Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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Elizabeth, que no tenía el menor interés en continuar hablando con Collins, dedicó su atención casi por entero a su hermana y a Bingley; la multitud de placenteros pensamientos a que sus observaciones dieron lugar, la hicieron casi tan feliz como Jane. La imaginó instalada en aquella gran casa con toda la felicidad que un matrimonio por verdadero amor puede proporcionar, y se sintió tan dichosa que creyó incluso que las dos hermanas de Bingley podrían llegar a gustarle. No le costó mucho adivinar que los pensamientos de su madre seguían los mismos caminos y decidió no arriesgarse a aproximarse a ella para no escuchar sus comentarios. Por desgracia, a la hora de cenar les tocó sentarse una junto a la otra. Elizabeth se enfadó mucho al ver cómo su madre no hacía más que hablarle a lady Lucas, libre y sin tapujos, de su esperanza de que Jane se casara en breve con Bingley. El tema era apasionante, y la señora Bennet parecía que no se iba a cansar nunca de enumerar las ventajas de aquella unión. Solo con ponderar la juventud del novio, su atractivo, su riqueza y la circunstancia de que viviese a solo tres millas de Longbourn, la señora Bennet se sentía en la gloria. Pero además había que tener en cuenta lo encantadas que estaban con Jane las dos hermanas de Bingley, quienes, sin duda, se alegrarían de la unión tanto como ella misma. Por otra parte, el matrimonio de Jane con alguien de tanta alcurnia era muy ventajoso para sus hijas menores que tendrían así más oportunidades de relacionarse con hombres ricos. Por último, era un descanso, a su edad, poder confiar sus hijas solteras al cuidado de su hermana, y no tener que verse ella obligada a acompañarlas más que cuando tuviera ganas. No había más recurso que tomarse esta circunstancia como un motivo de contento, pues, en tales casos, así lo demandaba la etiqueta; pero no había nadie que le gustase más quedarse cómodamente en casa en cualquier época de su vida. Concluyó deseando a la señora Lucas que no tardase en tener tanta suerte como ella, aunque triunfante pensaba que no había muchas esperanzas.
Elizabeth se esforzó en vano en aminorar las palabras de su madre, y en convencerla de que expresase su satisfacción un poquito más serena; porque, para mayor contratiempo, notaba que Darcy, que estaba sentado enfrente de ellas, estaba oyendo casi todo. Lo único que hizo su madre fue reprenderla por ser tan irreflexiva.
—¿Qué significa el señor Darcy para mí? Dime, ¿por qué habría de sentir temor hacia él? No le debemos ninguna atención especial como para estar obligadas a no decir nada que pueda incomodarle.
—¡Por el amor de Dios, mamá, habla más bajo! ¿Qué ganas con molestar al señor Darcy? Lo único que conseguirás, si lo haces, es quedar mal con su amigo.
Pero nada de lo que dijo sirvió para algo positivo. La madre continuó exponiendo su parecer con idéntico desparpajo. Elizabeth cada vez se ponía más roja por la vergüenza y el disgusto que estaba teniendo. No podía dejar de mirar a Darcy con frecuencia, aunque cada mirada la convencía más de lo que se estaba fraguando. Darcy rara vez fijaba sus ojos en la madre, pero Elizabeth no dudaba de que su atención estaba pendiente de lo que decían. La expresión de su cara iba gradualmente del desprecio y la indignación a un imperturbable hieratismo.
Sin embargo, llegó un momento en que la señora Bennet ya no tuvo nada más que contar, y lady Lucas, que había estado mucho tiempo bostezando ante la repetición de felicidades en las que no veía la posibilidad de participar, se entregó a los placeres del pollo y del jamón. Elizabeth respiró. Pero este intervalo de tranquilidad duró muy poco; después de la cena se habló de cantar, y tuvo que pasar por el mal rato de ver que Mary, tras muy pocos ruegos, se disponía a obsequiar a los presentes con su canto. Con miradas significativas y silenciosas súplicas, Elizabeth trató de impedir aquella muestra de condescendencia, pero fue en vano. Mary no podía comprender lo que quería decir. Semejante oportunidad de demostrar su talento la embelesaba, y empezó su canción. Elizabeth no dejaba de mirarla con una penosa sensación, observaba el desarrollo del concierto con una impaciencia que no fue recompensada al final, pues Mary, al recibir entre las manifestaciones de gratitud de su auditorio una leve insinuación para que siguiese, después de una pausa de un minuto, empezó otra canción. Las facultades de Mary no eran lo más adecuado para una exhibición de aquel calibre; tenía poca voz y un estilo amanerado. Elizabeth pasó una auténtica angustia. Miró a Jane para ver cómo lo llevaba ella, pero estaba hablando tranquilamente con Bingley. Miró a las hermanas de este y vio que se hacían señas de burla entre ellas, y a Darcy, que seguía serio e impasible. Miró, por último, a su padre implorando su intervención para que Mary no se pasase toda la noche cantando. Él cogió la indirecta y cuando Mary terminó su segunda canción, dijo en voz alta:
—Niña, ya es suficiente. Has estado muy bien, nos has deleitado ya suficiente; ahora deja que se luzcan las otras señoritas.
Mary, aunque fingió que no oía, se quedó un poco turbada. A Elizabeth le dio lástima de ella y sintió que su padre hubiese dicho aquello. Se dio cuenta de que por su inquietud, no había obrado nada bien. Ahora les tocaba cantar a otros.
—Si yo —dijo entonces Collins— tuviera la fortuna de tener condiciones para el canto, me gustaría mucho regalar a la concurrencia una romanza. Opino que la música es una distracción inocente y totalmente compatible con la profesión de clérigo. No quiero decir, por esto, que esté bien el consagrar demasiado tiempo a la música, pues existe, ciertamente, otras cosas que hay que cuidar. El rector de una parroquia tiene mucho trabajo. En primer lugar tiene que hacer un ajuste de los diezmos que resulte beneficioso para él y no sea una carga para su patrón. Ha de escribir los sermones, y el tiempo que le queda nunca le sobra para los deberes de la parroquia y para el cuidado y mejora de sus feligreses cuyas vidas tiene la obligación de hacer lo más llevaderas posible. Y estimo como cosa de mucha importancia que sea atento y conciliador con todo el mundo, y en especial con aquellos a quienes debe su cargo. Considero que esto es necesario y no puedo tener en buen concepto al hombre que no valorara la ocasión de presentar sus respetos a cualquiera que esté emparentado con la familia de sus benefactores.
Y con una reverencia al señor Darcy concluyó su discurso pronunciado en voz tan alta que lo oyó la mitad del salón. Muchos se quedaron mirándolo con asombro, muchos sonrieron, pero nadie se había divertido tanto como el señor Bennet, mientras que su esposa alabó en serio a Collins por haber hablado con tanta cordura, y le comentó en un cuchicheo a lady Lucas que era muy buena persona y extremadamente despierto.
A Elizabeth le parecía que si su familia hubiesen acordado hacer el ridículo en todo lo posible aquella noche, no les habría salido tan bien ni habrían conseguido tanto éxito; y se alegraba mucho de que Bingley y su hermana no se hubiesen enterado de la mitad y de que Bingley no fuese de esa clase de personas que les importa o les molesta la locura de la que hubiese sido testigo. Ya era bastante desventura que las hermanas y Darcy hubiesen tenido la oportunidad de burlarse de su familia; y no sabía qué le resultaba más intolerable: si el silencioso desprecio de Darcy o los insolentes cuchicheos de las damas.
El resto de la noche transcurrió para ella sin el mayor interés. Collins le desquició los nervios con su empeño en no separarse de ella. Aunque no consiguió convencerla de que bailase con él otra vez, le impidió que bailase con otros. De nada sirvió que le suplicase que fuese a charlar con otras personas y que se ofreciese para presentarle a algunas señoritas de la fiesta. Collins aseguró que el bailar le importaba muy poco y que su principal deseo era hacerse agradable a sus ojos con delicadas atenciones, por lo que había decidido estar a su lado toda la noche. No había nada que discutir ante tales planes. Su amiga la señorita Lucas fue la única que la consoló sentándose a su lado una y otra vez y desviando hacia ella la conversación de Collins.
Por lo menos así se vio libre de Darcy que, aunque a veces se hallaba a poca distancia de ellos completamente libre, no se acercó a hablarles. Elizabeth lo atribuyó al resultado de sus alusiones a Wickham y se alegró de ello.
La familia de Longbourn fue la última en abandonar el lugar. La señora Bennet se las arregló para que tuviesen que esperar СКАЧАТЬ