Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—Querida mía —contestó su marido—, tengo que pedirte dos pequeños favores: primero, que me dejes usar libremente mi razón en este asunto, y segundo, que me dejes disfrutar solo de mi biblioteca en cuanto te sea posible.
Sin embargo, la señora Bennet, a pesar de la decepción que se había llevado con su marido, ni entonces se dio por vencida. Habló a Elizabeth una y otra vez, halagándola y amenazándola alternativamente. Intentó que Jane se pusiese de su parte; pero Jane, con toda la dulzura posible, prefirió no meterse. Elizabeth, unas veces con verdadera seriedad, y otras en chanza, replicó a sus embestidas; y aunque cambió de humor, su determinación permaneció invariable.
Collins, mientras tanto, meditaba en silencio todo lo sucedido. Tenía demasiado buen concepto de sí mismo para comprender qué motivos podría albergar su prima para rechazarle, y, aunque herido en su amor propio, no padecía lo más mínimo. Su interés por su prima era tan solo imaginario; la posibilidad de que fuera merecedora de los reproches de su madre, evitaba que él sintiese alguna pena.
Mientras reinaba en la familia esta confusión, llegó Charlotte Lucas que venía a pasar el día con ellos. Se encontró con Lydia en el vestíbulo, que corrió hacia ella para contarle por lo bajo lo que estaba sucediendo.
—¡Me alegro de que hayas venido, porque hay un lío aquí...! ¿Qué crees que ha ocurrido esta mañana? El señor Collins se ha declarado a Elizabeth y ella le ha dado calabazas.
Antes de que Charlotte hubiese tenido tiempo para contestar, apareció Kitty, que venía a darle la misma noticia. Y en cuanto entraron en el comedor, donde estaba sola la señora Bennet, ella también empezó a hablarle del tema. Le suplicó que se apiadara de ella y que intentase convencer a Lizzy de que cediese a los deseos de toda la familia.
—Te ruego que intercedas, querida Charlotte —añadió en tono triste—, ya que nadie está de mi parte, me tratan sin miramiento, nadie se compadece de mis pobres nervios.
Charlotte se ahorró la contestación, pues en ese momento entraron Jane y Elizabeth.
—Ahí está —continuó la señora Bennet—, tan tranquila, no le importamos un pimiento, no le preocupa nada con tal de salirse con la suya. Te voy a decir una cosa: si se te mete en la cabeza seguir rechazando de esa forma todas las ofertas de matrimonio que te hagan, permanecerás solterona; y no sé quién te va a mantener cuando muera tu padre. Yo no podré, te lo advierto. Desde hoy, he acabado contigo para siempre. Te he dicho en la biblioteca que no volvería a hablarte jamás; y lo que digo, lo cumplo. No le encuentro el gusto a hablar con hijas rebeldes. Ni con nadie. Las personas que como yo sufrimos de los nervios, no somos aficionados a la charla. ¡Nadie sabe lo que sufro! Pero pasa siempre lo mismo. A los que no se quejan, nadie les compadece.
Las hijas escucharon en silencio los lamentos de su madre. Sabían que si intentaban hacerla venir en razón o calmarla, solo conseguirían encolerizarla más. De modo que siguió hablando sin que nadie la interrumpiera, hasta que entró Collins con aire más pomposo que de costumbre. Al verle, la señora Bennet dijo a las muchachas:
—Ahora os ruego que os calléis la boca y nos dejéis al señor Collins y a mí para que podamos charlar un rato.
Elizabeth salió en silencio del cuarto; Jane y Kitty la siguieron, pero Lydia no se movió, decidida a escuchar todo lo que pudiera. Charlotte, detenida por la cortesía del señor Collins, cuyas preguntas acerca de ella y de su familia se sucedían sin interrupción, y también un poco por la curiosidad, se limitó a acercarse a la ventana fingiendo hacerse la desentendida. Con voz triste, la señora Bennet inició así su conversación:
—¡Oh, señor Collins!
—Mi querida señora —contestó él—, ni una palabra más sobre este tema. Estoy muy lejos —continuó con un acento que denotaba su enfado— de tener resentimientos por el comportamiento de su hija. Es deber de todos resignarse por los males inevitables; y en especial un deber para mí, que he tenido la suerte de verme tan joven en tal encumbrada posición; confío en que sabré soportarlo. Quizá mi hermosa prima, al no querer honrarme con su mano, no haya disminuido mi positiva felicidad. He observado con frecuencia que la resignación nunca es tan perfecta como cuando la dicha negada comienza a perder en nuestro aprecio algo de valor. Espero que no supondrá usted que falto al respeto de su familia, mi querida señora, al retirar mis planes acerca de su hija sin pedirles a usted y al señor Bennet que interpongan su autoridad en mi favor. Temo que mi conducta, por haber aceptado mi rechazo de labios de su hija y no de los de ustedes, pueda ser criticada. Pero todos somos capaces de cometer equivocaciones. Estoy seguro de haber procedido con la mejor intención en este tema. Mi objetivo era procurarme una dulce compañera con la debida consideración a las ventajas que ello había de aportar a toda su familia. Si mi proceder ha sido censurable, les ruego mil disculpas.
Capítulo XXI
Las discusiones sobre el ofrecimiento de Collins tocaban a su fin; Elizabeth ya no tenía que soportar más que esa sensación incómoda, que sin remedio ocurre en tales situaciones, y, de vez en cuando algunas alusiones puntillosas de su madre. En cuanto al caballero, no demostraba estar confuso, ni abatido, ni trataba de evitar a Elizabeth, sino que expresaba sus sentimientos con una actitud de seriedad y con un resentido silencio. Casi no le hablaba; y aquellas asiduas atenciones tan de apreciar por su parte, las dedicó todo el día a la señorita Lucas que le escuchaba con delicadeza, proporcionando a todos y en especial a su amiga Elizabeth un gran consuelo.
A la mañana siguiente, el mal humor y el mal estado de salud de la señora Bennet no se habían sosegado. El señor Collins también sufría la herida de su orgullo. Elizabeth pensó que su resentimiento abreviaría su visita; pero los planes del señor Collins no parecieron alterarse en lo más mínimo. Había pensado desde un primer momento marcharse el sábado y hasta el sábado pensaba permanecer allí.
Después del almuerzo las muchachas fueron a Meryton para averiguar si Wickham había vuelto, y lamentar su ausencia en el baile de Netherfield. Le encontraron al entrar en el pueblo y las acompañó a casa de su tía, donde se charló largo y tendido sobre su ausencia y su desgracia y la consternación que a todos había producido. Pero ante Elizabeth reconoció voluntariamente que su ausencia había sido premeditada.
—Al acercarse el momento —manifestó— me pareció que haría mejor en no encontrarme con Darcy, pues el estar juntos en un salón durante tantas horas hubiera sido superior a mis fuerzas y la situación podía haber empeorado y salpicar, además, a otras personas.
Elizabeth aprobó totalmente la conducta de Wickham y ambos la discutieron minuciosamente haciéndose elogios cruzados mientras iban hacia Longbourn, adonde Wickham y otro oficial acompañaron a las muchachas. Durante el paseo Wickham se dedicó por completo a Elizabeth, y le proporcionó una doble satisfacción: recibir sus cumplidos y tener la ocasión de presentárselo a sus padres.
Al poco rato de haber llegado, Jane recibió una carta. Venía de Netherfield y la joven la abrió enseguida. El sobre contenía una hojita de papel muy elegante y satinado, cubierta por la escritura de una atractiva y ágil mano de mujer. Elizabeth notó que el semblante de su hermana variaba al leer y que se detenía fijamente en determinados párrafos. Jane se sobrepuso enseguida; dejó la carta y trató de intervenir con su alegría innata en la conversación de todos; pero Elizabeth sentía tanta curiosidad que hasta dejó de prestar atención a Wickham. Y en cuanto él y su compañero se marcharon, Jane la invitó con una mirada a que la siguiese al piso de arriba. Una vez en su cuarto, Jane le enseñó la carta y le dijo:
—Es de Caroline Bingley; su contenido me ha dejado perpleja. Todos los de la casa han abandonado Netherfield y a estas horas están de СКАЧАТЬ