El odio que das. Angie Thomas
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El odio que das - Angie Thomas страница 14

Название: El odio que das

Автор: Angie Thomas

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Novela juvenil

isbn: 9788412177947

isbn:

СКАЧАТЬ

      Tres años después, la señorita Rosalie nos vio a mamá y a mí en el ultramarinos Wyatt's, muchísimo antes de que se convirtiera en nuestra tienda. Le preguntó a mamá cómo le estaba yendo en la universidad. Mamá le contó que papá estaba en la cárcel, que ella no podía pagar la guardería y que Nana no quería cuidarme porque yo no era su bebé, y por lo tanto no era problema suyo, así que mamá estaba pensando en abandonar la escuela. La señorita Rosalie le dijo que me llevara a su casa al día siguiente y que más le valía no mencionar la palabra pago. Ella me cuidó a mí y luego a Sekani durante todo el tiempo que mamá estuvo en la escuela.

      Mamá llama a la puerta, sacudiendo el mosquitero. La señorita Tammy está ahí, con una pañoleta envuelta en la cabeza, camiseta y pantalones deportivos. Le quita los pestillos, mientras grita por encima del hombro:

      —Mamá, son Maverick, Lisa y Starr.

      La sala tiene exactamente el mismo aspecto que cuando Khalil y yo jugábamos al escondite en ella. Todavía hay una funda de plástico en el sofá y en el sillón reclinable. Si te sientas demasiado tiempo ahí durante el verano y llevas pantalones cortos, el plástico prácticamente se te adhiere a las piernas.

      —Hola, Tammy, nena —dice mamá, y se abrazan largo y tendido—. ¿Cómo va todo?

      —Aquí estamos —la señorita Tammy abraza a papá y luego a mí—. Pero odio que sea ésta la razón por la que tengas que venir a casa.

      Es tan raro ver a la señorita Tammy. Tiene el mismo aspecto que la madre de Khalil, la señorita Brenda, si no se metiera crack. Khalil también se parecía mucho a ella. Tiene los mismos ojos color avellana y hoyuelos en las mejillas. Una vez, Khalil dijo que hubiera preferido que la señorita Tammy fuera su madre para poder irse a vivir a Nueva York. Yo solía bromear y decirle que ella no tenía tiempo para él. Quisiera no haberle dicho eso jamás.

      —¿Dónde quieres que ponga esta lasaña, Tam? —le pregunta papá.

      —En el frigorífico, si encuentras espacio —dice, mientras él se dirige a la cocina—. Mamá dice que la gente trajo comida todo el día de ayer. Y anoche, cuando llegué, todavía le seguían trayendo. Parece como si todo el barrio hubiera pasado a hacer una visita.

      —Así es el Jardín —dice mamá—. Si la gente no puede hacer otra cosa, cocina.

      —Vaya que es cierto —la señorita Tammy señala el sofá—. Sentaos.

      Mamá y yo nos sentamos, y papá regresa y nos acompaña. La señorita Tammy se sienta en el sillón reclinable donde normalmente se sienta la señorita Rosalie. Me ofrece una sonrisa triste.

      —Starr, ¿sabes una cosa?, has crecido muchísimo desde la última vez que te vi. Tú y Khalil, los dos, habéis crecido tan…

      Se le quiebra la voz. Mamá extiende la mano y le acaricia la rodilla. La señorita Tammy tarda un segundo en recuperarse, pero respira profundamente y me vuelve a sonreír.

      —Me alegro de verte, nena.

      —Sabemos que la señorita Rosalie nos va a decir que está perfectamente bien, Tam —dice papá—, ¿pero cómo se encuentra realmente?

      —Estamos avanzando día a día. Por suerte, la quimioterapia está funcionando. Espero poder convencerla de que se vaya a vivir conmigo. Así puedo asegurarme de que consiga sus recetas médicas —suspira por la nariz—. No tenía la menor idea de que mamá tuviera tantas dificultades. Ni siquiera sabía que había perdido su trabajo. Ya sabéis cómo es. Nunca quiere pedir ayuda.

      —¿Y qué hay de la señorita Brenda? —pregunto. Lo tengo que hacer. Khalil lo habría hecho.

      —No lo sé, Starr. Bren… es complicado. No la hemos visto desde que nos dieron la noticia. No sabemos dónde está. Pero si la encontramos… no sé qué haremos.

      —Os puedo ayudar a encontrar una clínica de rehabilitación para ella cerca de aquí —dice mamá—. Pero tiene que querer dejar las drogas realmente.

      La señorita Tammy asiente.

      —Ése es el problema. Pero creo… creo que finalmente esto la llevará a buscar ayuda, o la empujará al abismo. Espero que ocurra lo primero.

      Cameron coge la mano de su abuela mientras la lleva a la sala como si fuera la reina del mundo vestida en bata. Parece más delgada, pero fuerte para ser alguien que está pasando por quimioterapia y todo eso. El pañuelo que envuelve su cabeza aumenta su majestuosidad: una reina africana, y todos nos sentimos bendecidos por estar ante su presencia.

      Los demás nos ponemos en pie.

      Mamá abraza a Cameron y le besa una de sus mejillas regordetas. Khalil lo llamaba Ardilla por sus mejillas, pero no le permitía a nadie que dijera que su hermanito estaba gordo.

      Papá choca palmas con él, y terminan en un abrazo.

      —¿Qué hay, hombre? ¿Estás bien?

      —Sí, señor.

      Una sonrisa grande y amplia se esboza en el rostro de la señorita Rosalie. Extiende los brazos, y doy un paso para adentrarme en el abrazo más emotivo que haya recibido jamás de alguien que no sea mi pariente. Además, no hay lástima. Sólo amor y fuerza. Supongo que sabe que necesito un poco de ambas cosas.

      —Mi nena —dice. Se echa hacia atrás y me mira, las lágrimas se desbordan por sus ojos—. Se marchó y se hizo grande.

      También abraza a mis padres. La señorita Tammy la deja sentarse en el sillón. La señorita Rosalie palmea en el borde del sofá más cercano a ella, así que me siento ahí. Me sostiene la mano y frota su pulgar por encima.

      —Hum —dice—. ¡Hummm!

      Es como si mi mano le estuviera contando una historia y ella respondiera. La escucha durante un tiempo y luego dice:

      —Me alegra tanto que hayas venido. Quería hablar contigo.

      —Sí, señora —digo lo que se supone que debo decir.

      —Tú fuiste la mejor amiga que ese niño tuvo jamás.

      Esta vez no puedo decir lo que se supone que debo decir.

      —Señorita Rosalie, no estábamos tan unidos como…

      —No me importa, nena —dice ella—. Khalil nunca tuvo otra amiga como tú. Eso es un hecho, lo sé.

      Trago saliva.

      —Sí, señora.

      —La policía me dijo que tú eres la que estaba con él cuando pasó.

      Lo sabe.

      —Sí, señora.

      Estoy en pie sobre los raíles y observo el tren que avanza a toda prisa hacia mí, me tenso y espero el impacto, el momento en que ella pregunte qué ocurrió.

      Pero el tren se desvía hacia otra vía.

      —Maverick, él quería hablar contigo. Quería que lo ayudaras.

СКАЧАТЬ