El odio que das. Angie Thomas
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Название: El odio que das

Автор: Angie Thomas

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Novela juvenil

isbn: 9788412177947

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СКАЧАТЬ las de mis padres. Nunca usa esa expresión a menos que lo haga absolutamente en serio.

      —Está bien —confirmo—. Lo haré.

      —Gracias —el tío Carlos se acerca y me da dos besos en la frente, como lo hacía cuando me llevaba a la cama a dormir—. Lisa, tráela después de la escuela el lunes. No debería tardar mucho tiempo.

      Mamá se levanta y lo abraza.

      —Gracias —lo acompaña por el pasillo hasta la puerta de entrada—. Cuídate, ¿de acuerdo? Y envíame un mensaje cuando hayas llegado a casa.

      —Sí, señora. Te pareces a mamá —la molesta él.

      —Me da igual. Más vale que envíes el mensaje…

      —Está bien, está bien. Buenas noches.

      Mamá regresa a la cocina, amarrándose la bata.

      —Munch, tu padre y yo vamos a visitar a la señorita Rosalie mañana en lugar de ir a la iglesia. Si quieres acompañarnos, serás más que bienvenida.

      —Sí —dice papá—. Y ningún tío te va a presionar para que vayas.

      Mamá lo fulmina rápidamente con la mirada, luego se gira hacia mí.

      —Entonces, ¿crees que estás lista para eso, Starr?

      A decir verdad, hablar con la señorita Rosalie podría ser más difícil que hablar con la policía. Pero se lo debo a Khalil, visitar a su abuela. Quizás ella no sepa que yo fui testigo del disparo. Pero si de alguna manera lo sabe y quiere averiguar qué sucedió, tiene el derecho a preguntar más que nadie.

      —Sí. Iré.

      —Entonces, más vale que primero le busquemos un abogado —dice papá.

      —Maverick —suspira mamá—. Si Carlos no cree que sea necesario todavía, confío en su juicio. Además, estaré con ella todo el tiempo.

      —Me alegra que alguien confíe en su buen juicio —dice papá—. ¿Y has pensado realmente en que nos mudemos? Eso tenemos que hablarlo.

      —Maverick, no pienso discutir acerca de ello esta noche.

      —¿Cómo vamos a cambiar las cosas por aquí si…?

      —¡Ma-ve-rick! —dice ella con los dientes apretados. Cada vez que mamá pronuncia un nombre así, separándolo en sílabas, más vale cruzar los dedos para que no sea el tuyo—. Te he dicho que no voy a discutir el tema contigo esta noche —ella lo mira de reojo, a la espera de una respuesta, pero no hay ninguna—. Trata de dormir un poco, nena —me dice, y me besa la mejilla antes de ir a su habitación.

      Papá coloca todas las tazas en el fregadero y abre el frigorífico.

      —¿Quieres uvas?

      —Sí. ¿Por qué peleáis constantemente el tío Carlos y tú?

      —Porque no hace más que entrometerse —pone un plato con uvas blancas en la mesa—. Lo digo en serio, nunca le he gustado. Pensaba que era una mala influencia para tu madre. Pero Lisa estaba desatada cuando la conocí, como toda chica que viene de una escuela católica.

      Apuesto a que era más protector con mamá de lo que lo es Seven conmigo.

      —Así es —dice—. Carlos se comportaba como si fuera su padre. Cuando estuve preso, os llevó a todos a vivir con él y me bloqueó las llamadas. Hasta la llevó a ver a un abogado experto en divorcios —me sonríe—. Pero no pudo deshacerse de mí.

      Yo tenía tres años cuando papá fue a la cárcel, seis cuando salió. Está presente en muchos de mis recuerdos, pero en otros no: el primer día de clases, la primera vez que se me cayó un diente, la primera vez que anduve en bicicleta. En esos recuerdos, el rostro del tío Carlos está donde debería estar el de papá. Creo que ésa es la verdadera razón por la que siempre pelean.

      Papá tamborilea sobre la superficie de caoba de la mesa del comedor, marcando el ritmo, tun-tun-tun.

      —Las pesadillas desaparecerán después de un tiempo —dice—. Siempre son peores justo después.

      Así ocurrió con Natasha.

      —¿A cuánta gente has visto morir?

      —La suficiente. Lo peor fue cuando mataron a mi primo André —sus dedos parecen rastrear por instinto el tatuaje que tiene en el antebrazo, una A con una corona encima—. Una venta de drogas se convirtió en robo y le dispararon dos veces en la cabeza. Justo frente a mí. De hecho, sucedió unos cuantos meses antes de que nacieras tú. Por eso te puse de nombre Starr, estrella —me dirige una pequeña sonrisa—. Mi luz durante toda esa oscuridad.

      Se come unas uvas.

      —Que no te asuste lo del lunes. Dile la verdad a la policía, y no dejes que hablen por ti. Dios te dio un cerebro. No necesitas el suyo. Y recuerda que no has hecho nada malo… ese cabrón lo hizo. No dejes que te hagan pensar lo contrario.

      Algo me está molestando. Se lo quería preguntar al tío Carlos, pero no pude. Con papá es distinto. Mientras que el tío Carlos, de alguna manera, cumple las promesas imposibles, papá siempre es sincero conmigo.

      —¿Crees que la policía quiere que haya justicia para Khalil? —le pregunto.

      Tun-tun-tun. Tun… tun… tun. La verdad prodiga sombras sobre la cocina; la gente como nosotros en situaciones como ésta se convierte en un hashtag, pero rara vez obtiene justicia. Sin embargo, creo que todos esperamos esa única vez, esa única vez en la que todo termine bien.

      Quizás ésta pueda serlo.

      —No lo sé —dice papá—. Supongo que lo descubriremos.

      La mañana del domingo aparcamos frente a una pequeña casa amarilla. Hay flores de colores brillantes que brotan bajo el cobertizo de la entrada. Solía sentarme allí con Khalil.

      Mis padres y yo bajamos de la furgoneta. Papá lleva una bandeja de lasaña cubierta de papel aluminio que mamá ha preparado. Sekani todavía no se sentía bien, así que se ha quedado en casa. Seven está con él. Pero yo no creo que esté enfermo: Sekani siempre contrae algún tipo de virus en cuanto se acerca el final de las vacaciones de Semana Santa.

      Al subir por el sendero de la casa de la señorita Rosalie, me lleno de recuerdos. Tengo los brazos y las piernas tatuados de cicatrices por las caídas en este pavimento. Una vez iba montada sobre el monopatín y Khalil me empujó porque me había saltado su turno. Cuando me levanté, le faltaba piel a toda mi rodilla. Nunca había gritado tan fuerte.

      Jugábamos y saltábamos la cuerda en este sendero. Al principio, Khalil no quería jugar porque decía que eran cosas de niña. Pero siempre se daba por vencido cuando Natasha y yo decíamos que el ganador se llevaría un helado, o un paquete de caramelos. La señorita Rosalie era la Señora de los caramelos del barrio.

      Yo pasaba en su casa casi tanto tiempo como en la mía. Mamá y la hija menor de la señorita Rosalie, Tammy, fueron amigas íntimas en la infancia. Cuando mamá se embarazó de mí, estaba en su último СКАЧАТЬ