Название: Superar los límites
Автор: Rich Roll
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Deportes
isbn: 9788499106397
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En el Pac-10 Championship de la primavera de mi primer año de carrera, hice mis mejores tiempos, pero seguía quedándome corto con relación a los tiempos mínimos requeridos para poder competir en los campeonatos de la primera división de la NCAA. Estaba decepcionado, pero, hasta cierto punto, no creía merecer pasar el corte. Al mes siguiente, en Indianápolis, Stanford se aseguró su segundo campeonato de la NCAA, pero yo me quedé en casa, sin poder hacerme con el codiciado anillo de campeón. Además, jamás volvería a mejorar mis tiempos.
Durante mi segundo y tercer curso, seguí nadando, pero el amor se fue desvaneciendo hasta prácticamente desaparecer por completo. Por primera vez en mi vida, nadar se había convertido en una rutina. Estaba harto de sentirme agotado todo el tiempo. Recuerdo los entrenamientos de Navidad en mi segundo curso, un acontecimiento anual por el que el equipo volvía antes de las vacaciones de invierno a un campus dormido y se hospedaba en una casa de fraternidad vacía únicamente para entrenar, día tras día, durante dos semanas hasta que nos doliesen los ojos. Aparte de comer, lo único que hacía entre sesiones era dormir, sólo para despertar con una única emoción: pavor.
Así que, poco a poco, tanto dentro como fuera de la piscina, fui abandonando mis nobles objetivos. A medida que iba decreciendo mi interés por la piscina, también iba haciéndolo mi aprecio por todas mis demás aspiraciones, todo excepto salir hasta tarde, emborracharme y pasármelo lo mejor posible. Incluso dejé apartado mi amor declarado: la biología, lo que misteriosamente descartó mi ambición por la Facultad de Medicina. El único recuerdo que tengo de mis razones es: ¿quién necesita argumentos? Toda mi atención se redujo a aquello que tenía justo delante de mis narices. En otras palabras, ¿dónde está la siguiente fiesta? El alcohol obrará el milagro.
En segundo, mis tiempos en la piscina eran fiel reflejo de mi pérdida de concentración, un patrón que en tercero fue en aumento. Como era de prever, seguí sin clasificarme para los NCAA, volviendo a perder la oportunidad de participar en la victoria de Stanford (su tercer año consecutivo) y de hacerme con el anillo. Durante la preparación del Pac-10 Swimming Championship que tuvo lugar durante la primavera de mi tercer año, me prometí a mí mismo y a mis compañeros que no bebería nada durante el mes previo a la mayor competición del año, y tenía muchas esperanzas de formar parte del equipo para el NCAA. Tristemente no fui capaz de aguantar ni una semana. Huelga decir que mis tiempos de ese año para el Pac-10 fueron malísimos, de hecho, patéticos. A pesar de los miles de metros que había nadado desde mi llegada a Stanford, había nadado más rápido en el instituto que en esa competición. Pero en vez de intentar poner remedio a mi creciente dependencia del alcohol, simplemente dejé el deporte en general.
No puedo decir que la decisión fuera fácil. Le estuve dando vueltas durante semanas.
En el descanso de la temporada de primavera, me pasé por la oficina de Skip.
—He decidido dejarlo, Skip. No puedo seguir.
Esperaba que intentara disuadirme, calmarme y convencerme para que me quedara, que me dijera lo mucho que me necesitaba el equipo. Pero no, se limitó a encogerse de hombros, sin apenas levantar la mirada del periódico que estaba leyendo.
—Vale, Rich. Buena suerte.
Y entonces, el silencio. No tenía respuesta para su inesperada despreocupación. ¿Era una especie de táctica pasivo-agresiva? ¿Un truco mental Jedi? Como antiguo marine que sirvió voluntariamente como francotirador en Vietnam, Skip es un tipo rudo, de esos que no hace prisioneros, famoso por su dominio de los juegos mentales y con tendencia al puño y la pataleta; es una leyenda en los anales de la natación universitaria, pero lo cierto es que sabía que ya no me importaba. Entonces, ¿por qué debería importarle a él? Durante los últimos tres años había visto desde el borde de la piscina cómo había malgastado las innumerables oportunidades que se me habían presentado. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse que en mi autocompasión, como en el codiciado cuarto título consecutivo de la NCAA. Los auténticos atletas se entregan a su deporte y están totalmente decididos a ser los mejores. Y yo ya no era uno de esos. Él lo sabía tan bien como yo. ¡Adiós, muy buenas!
Al mirar atrás, me pregunto qué habría sido de mi carrera de nadador si hubiera decidido abordar mi problema con el alcohol, pero después de la batalla todos somos generales y, en aquella época, tenía poca capacidad de introspección. En retrospectiva, un análisis escrupuloso habría requerido un coraje y una capacidad de los que yo, simplemente, carecía. Y entonces empezó mi caída en picado a las garras de la negación, la característica definitoria del alcohólico. Culpaba de mis fallos a todo menos a mí mismo: a Skip por su actitud, a un programa que me había hecho entrenar demasiado, a mis padres por ser sobreprotectores, a los estudios por ser una prioridad y a Dios, en el que no creía, por haberme defraudado.
Tras mi breve conversación con Skip, me invadió una profunda sensación de tristeza y pérdida; era una especie de duelo. Desde que tenía uso de razón, la natación había sido todo para mí. Y ahora, sin más ni más, se había ido. No estaba preparado para las emociones que surgieron dentro de mí que no sólo me provocaban confusión, sino también vértigo, como si estuviera en caída libre. ¿Y ahora qué? Me di cuenta de que, en realidad, nunca había reflexionado demasiado sobre quién era yo, sobre lo que me interesaba realmente o sobre lo que quería hacer fuera de la piscina. Desorientado, me metí en mi viejo Volvo verde y me fui solo al condado de Marin, una preciosa zona rural al norte, al otro lado del Golden Gate de San Francisco. Sentado en la cima de una colina sobre el puerto de Sausalito, miré a Alcatraz y me di cuenta de que estaba perdido. Las lágrimas brotaron de mis ojos. No dejé de llorar durante como una hora.
Me gustaría poder decir que fue un momento de claridad en el que me di cuenta de que el alcohol había acabado con mi carrera de nadador y de que ya era hora de abordar mi problema con él y recomponerme antes de que las cosas empeoraran todavía más. Por desgracia, eso no fue lo que pasó. Cuando se me secaron las lágrimas y pasó la catarsis, simplemente me sentí aliviado, como si me hubiese liberado de una cárcel de cloro que me había aprisionado desde que podía recordar. Es curioso cómo funciona la mente humana y lo rápido que había podido olvidar mi amor por la natación y por lo lejos que me había llevado. Pero en ese momento suponía poco menos que un impedimento para mi felicidad. Así que volví al campus, donde me dediqué en exclusiva a pasármelo bien. Y para mí, pasármelo bien significaba emborracharme. Emborracharme mucho.
A duras penas si recuerdo algo de mi último año de carrera. Una continua luz cegadora de largas noches, fiestas, chicas y resacas. No voy a mentir: fui un temerario. Pero también fue divertido. Seguía a la fiesta e iba encantado adonde me llevara.
Pero sabía que antes de graduarme tenía que encontrar algún tipo de trabajo. ¿Y qué haces cuando no estás seguro de qué hacer? Pues empiezas a pensar en alguna facultad de derecho. Al menos ése fue mi caso. Por lo general, a mi padre parecía gustarle realmente su carrera. No puedo decir que me apasionara la jurisprudencia —de hecho, no tenía ni idea de lo que suponía ejercer la abogacía—, pero sí que parecía una ruta aceptable y respetada que seguir. Llevaría un bonito traje y, quizá, unas gafas molonas. Trabajaría en una oficina elegante con buenas vistas. Debatiría los temas del día en largas comidas en restaurantes sofisticados y, sin demasiado riesgo ni gasto de energía, encajaría en la corriente aprobada de la СКАЧАТЬ