeza.
Elizabeth no podía pensar en otra cosa; y tanto si el interés de Bingley había muerto de verdad, como si había sido obstaculizado por la intromisión de sus amigos; tanto si Bingley sabía del afecto de Jane, como si lo había pasado por alto; en cualquiera de los casos, y aunque la opinión de Elizabeth sobre Bingley pudiese variar según las diferencias, la situación de Jane seguía idéntica y su paz se había alterado.
Un día o dos pasaron antes de que Jane tuviese el valor de confesar sus sentimientos a su hermana; pero, al fin, en un momento en que la señora Bennet las dejó solas después de haberse puesto más furiosa que de costumbre con el tema de Netherfield y su dueño, la joven no lo pudo resistir y exclamó:
—¡Si mi querida madre tuviese más dominio de sí misma! No puede hacerse idea de lo que me entristecen sus constantes comentarios sobre el señor Bingley. Pero no me deprimiré. No puede durar mucho. Lo olvidaré y todos volveremos a ser como antes.
Elizabeth, afectuosa e incrédula, miró a su hermana, pero no articuló palabra.
—¿Lo dudas? —preguntó Jane subida ligeramente de color—. No tienes motivos. Le recordaré siempre como el mejor hombre que he conocido, eso es todo. Nada tengo que esperar ni que temer, y nada tengo que echarle en cara. Gracias a Dios, no me queda esa pena. Así es que dentro de poco tiempo, estaré recuperada.
Con voz más fuerte añadió después:
—Tengo el alivio de pensar que no ha sido más que un error de la imaginación por mi parte y que no ha perjudicado a nadie más que a mí misma.
—¡Querida Jane! —exclamó Elizabeth—. Eres demasiado buena. Tu dulzura y tu desinterés son realmente angelicales. No sé qué decirte. Me siento como si nunca te hubiese hecho justicia, o como si no te hubiese querido todo lo que mereces.
Jane negó profundamente que tuviese algún mérito extraordinario y rechazó los elogios de su hermana que eran solo producto de su gran cariño.
—No —dijo Elizabeth—, eso no es cierto. Todo el mundo te parece respetable y te ofendes si yo hablo mal de alguien. Tú eres la única a quien encuentro perfecta y tampoco quieres que te lo diga. No temas que me exceda apropiándome de tu privilegio de bondad universal. No hay peligro. A poca gente quiero de verdad, y de muy pocos tengo buen concepto. Cuanto más conozco el mundo, más me repele, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano, y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia. Últimamente he tenido dos ejemplos: uno que no quiero mencionar, y el otro, la boda de Charlotte. ¡Es increíble! ¡Le des las vueltas que quieras, resulta increíble!
—Querida Lizzy, no debes tener esos sentimientos, acabarán con tu felicidad. No tienes en consideración las diferentes circunstancias y la forma de ser de las personas. Ten en cuenta la respetabilidad del señor Collins y el carácter firme y prudente de Charlotte. Recuerda que pertenece a una familia numerosa, y en lo que se refiere a la fortuna, es una boda muy apetecible, debes creer, por el amor de Dios, que puede que sienta cierto afecto y estima por nuestro primo.
—Por darte gusto, intentaría creer lo que dices, pero nadie saldría beneficiado, porque si sospechase que Charlotte siente algún interés por el señor Collins, tendría peor opinión de su inteligencia de la que ahora tengo de su corazón. Querida Jane, el señor Collins es un hombre orgulloso, pedante, grosero y necio; lo sabes tan bien como yo; y como yo también debes saber que la mujer que se case con él no puede estar perfectamente cuerda. No la defiendas porque sea Charlotte Lucas. Por una persona en concreto no debes trastocar el significado de principio y de integridad, СКАЧАТЬ